En épocas en las que la cirugía estética no existía, cortarse el pelo significaba sufrir el cambio físico más radical posible. En todas las tradiciones habidas y por haber, el acto de la tijera era la demostración de que algo importante le había sucedido a esa persona y que debía sufrir públicamente las consecuencias de ese acontecimiento vital: para las damas medievales era el símbolo de un adulterio, para los yakuzas japoneses la pérdida del honor, etc. En Occidente y en nuestros días, el acto de cortarse el pelo está totalmente desprendido de toda simbología social… y no tanto. Sobre todo en las mujeres, eso de desprenderse de la melena es un movimiento estético personal muy pensado y siempre suele tener alguna connotación detrás (renovación, cambio, dejar atrás un peso… etc.)-. Tom Cruise dijo una vez que no se cortaría el pelo hasta que hiciera una nueva película, pero entonces hizo «Valkiria«… y así le fue. Chan Marshall se ha rapado la melena a lo bestia en la portada de su nuevo disco, «Sun» (Matador / PopStock!, 2012). Y la parroquia (masculina en su mayoría) anda a vueltas que si el pelo de Chan Marhsall bien, que si el pelo de Chan Marshall mal. Pero este cambio físico (¿quizá debido a la reciente ruptura con su anterior pareja, Giovanni Ribisi?) no es baladí, porque da buena cuenta del cambio que ha sufrido en su interior, el que ha afectado a Cat Power y que desflora pétalo a pétalo en la las diez canciones que componen su sexto disco de estudio, el primero con material original desde 2006.
Y todo este lío de pelos para decir que «Sun» suena a rareza en la carrera de su creadora, a travesura y a descoloque. Suena a que Marshall ha dejado la taberna para echarse a la carretera, pisar el acelerador y dejar toda la mierda atrás. Quizá sí quería que nos diéramos cuenta del cambio. O quizá no. Conociéndola, igual se cortó el pelo porque le salió de su santo chichi y punto. Lo que sí está claro es que en «Sun» sigue habiendo dolor, mucho, y sale a borbotones. Pero esta vez se sirve en vaso de tubo y con dos hielos. No se sabe si por aburrimiento o no, Cat Power ya no quiere ser la diva del pantano y ha optado por entregar un disco marcadamente «de estudio». No hay sonrojo a la hora de utilizar cajas de ritmos y bases programadas, e incluso hay una especie de bajada a los infiernos en plan dubstep desquiciado que no viene a cuento (sí, en «Silent Machine«) que deja buena cuenta de lo libre que es Chan Marshall componiendo. Porque en este disco compone y canta sola. Es un disco cien por cien ella. Así que los que arrugan la nariz deberían arrugarla menos, porque si hay un disco que suene a Cat Power, es este. Y qué bien suena.
Abre con la desértica «Cherokee«, en la que dice que ha sufrido más que nadie y donde es imposible no rendirse ante ese “I never knew love like this / wind, moon, the earth and sky / I never knew pain like this… I never knew pain, I never knew shame and now I know why» que abre el disco y que adelanta que aquí va a haber dolor del bueno. Con revolcón en miseria y barro y esas cosas, como esos tráilers de pelis gores en los que se ve mucha sangre y muchas vísceras, esta canción parece decir: «Querido oyente, bienvenido al hotel de los sufridores, aquí nuestra amiga Chan te entregará tu llave«. Dolor y desierto, arena y labios secos, a eso suena «Sun» justo después (y hablo de la canción, pero esto también es aplicable al disco). Aunque no suene tanto a rock descarnado como «The Greatest» (Matador, 2006), con el que la cantante se sacaba el corazón del pecho y lo ponía encima de nuestra mesa, sí es cierto que este tiene un cierto aire muy desértico e incluso salvaje. Sus canciones son hojas sin afilar, brillantes por un lado pero romas y oxidadas por el otro. No hace falta cargar el espacio de guitarras y percusiones para conseguir densidad y profundidad: en sus nuevas canciones, Marshall demuestra que le basta con unas cajas de ritmos, una percusión firme, un riff persistente y, claro, su voz (que es la navaja más afilada que cualquiera pueda acercar a sus oídos) para crujirte el esqueleto y el alma.
Lo que viene a significar que, si el tema es bueno, la producción es accesoria… Y aquí hay temas excelentes y que, además, demuestran la increíble versatilidad de una mujer que ha sido musa del rock y de Karl Lagerfeld al mismo tiempo: el piano juguetón de taberna chic y el compás contagioso de «3,6,9» que habla de extraños y de beber vino, un clásico de la casa; la serenidad misteriosa de «Real Life» que demuestra que, si algún día necesitamos una sustituta de PJ Harvey (ay, el Señor no lo quiera), esa podría ser Cat Power con sus distancias. Pero si hay dos temas que sobresalen por encima del conjunto son «Ruin» y «Nothin´g But Time«: la primera es la cuadratura del círculo, la canción ideal en el contexto perfecto; mientras que la segunda es un cierre de diez minutos con guitarras paisajísticas y un piano emocional que, además, cuenta con la colaboración de Iggy Pop gritando «You Wanna Live!» de fondo y que consigue dejar una extraña sensación de victoria y cansancio después de la batalla.
Porque este es uno de esos discos que te dejan con un sabor extraño en la boca y con el ánimo tocado durante un rato, sobre todo cuando Iggy y Chan cantan al final «I´s up to you to be a hero / It´s up to you to be like nobody«. El nuevo disco de Cat Power puede hablar de ruinas y de dolor y de sufrir más que nadie, no tener casa y beber mucho; pero, al final, ha acabado siendo un trabajo valiente para gente que no tiene problemas a la hora de abrazar el cambio y mirar hacia adelante con dolor. Con dolor, pero con ovarios.