A las bravas: ¿es «Chromatica» el mejor disco de Lady Gaga? No sabemos si lo es… Pero sí que sabemos que es el disco que necesitábamos aquí y ahora.
Empecemos fuertecitos: ¿es «Chromatica» (Interscope, 2020) el mejor álbum de Lady Gaga? Pues, la verdad, ni lo sé ni me importa. Pero tengo que decir dos cosas al respecto. La primera es que, si no es el mejor disco de la Gaga (eso que lo decida cada uno), sí que es el disco de la Gaga que veníamos necesitando en pleno 2020 para empezar a celebrar el mes del Orgullo. Y la segunda es que no sé si es el mejor disco de esta monstrua porque nunca he sido fan de ella y no me he metido tanto en su discografía como para poder valorarlo de forma objetiva, pero sí que sé que, desde ya, es mi disco favorito de la Germanotta. Desde la pura subjetividad. Que es desde donde voy a escribir toda la reseña que viene a continuación.
Pero es que tengo que reconocer que la tía me ganó cuando aclaró que el nombre del disco viene de Chromatica, un planeta de su invención en el que nacen todas estas canciones y en el que están terminantemente prohibidas las baladas. Porque, a ver, ¿cuántas veces te ha molado un disco (de la Gaga y de muchas otras divas) en el que lo que te sobraban precisamente eran las puñeteras baladas esas que siempre son un bajonazo y que no le gustan a absolutamente nadie porque nosotros estamos aquí para bailar y desparramar como si siguiéramos teniendo 19 años cuando nuestras madres nos repiten día sí y día también que a nuestra edad ya estaban cuidando nietos?
Pues eso. Que en «Chromatica» no hay baladas. Gracias, Lady Gaga. No hay momentos de bajunera innecesaria y, de hecho, los interludios que separan el track-list en tres partes (y, que por cierto, son fragmentos bellísimos de cuerda compuestos por Morgan Kibby, arreglista habitual de M83) son cortitos y cumplen una perfecta función de lubricante para preparar el cuerpo con los pepinazos que quedan por delante. Porque lo que sí que hay en este disco es una cantidad impresionante de temazos que consiguen convivir de forma armónica, permitiendo que todos respiren lo suficiente, que encuentren su sitio y que no se eclipsen los unos a los otros.
Las coordenadas en las que se mueve la Gaga están mucho más que claras: house-pop del que han estado practicando las divas de las últimas décadas… pero sin complicaciones innecesarias, sin necesidad de revoluciones que nadie quiere y todo elevado a su máxima potencia. Esto implica que, obviamente, gran parte de «Chromatica» ya lo hemos escuchado con anterioridad. «Sour Candy«, por ejemplo, por mucho que sea uno de los grandes temarrales del álbum, es la canción que Azealia Banks debería haber grabado con BLACKPINK si no fuera una jodida bocazas. También hay que reconocer que es el «Swish Swish» de Katy Perry en version 2.0. (Y, por lo tanto, también es deudor de la ola posterior a la fiebre del deep-house de principios de la década pasada.)
«Babylon» es puro Madonna, ya sea como homenaje o como apropiación pura y dura. Y «Replay«, que sin lugar a dudas es mi favorita de todo el disco (y recordad: yo estoy aquí para hablar de mi libro, no del vuestro), es el single que todos hemos soñado alguna vez que lanzara Sophie Ellis-Bextor, pero en clave high energy. Y ahí no se detienen las referencias… En «Sine From Above«, Lady Gaga debería haber pasado de Elton John para marcarse una bonita colaboración con Pet Shop Boys, porque la verdad es que el tema borda esa mezcla de house rebozado en MDMA con lírica triste que tanto les gusta a Neil Tennant y Chris Lowe. Del final drum’n’bass no hablamos, porque es una puta horterada pero no me podría chiflar más. (Bueno, podría durar un minuto más y entonces podría decir que es una referencia a Burial… pero no. Gracias de nuevo, Gaga.)
En resumidas cuentas: «Chromatica» es una magnánima barra libre de pajareo house del que nos dejaba locas a finales de los 90, pero con los suficientes detalles de producción como para recordarnos que estamos en pleno 2020. Todo son clásicos instantáneos. Comandados obviamente por los que ya han sido los dos primeros singles: esa «Stupid Love» que no podría ser más estúpida pero a la vez más dulcemente lobotomizante; y, sobre todo, esa «Rain on Me» que ya ha entrado en el panteón de hits imperecederos de divas pop.
¿El único punto negativo del disco? Pues también es algo puramente subjetivo… Pero es que, mira, a estas alturas no me creo a Lady Gaga. Se empeñó tanto la tía en «Joanne» (Interscope, 2016) en convencernos de que su yo verdadero era aquel coñazo de baladera del montón con gorro de ala ancha que, mira, ahora cuesta verla enfundada de nuevo en su disfraz de Madre Monstrua. Ya no es solo que la vea en los videoclips y que me parezca acartonada, como que no quiere estar ahí. Es que, además, muchas de las líneas vocales del álbum siguen empeñados en una excelencia artística que, ahora más que nunca, es del todo innecesaria.
Gaga, no estamos aquí por los gorgoritos. Estamos aquí porque, cuando tus canciones son buenas, son como un poperazo: un golpe de calor de tres minutos que te deja el cuerpo fino, fino, fino. [Más información en la web de Lady Gaga]