Entrevistamos a Celia Lastres, la concursante vegana que puso del revés «MasterChef»… y que nos lo explica todo sobre los intríngulis del programa.
[dropcap]Q[/dropcap]ue en la redacción de Fantastic Plastic Mag existe un sector bastante talifán de Celia, la ya exconcursante de “MasterChef”, es algo que no se le debería escapar a nadie que leyera en su día el artículo especial dedicado a nuestros candidatos favoritos de esta segunda temporada del reality, que lastimosamente ya toca a su fin. Es verdad que parte de esa devoción hacia la guapa aspirante se gestó sin apenas conocerla, en un acto de amor a primera vista. Pero, ¿cómo no seguir adorándola incluso más después de haber seguido su participación en el concurso? El look icónico con ese melenón ocasionalmente reubicado en moño, ese aparente candor en contraposición con dos ovarios totalmente bienpuestísimos, esa voluntad de superación personal y crecimiento espiritual… Va a haber que reconocer que de Celia Lastres nos gusta hasta el blanco de los ojos.
Celia entró a «MasterChef» con una torerita denim, una pizza vegana y bendiciendo un pedacito de atún empapado en salmorejo, pero salió por la puerta grande, siete semanas y muchos emplatados después, por culpa de unas criadillas que se le resistieron. Ahora la ya ex técnico de radioterapia mira hacia delante con varios proyectos en sus manos, relacionados evidentemente con la nutrición y alimentación desde una óptica en la que se prioriza la salud. Celia, que es todo dulzura y un primor de muchacha, no dudó en atender amablemente nuestra petición de entrevista en la que hablamos, entre otras cosas, de estos planes personales de futuro, de sus gustos y aficiones y, por supuesto y en esencia, de su paso por «MasterChef«.
Sin más dilación, con ustedes, Celia Lastres.
Lo primero que querría preguntarte, e imagino que los más obvio, es cómo decides presentarte al casting para un programa como «MasterChef»… Pues ¡esta respuesta puede sorprender a más de uno! Eché la inscripción para el casting diez minutos antes de que se acabara el plazo. Llamé a una amiga para que se apuntara, y acabó convenciéndome ella a mí para que me apuntara yo. En esa época quería aprender cocina de manera profesional, y vi en el programa la oportunidad perfecta para ello (debo confesar que, como no tengo televisor, no había visto el programa jamás, y si finalmente era seleccionada, quería entrar “virgen” y sorprenderme con cada reto y con el jurado). Al principio nunca pensé que fueran a escogerme, e iba pasando los castings como si se tratara de un reto personal, disfrutando de cada paso. Imagínate cómo me sentí el primer día que entré en esas cocinas… ¡No sabía ni lo que era una caja misteriosa!
Tú trabajabas de técnico especialista de radioterapia en un hospital. ¿Qué te dicen en tu trabajo cuando les anuncias que te han seleccionado como una de las quince participantes del programa? Era algo que teníamos que mantener en secreto. Mi supervisora estaba súper emocionada cuando me vio en la televisión, porque desde que me presenté al primer casting estaba convencida de que entraría dentro. A mis compañeros tuve que engañarles un poquillo diciendo que tenía que cogerme el mes de vacaciones, por si entraba finalmente en el programa.
Echando la vista atrás, ¿cómo ves tu paso por «MasterChef»? Por tu condición de vegana, aparentemente partías en inferioridad de condiciones y, aún así, dejaste atrás a muchos concursantes a priori (solamente a priori) más versátiles. ¿Te lo tomaste como un reto, como un paso más en tu crecimiento personal? Mi paso por «MasterChef» ha sido como un curso exprés de vida, por todas las lecciones que aprendes en tan poco tiempo. Pienso que evolucioné un montón y aprendí más que nadie. Cada avance en la cocina lo llevaba al terreno personal, y viceversa. No hay crecimiento profesional sin crecimiento personal.
Uno de los highlights del programa en esta segunda temporada seguramente fue tu debut en la preselección, con la mítica bendición de aquel tataki de atún. Particularmente, entendí cada uno de tus movimientos… Pero la gente, que tiene una opinión para todo, se polarizó entre los que criticaban al programa por hacerte comer un producto animal para condicionar tu entrada a «MasterChef» y los que juzgaban como errónea tu resolución final de probar el atún que había preparado Miguel Ángel, argumentando que, de alguna forma, estabas traicionando tus principios. ¿Qué nos podrías decir al respecto? Efectivamente, cada persona es libre de expresar su opinión. Yo intuía que por alguna prueba así tendría que pasar, aunque no me la esperaba tan pronto, la verdad. Pienso que lo justificaron bien, porque si quieres dedicarte a la cocina profesionalmente tienes que estar dispuesto a cocinar de todo, y para saber si está bien hecho, por necesidad, tienes que probarlo, aunque sólo sea la salsa en la que se ha cocinado la carne, el pescado o lo que sea. Yo decidí probar el atún porque, antes de entrar al programa, cayó en mis manos el libro “Los 5 Niveles Del Apego” de Miguel Ruiz Jr., y me abrió mucho la mente en un montón de aspectos de mi vida. Si yo no fuera flexible, nunca podría haber entrado en este programa, ni avanzaría como persona. Siempre digo que en la flexibilidad está la alegría, y como dice el «Tao Te Ching«:
Los hombres nacen suaves y blandos;
muertos, son rígidos y duros.
Las plantas nacen flexibles y tiernas;
muertas, son quebradizas y secas.
Así, quien sea rígido e inflexible
es un discípulo de la muerte.
Quien sea suave y adaptable
es un discípulo de la vida.
Lo duro y rígido se quebrará.
Lo suave y flexible prevalecerá.
Por eso nunca me ha gustado ponerme etiquetas como “vegana”. Yo siempre digo que soy Celia Lastres, y ya.
Como espectador, uno se pone muy nervioso cuando, mientras estáis cocinando con la máxima presión, aparecen Pepe, Jordi o Samantha a preguntaros qué tal lo lleváis o que les expliquéis el plato… ¿Cómo controlas no lanzarles la sartén a la cabeza en ese momento? Cuando yo estaba cocinando y de repente aparecía algún miembro del jurado podían pasar dos cosas (las dos positivas): 1. Que mi plato estuviera yendo como la seda, con lo cual me alegraban sus visitas porque, así, ellos me alentaban más aún. Y, aprovechando la alegría, podías soltar algún piropo cuando venían acompañados por algún invitado, como a los hermanos Torres, que son una barbaridad de guapos. 2. Que estuviera un pelín perdida, con lo cual su visita venía acompañada por un coro celestial, nubes y arcoíris de colores, porque siempre te daban algún consejo que te sacaba del apuro. Aunque vayan de duros, son un amor y no lo pueden evitar.