Pregunta rápida: si estamos de acuerdo en que «Las Chicas del Cable» es malísima, ¿por qué esta serie me la he acabado y «Girlboss» no?
Ay, qué fácil es dejarse llevar por el critiqueo, gente. Al fin y al cabo, todos somos iguales en estos tiempos que, más que «era de la información«, tendría que llamarse «era de cómo nos gusta reírnos de las cosas en redes sociales y demostrar lo elocuentes que somos y fardar de distancia irónica«. Que tire la primera piedra el que esté libre de pecado, porque yo no estoy libre de pecado ni mucho menos: soy el primero que, en las últimas semanas, he ido dejando en mis redes sociales alarmantes comentarios sobre lo mala que es «Las Chicas del Cable«. Para qué negarlo. Es jodidamente divertido meterse con Blanca Suárez y compañía y ver cómo la gente te sigue el rollo.
Pero ocurre una cosa extraña… Mirad, dos días antes de empezar a ver «Las Chicas del Cable» en Netflix, me puse el primer capítulo de «Girlboss«. Y ya. Nunca llegué a ponerme el segundo, asustado como estaba con la posibilidad real de un sangrado de las cuencas oculares (y de mi puta alma, tetes). Pero ocurre que, viendo el primer capítulo de «Las Chicas del Cable» no podía parar de pensar «joder, qué mala es«. Y, aun así, vi el segundo capítulo. Y el tercero. Y el cuarto. Y toda la serie entera… Así que es el momento de preguntar: ¿por qué? ¿Por qué he llegado hasta el final de «Las Chicas del Cable» y no de «Girlboss«?
Empecemos por lo malo, que así parece que duele menos. ¿Qué tengo en contra de «Las Chicas del Cable«? Pues, para empezar, el argumento. Yo creía que me iba a encontrar con un retrato realista y costumbrista de la España franquista visto a través de los ojos de aquellas telefonistas que vivían entre cables. Una especie de «Mad Men» castiza y femenina. Una visión romántica que nada tiene que ver con la realidad, ya que «Las Chicas del Cable» se acerca más bien al género negro y va de una tipa que es malísima (Blanca Suárez), aunque el tiempo demuestre que es malísima porque el mundo la ha hecho así.
Y con «malísima» me refiero a que viene del lúmpen y roba y engaña a todo el mundo y es una espía y una ladrona, mala mujer, mala mujer, me han dejao cicatrices por todo mi cuerpo tus uñas de gel. Pero tiene buen fondo, y sus nuevas amiguis telefonistas se lo sacarán por mucho que se vean inmersas en una trama que no te la crees en ningún momento, repleta de giros de guión absurdos, romances a tres bandas y todas esas cosas que a ti te parecía que estaban superadas con las telenovelas venezolanas pero que no, amiga, aquí están, envueltas con una forma que pretende ser un «Mad Men» castizo y femenino pero que no. Mira, lo siento, pero no.
La cosa empeora debido a ese mal endémico del cine y la tele españoles: las actuaciones de la mayor parte de actores están salidas de madre. Por poner un ejemplo, yo todavía no entiendo por qué Blanca Suárez se tiene que pasar más de media serie mirando hacia el infinito con una #intensity que parece que en cualquier momento se vaya a arrancar a declamar a Shakespeare pero no, no declama nada, solo es su versión de femme fatal. De la quema se salvan pocos, especialmente Ana Polvorosa (aunque el guión acabe jodiendo su personaje al darnos a entender que no es una lesbiana ultra avanzada a su tiempo que lucha por los derechos de la mujer, sino un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer que incluso es capaz de meterse en un trío poliamoroso con un chico y una chica, así, como si lo hiciera todos los días de su vida).
Rizando el rizo están las decisiones de dirección y un diseño de producción que parece planificado por los redactores de la Telva desde 1993 hasta 1998. Si no, no se explican esos finales de capítulo ultra dilatados en los que la voz en off de protagonista va soltando peroratas de autoconocimiento que parecen salidos de un test de revista tipo «¿estás en una relación tóxica y no lo sabes?», «¿esa compañera de la oficina te gusta más de lo que quieres admitir?» o «¿no sabes si elegir entre dar un braguetazo o conservar a tus amigas?». Todo muy absurdo. Tan absurdo como la supuesta irreverencia de que toda la música de la serie sea un r&b con voces anglosajonas muy en la onda de Los 40 en pleno 2017, con lo ridículo que resulta ver a gente bailando el charlestón mientras suena música sexy sexy sexy. Para esto, podrían haberle pedido a C. Tangana que hiciera la banda sonora. No hay color.
Pero, bueno, venga, ya está. Paremos con lo negativo y vayamos a todo aquello que me ha hecho aguantar hasta el final de «Las Chicas del Cable» como un campeón. Como un jabato Porque, para empezar, y esto lo digo más como virtud que como vicio, yo no soy para nada el público objetivo de la serie. En Netflix son muy listos, y si ya en su momento «Sense8» cantó como una almeja a la hora de plantearse como la serie pluscuamperfecta para la internacionalización del servicio de streaming (ya tú sabes: pillamos a un actor de cada país y así hacemos que todos los públicos tengan un gancho), el hecho de que «Las Chicas del Cable» sea su primera serie española no es casual. ¿Qué pensabas? ¿Que iban a marcarse un «Stranger Things«? ¿O un «The Get Down«? No, a esos subscriptores ya los tienen. Lo que le faltaba a Netflix España son subscriptoras, en femenino. Y eso, la feminidad, es lo que mejor declama «Las Chicas del Cable«.
Así que recapitulo: no, yo no soy el público objetivo de esta serie, ni mucho menos. Como hombre homosexual, la ficción femenina no suele estar entre mis intereses primordiales… Y, aun así, repito, me he acabado «Las Chicas del Cable» y, a estas alturas del artículo, cuando debería estar ofreciéndoos motivos por los que me ha gustado la serie, resulta que no puedo hacerlo. Puede ser bastante genérico y decir que, pese a todo, «Las Chicas del Cable» tiene un muy buen ritmo, el argumento (aunque sea absurdo) no te deja respirar, las actrices (aunque a veces son way too much) tienen magnetismo. Y, al acabar el último episodio, eso es lo importante, te quedas ganas de más.
¿Cómo explicar este Expediente X? Pues mira, precisamente con la X. El programa «Factor X» también era jodidamente malo y, aun así, nos enseñó algo: que lo que hace diferentes a dos artistas con una propuesta similar es, al fin y al cabo, ese factor X difícil de describir con palabras pero que está ahí, que le lleva al triunfo. Lo mismo se aplica en el panorama televisivo: lo que diferencia a dos series malas como «Las Chicas del Cable» y «Girlboss» es, al final, ese Factor X que la primera tiene y que la segunda no. No le demos más vueltas. [Más información en el Facebook de «Las Chicas del Cable»]
https://youtu.be/o46KJjGcenc