Girls, el combo encabezado por Christopher Owens y Chet ‘JR’ White, habían dado un paso decisivo en su carrera con la publicación de su segundo álbum, “Father, Son, Holy Ghost” (True Panther Sounds, 2011). Gracias a él, se confirmaba que se encontraban cerca de obtener el disco (pop) perfecto al reunir todos los elementos que se le piden a una obra de ese calibre: clasicismo, modernidad, sensibilidad, energía, efervescencia, épica, armonía, elaboración lírica, pasión interpretativa… Sólo les quedaba por subir un par de peldaños para consagrarse definitivamente como banda alternativa de referencia de la segunda década del siglo XX. A la vez, durante ese proceso Owens (sin desmerecer el trabajo de White, pero se sabía quién ejercía de líder…) iba a tener la oportunidad de revelarse como compositor capaz de lograr todo lo que se propusiese a nivel creativo. Guiado por esa intuición, un servidor se atrevió a vaticinar, en la reseña del mencionado LP, el futuro a largo plazo del grupo: “Esta es la nueva cara de Girls y, por extensión, de Christopher Owens. Con todo, no se puede asegurar que este aspecto externo se mantenga en el futuro: si en su momento el de San Francisco pensó que lo mejor era darle una vuelta de tuerca al sonido que lo sacó del anonimato, quizá de aquí en adelante empiece a diseñar otro movimiento sorprendente”.
Sin meternos en la cuestión del acierto de esas palabras (Sandro Rey sólo hay uno), en su fondo se palpaba que la evolución de la historia de Girls dependería casi exclusivamente de Owens. Sin embargo, nadie se imaginaba que su siguiente ‘movimiento sorprendente’ consistiría en abandonar el barco californiano (aunque se supone que la marca Girls sigue activa) e ir por su cuenta, por mucho que él fuese su cara y alma. Pensándolo fríamente, en realidad tenía mucho sentido: por un lado, debido a su condición y a condiciones podía permitirse volar sin compañía, independientemente de las razones más privadas que le llevaron a tomar la decisión; por otro, siempre bromeaba con el hecho de que disponía de material suficiente para publicar varios álbumes en un corto espacio de tiempo. Parece que no mentía, a pesar de que su idea final fuera sacarlo a la luz bajo su propio nombre.
Superada la sorpresa, faltaba por comprobar qué dirección sonora tomaría Owens. Volviendo a la pseudo-predicción de más arriba, cualquier cosa era posible, a juzgar por los cambios sucedidos entre el debut de Girls (“Album” -True Panther Sounds, 2009-), su continuación en forma de EP (“Broken Dreams Club” -Fantasy Trashcan, 2010-) y el citado “Father, Son, Holy Ghost”. Pero el delicado rubiales decidió no salirse demasiado de los senderos de la última referencia de su banda para confeccionar su estreno a solas, “Lysandre” (Fat Possum / Turnstile, 2013), recurriendo otra vez al pop pulcro y aseado de reminiscencias clásicas. Para encontrar los aspectos más llamativos del LP hay que fijarse en su arquitectura: 1) Su título, nombre de chica (leitmotiv habitual de sus letras); 2) Su aura conceptual y autobiográfica, al plasmar experiencias vividas durante la primera gira de Girls y la manera en que guardan una relación entre sí gracias a la estructura musical del tracklist; 3) El protagonismo de determinados lugares (Nueva York, San Francisco); y 4) La presencia del eterno femenino, de nuevo, expresado en los textos y en los constantes coros que abrillantan varias canciones.
Dispuestos esos elementos, Christopher Owens establece la base de sus narraciones mediante una melodía de aire medieval (“Lysandre’s Theme” -en la que aparecen los arreglos de flauta que acabarán por caracterizar “Lysandre”-, “Closing Theme” y “Riviera Rock”) que se repetirá a lo largo del repertorio (en las codas finales de algunos temas) como dando a entender que el oyente se encuentra ante un trovador shakesperiano, que va cantando sus gestas y cuitas usando el pentámetro yámbico para atraer su atención. En medio de esa recreación teatral, Owens se abre de par en par en pasajes de pop acústico y reposado con pespuntes eléctricos y armónicos (“Here We Go”) o con el piano y la flauta dando calor a sentimientos hechos añicos (“A Broken Heart”), aunque no abandona su gusto por los acelerones rítmicos que recuperan el espíritu de los Girls primigenios (“New Yor City” –acercamiento al pop FM de finales de los 70 y principios de los 80, saxo incluido- y “Here We Go Again”).
Superada la primera mitad de “Lysandre”, Owens cambia de tercio para variar levemente el destino de su viaje musical (no así el emocional) aprovechando la ya mencionada y playera “Riviera Rock”, que sirve de puente para acceder a una sonoridad de aspecto adulto más claro (“Lysandre”, “Everywhere You Knew”) y de mayor raíz norteamericana, como en “Love Is In The Ear Of The Listener” y, sobre todo, “Part Of Me (Lysandre’s Epilogue)”, en la que se pone fin a esta especie de función melodramática en la que su actor y autor maneja sin miedo diversos registros (que lo acercan cada vez más a su madurez creativa) para contar importantes episodios de una parte de su vida. Básicamente, como había hecho antes con su grupo. Eso sí, en esta ocasión será mejor no intentar adelantar acontecimientos ni adivinar cuál será su porvenir artístico… Christopher Owens es imprevisible.