No te preguntes cómo será nuestra crónica de The Chemical Brothers en Santiago… Pregúntate más bien cómo sería la crónica de un marciano alucinado.
Imagina que un extraterrestre hubiese llegado a la Tierra el domingo 30 de octubre y hubiese tenido la genial idea de dirigirse al Multiusos Fontes do Sar de Santiago de Compostela. Imagina que entrase a eso de la medianoche en el recinto donde se celebraba el concierto más apoteósico de la agenda del ciclo Latitudes… Pues, oye, si hubiera ocurrido eso, al extraterrestre se le habrían quitado todas las ganas de pensar en invadir nuestro planeta.
Más que nada porque, primero, se habría topado con un bombardeo de láseres, haces de luz e impactantes imágenes increíblemente coordinadas con un desarmante sonido e incluso con unos enormes robots suspendidos en el aire dentro de una escena recreada al más puro estilo de “La Guerra de los Mundos” (la versión fílmica de Spielberg, claro, por los efectos especiales y tal). Y, segundo, porque se habría visto rodeado por una marabunta apasionada de la electrónica más rotunda y el big beat noventero totalmente plegada a las órdenes de sus particulares comandantes: The Chemical Brothers.
De este modo, el alienígena se habría quedado tan abrumado con lo visto y oído que se le habría borrado de la cabeza cualquier intención belicosa. Además, por suerte para él, todos los presentes se movían bajo el lema “haz el amor químico y sónico y no la guerra”. Así que allí no se habría librado ningún combate violento. Si acaso, lo que en realidad se producía era una batalla mental y física para conservar las energías y no desfallecer ante las andanadas lanzadas por Tom Rowlands y Ed Simons en forma de incontestables grandes éxitos, sobre todo en los cuerpos de aquellos que hace veinte años los bailaban en sus excursiones festivas como si no hubiese un mañana que, cosas de la vida, llegó más rápido de lo esperado.
Antes de que nuestro verde marciano (tiene que ser de ese color y de Marte, obligatoriamente) hubiera iniciado su supuesta visita y bajado la guardia para mimetizarse con aquellos seres humanos que rendían pleitesía a sus dos congéneres parapetados tras sus cachivaches electrónicos, los terrícolas que habían llegado con puntualidad a la cuarta cita del ciclo Latitudes para ver a los invitados de lujo de la velada pudieron comprobar cómo Erol Alkan tardó en despegar más de lo previsto. Con un inicio muy ambient (demasiado), estirado luego con ritmos cadenciosos y bpms de tempo contenido, el inglés de origen turco-chipriota se diluyó entre efluvios cósmicos más adecuados para la dispersión sensorial que para el baile puro y duro. Hacia el final de su set, Alkan se entonó con un acid-techno retumbante más ágil, aunque sin desbocarse (sonaron Factory Floor, indicativo de por dónde iban las mezclas). Pero ya no le quedaba mucho tiempo para dar el relevo…
Sin que la música se cortase, 2ManyDjs se pusieron a los platos como si creyesen que un ovni estaba a punto de tocar tierra y de que todo se pondría patas arriba. Los belgas apretaron las tuercas de sus beats y plantearon una sesión tendente al techno-house y al electro, con mínimas desviaciones hacia el latin-funk tecnificado y algún que otro clásico dance troceado. Sus conocidas secuencias de hits de diverso pelaje quedaron para otro momento (excepto el remix final de “Let It Happen” de Tame Impala, marca de la casa Soulwax), aunque el bombo percutivo hizo que el olor a suela de zapatilla quemada empezase a flotar en el ambiente.
En medio de esa atmósfera ya caldeada como el mismísimo núcleo del sol gracias a The Chemical Brothers, nuestro ficticio protagonista venido de una galaxia muy lejana habría comprendido los motivos de la euforia que se respiraba en el lugar: después de caer la tríada inicial “Hey Boy Hey Girl” / “Sometimes I Feel So Deserted” / “Chemical Beats”, no había nada ni nadie que parara aquellas sacudidas sintéticas animadas por globos gigantes, iluminadas por una especie de diamante gigante y guiadas por los mentados robots gigantes.
Todo era gigante, igual que las sensaciones de gozo que despertaban los mash-ups entre temas (como “Temptation” de New Order + “Star Guitar” o “Setting Sun” + “Out Of Control”), los clásicos (“Block Rockin’ Beats”, “Elektrobank”, “Galvanize”), los singles más recientes (“Go”) de Rowlands y Simons (ya fueran deconstruidos o entregados impolutos) y las ondulaciones rítmicas que tanto golpeaban fuerte en el pecho como hipnotizaban a través de la psicodelia inmersiva plasmada en la mega-pantalla del escenario.
Alcanzada la recta final de la tormenta multimedia, en un bis realizado por mandato imperativo del abducido público, si el querido alien hubiera estado realmente allí habría asimilado un concepto ajeno para él y convertido en sentimiento de máxima felicidad en tan especial ocasión: experiencia religiosa. De repente, un conjunto de imágenes eclesiásticas medievales (¿sería por el influjo de la cercana catedral santiaguesa?) comenzó a desplegarse a través de la pantalla al compás de una fibrosa “The Private Psychedelic Reel” cuyos efectos reformularon cualquier noción previa de placer divino.
Sin embargo, antes de que hubiera vuelto a atravesar la estratosfera de regreso a su hogar, el imaginario extraterrestre habría estado seguro de que el éxtasis vivido en el Multiusos Fontes do Sar no lo había provocado ninguna deidad irreal, sino dos hermanos del ritmo fieles a una poderosa letanía capaz de materializarse en el Cielo, en la Tierra, en Marte o en cualquier otro punto del universo: “Don’t think, just let it flow”. Amén. [Más información en la web de The Chemical Brothers] [FOTOS: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]