¿Lo has gozado de forma suprema con la serie «Chernobyl» pero quieres más? No te pierdas entonces estas cinco películas que son puro cine nuclear.
“Chernobyl”, la miniserie de HBO en asociación con Sky, ha traído a la actualidad una amenaza que seguía latente entre nosotros, aunque se mantenía solapada por otros problemas que acechan a la humanidad: los potenciales efectos devastadores de la energía atómica. La crudeza con que el guionista Craig Mazin y el director Johan Renck cuentan los detalles del accidente ocurrido en la central de Chernobyl es tan impactante que las imágenes que dan forma al relato parecen las verdaderas, más allá de las licencias tomadas para dinamizar y cohesionar la trama narrativa.
Por momentos, se nota físicamente el mareo provocado por la radiación y se aprecia su sabor metálico en la boca. Si no fuera porque se desarrolla como un drama histórico de ficción (basado en hechos reales, lógicamente), “Chernobyl” pasaría como documental que explica las causas, las consecuencias, las revelaciones, las manipulaciones y las ocultaciones del mayor desastre nuclear de la historia.
El éxito entre público y crítica de “Chernobyl” no sólo ha recuperado el interés por lo sucedido dentro y fuera de la zona de exclusión establecida alrededor de la ciudad de Pripyat, sino que además ha revitalizado un género casi olvidado: el cine nuclear, que vivió su etapa de esplendor durante la primera mitad de la década de los 80. En aquella época, la tensión generada por la Guerra Fría podía estallar en cualquier momento con un intercambio de misiles atómicos entre Estados Unidos y la URSS.
Es decir, que la Tercera Guerra Mundial estaba más cerca de lo que se creía. Pero no solo se tenían muy presentes esas hipotéticas hostilidades bélicas, sino también la preocupación por la energía nuclear civil. A pesar de que se garantizaba la absoluta seguridad de las plantas nucleares, estas no eran tan fiables, por mucho que se intentara disimularlo.
La explosión del reactor 4 de Chernobyl fue la prueba más palpable de que ese miedo no era infundado. Aunque, siete años antes, ya había estado a punto de producirse un hecho similar en el país enemigo, Estados Unidos, en la central de Three Mile Island, ubicada en el estado de Pensilvania. Resultaba natural, por tanto, imaginar que el holocausto nuclear podía ocurrir realmente, de ahí que el cine del momento intentara captar esa terrible sensación con la mayor fidelidad posible.
A continuación repasamos cinco películas que, como “Chernobyl”, expusieron ese gran temor y se convirtieron en símbolos de una corriente fílmica que marcó a toda una generación.
EL SÍNDROME DE CHINA (James Bridges, 1979)
El llamado síndrome de China es una pseudo-teoría que afirma que, si un reactor nuclear se fundiera en Estados Unidos, el material resultante atravesaría el suelo en línea recta hasta alcanzar China (que, en realidad, no está en las antípodas del país norteamericano). Esta creencia sobrevuela las cabezas de dos de los protagonistas de “El Síndrome de China”: Kimberly Wells (Jane Fonda) y Richard Adams (Michael Douglas).
Siguiendo la dirección marcada por “Todos los Hombres del Presidente”, esta reportera y este cámara televisivo graban por casualidad un accidente en una planta nuclear californiana y deciden hacerlo público, sin ser conscientes de las consecuencias que ello acarrearía: presiones, encubrimiento informativo y político e incluso amenazas de muerte. Debido a las características de su formato, inspirado en la versión de “La Guerra de los Mundos” de Orson Wells -cambiando, eso sí, la radio por la televisión-, muchos creían que era imposible que el suceso que describe “El Síndrome de China” ocurriera en la realidad…
Sin embargo, sólo doce días después de su estreno tuvo lugar el incidente de la central de Three Mile Island, lo que ayudó a que aumentase su éxito en taquilla. De paso, su alegato antinuclear -representado por una Jane Fonda que no había perdido su espíritu activista y el papel de Jack Lemmon como Jack Godell, el ingeniero jefe de la planta que se une a su causa para destapar la verdad- contribuyó a que se despertara la conciencia social en Estados Unidos sobre los peligros de la energía nuclear, considerada el motor del futuro en aquel momento. El irónico desenlace de “El Síndrome de China” es un spot de una marca de microondas. El progreso debía continuar, costase lo que costase.
SILKWOOD (Mike Nichols, 1983)
La fecha de estreno de “Silkwood” es posterior a la de “El Síndrome de China”, pero su argumento se remonta a cinco años antes, en 1974. En aquel año, Karen Silkwood, trabajadora de una planta de preparación de combustible nuclear situada en Crescent (Oklahoma), se erigió en símbolo de la lucha sindical por denunciar la falta de medidas de seguridad y las condiciones precarias de los empleados en su empresa. De hecho, más que manejar pastillas de plutonio, parece que la rebelde Silkwood (Meryl Streep), la Erin Brockovich de los 70, y sus compañeros estén haciendo pan ataviados con la misma indumentaria blanca que la usada en Chernobyl.
Como film incrustado en el cine crítico que emergió en Hollywood a lo largo de los 70 y 80, “Silkwood” mezcla de soslayo (con ciertas dosis de sentimentalismo) dificultades cotidianas y cuestiones relacionadas con el racismo, la condición sexual y el acoso laboral con los grandes problemas que presenta en primer plano: la exposición a la contaminación radiactiva, el pavor a contraer cáncer, el almacenaje y destrucción de residuos y las mentiras de la dirección de una planta nuclear cuando se mete en un aprieto.
En este sentido, “Silkwood” fue una premonición de lo que ocurriría más adelante en Chernobyl. Y, en último término, fue una película incómoda por los hechos reales relatados, que tuvieron un final trágico: la muerte de Karen Silkwood en una salida de vía en circunstancias sospechosas cuando conducía para reunirse con un periodista del New York Times. Pese a todo, la verdad prevaleció y, en 1975, la planta de Kerr-McGee cerró definitivamente. La propia Meryl Streep interpreta el himno cristiano “Amazing Grace” justo antes de los créditos finales como homenaje a la figura de Karen Silkwood.
EL DÍA DESPUÉS (Nicholas Meyer, 1983)
Durante buena parte de los años 80, una de las grandes obsesiones del mundo occidental era el calentamiento definitivo del enfrentamiento cruzado entre Estados Unidos y la URSS. De los efectos de esta contienda no se libraría ni el pueblo más recóndito, ya estuviera en la Estepa siberiana o en la América profunda. Peor lo tendría aquel lugar que tuviera cerca una base militar, como en el caso de Lawrence (Kansas) en “El Día Después”, una de las obras más representativas de la ola de recreaciones de un ataque con bombas atómicas que se realizaron en una de las fases más delicadas de la Guerra Fría.
Su impacto y popularidad los refleja el hecho de que hasta se coló (y le dio título) en uno de los capítulos de la cuarta temporada de la serie “The Americans”. Lógico: la expectación que generó su estreno en televisión a través de la cadena ABC fue enorme, hasta conseguir una audiencia de 100 millones de espectadores. Su verosímil tono catastrofista incluso conmovió al presidente Ronald Reagan, aunque no hizo que este variara su política armamentística. De hecho, pensaba que “El Día Después” justificaba su postura porque, en el fondo, la consideraba un panfleto propagandístico de los anti nukes (el movimiento antinuclear).
“El Día Después” capturaba los ecos de la crisis de los misiles en Cuba de 1962, que aún permanecía muy viva en la mente de los estadounidenses, cada vez más convencidos de que el desastre que habían visto como una ficción filmada podía ser muy real. Tanto, que a punto estuvo de ser así: dos meses antes de la emisión de la película, el soldado Stanislav Petrov había evitado el desencadenamiento de la Tercera Guerra Mundial al identificar una falsa alarma del sistema antimisiles de las fuerzas aéreas soviéticas. Gracias a su pericia, Estados Unidos no se transformó en el escenario dantesco de “El Día Después”, con ciudades arrasadas, paisajes desolados y una sociedad al borde de la locura en la que sólo se mantenían intactas las cucarachas.
THREADS (Mick Jackson, 1984)
“No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, solo sé que la Cuarta será con piedras y palos”. La célebre (y trillada) frase de Albert Einstein, que se menciona en “El Día Después”, sería llevada a la pantalla al año siguiente con todas sus consecuencias. “Threads” fue la respuesta al telefilm norteamericano de la mano de la BBC, que se había propuesto explicar con pelos y señales la tesis del holocausto nuclear. La estructura de ambas películas es similar: gente corriente que intenta sacar adelante sus vidas, niños que juegan, parejas que están enamoradas y mujeres que afrontan embarazos… hasta que los misiles nucleares explotan y todo cambia radicalmente en lo que tarda en verse el hongo atómico en el cielo y en sentirse el pulso magnético de las bombas.
En “Threads”, Sheffield es el decorado de una historia hiperrealista disfrazada de docudrama en el que se intercalan noticias en radio y televisión que avanzan la escalada de un conflicto bélico entre los bandos separados por el Telón de Acero y mensajes de situación que informan del estado de la ciudad y de Gran Bretaña una vez consumados los ataques. 210 megatones caídos en tierras británicas y 3000 en total entre el este y oeste son el resultado final de la invasión soviética en Irán a la que se enfrenta directamente Estados Unidos, un relato imaginado que inevitablemente se conecta con las actuales amenazas de Donald Trump sobre la región…
El guion de “Threads” se atreve a ir varios pasos más allá con respecto al de “El Día Después” y enseña cómo se prepara el pueblo para afrontar una guerra nuclear y refleja a la perfección su progresivo miedo. Luego, con Sheffield destruida, no se queda en los momentos inmediatamente posteriores al ataque, sino que muestra la lamentable supervivencia de los heridos y enfermos bajo el invierno nuclear mientras surgen las epidemias, faltan alimentos y agua potable y se sigue luchando contra la radiación más de una década después. “Threads” es, posiblemente, la película más aterradora dentro del subgénero atómico.
CUANDO EL VIENTO SOPLA (Jimmy Murakami, 1986)
Quizá para compensar el extraordinario dramatismo de “Threads”, la BBC produjo dos años después otra película de argumento casi calcado en un híbrido de animación y stop-motion para darle movimiento a la novela gráfica homónima de Raymond Brigss. Observada con los ojos de hoy en día, “Cuando el Viento Sopla” aparece como un film sencillo y modesto (no así su banda sonora, compuesta en su mayor parte por Roger Waters –Pink Floyd– y encabezada por la canción titular firmada e interpretada por David Bowie), en determinados momentos naif e ingenuo, pero también poseedor de un poderoso mensaje antibelicista construido mediante los diálogos de sus únicos personajes, Jim y Hilda Bloggs, dos ancianos que viven tranquilos en la campiña inglesa.
Sin embargo, saben que no se encuentran a salvo de los riesgos de un ataque nuclear, tal como les avisan los folletos que guardan para estar listos en caso de emergencia nacional. Cada día que pasa, crece la obsesión de Jim por seguir las instrucciones gubernamentales para protegerse de la futura caída de la bomba atómica. Durante el proceso, él y su esposa recuerdan con añoranza su juventud durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Pero la situación que viven cuarenta años más tarde es muy distinta: el enemigo ahora es el comunismo, el cual -como deja caer la mayoría de películas pertenecientes al subgénero nuclear- es la causa de los peores males de la humanidad; y la gran amenaza, la radiación, no se puede ver ni oler.
Disipados los efectos iniciales de la irremediable explosión atómica y con su entorno totalmente devastado, Jim y Hilda salen del pequeño refugio construido dentro de su casa y pretenden continuar su vida como si no hubiese sucedido nada, confiando en que las autoridades los sacarán de allí y habrá un final feliz. Aunque sus cuerpos les indican todo lo contrario, que tendrán que ver cómo se van apagando poco a poco… “¿Rezar? ¿A quién?”, se preguntan Jim y Hilda. Lo mismo que se preguntaban en el este de Europa seis meses antes del estreno de esta película, cuando empezó a soplar el viento radiactivo de Chernobyl.