¿Quién hubiera dicho que aquel demente que se colgó hace unos años de los cables de la madrileña sala Moby Dick generando un estropicio alargado durante apenas veinte minutos pero promoviendo el caos juvenil debutaría hoy con un nuevo proyecto en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano? Nadie, pero así lo ha hecho: Faris Badwan, conocido por liderar una de las bandas más irreverentes y prometedoras del panorama gótico y oxidado a nivel global, The Horrors, ha sabido reinventarse antes de enmohecerse (coge apuntes desde la tumba, Kurt Cobain) como si de un chaval hormonado se tratase. Contradictoriamente a lo que ofreció en aquel ramonero 2.0 «Strange House» (Polydor, 2007), Badwan se alía con la soprano y multi-instrumentista Rachel Zeffira para formar Cat’s Eyes: pop gótico cinematográfico, de cámara, con un perfil tan lo-fi como de barroquismo clásico y bebiendo del cine doméstico de serie B, el mal rollo, la brujería experimental y la huija de contrabando.
«Cat’s Eyes» (Cooperative / Music as Usual, 2011) es un pelotazo antes de oírlo. Desde el concepto e imagen (creada, básicamente, a golpe del pulsómetro de Chris Cunningham: un genio del vídeo y la melanco-foto) hasta sus protagonistas evangelizan el legado del viejo punk hacia una transformación alegórica del pop retro en una suerte de proto-impulso crónico tan fílico con el dramatismo interpretativo como con el eco que siempre han intentado rehusar los rockeros de culto. Convierten en arranque nuevaolero un legado anti-satánico desde el sarcasmo. Probablemente, hayan engañado un poco en su EP de presentación, «Broken Glass» (Polydor, 2011), al incluir canciones como «Sunshine Girls«, con un corte más rockero, destartalado y declaradamente punk… Pero esta era la única excepción. Si bien es en las piezas cantadas por el líder de The Horrors las que se acercan más a un sonido de indie rock más actual, la verdadera protagonista de las canciones es Zeffira mientras Faris se dedica a inyectar dosis atmosféricas que golpean entre la new wave más sutil y la oscuridad más religiosa (en ese sentido de la palabra, sí). La devoción por ese sonido de basílica okupada no engaña: Cat’s Eyes son la plena concepción de la ironía dentro de la apatía por los sonidos sagrados. Ahí es donde el dúo logra erigirse como un conglomerado único, generando extrañeza pero dando asilo a aquellos que aún lloramos la reciente (y lamentable) desaparición de Trish Keenan, mitad y cara visible del dúo Broadcast, pero enmarcados dentro de un envoltorio sónico más barroco, si eso influido (¿o es al revés?) por la sutil delicadeza de voces como la de Joanna Newsom o Vashti Bunyan.
La pulsión simétrica, clásica y extremadamente pura que consiguen con este homónimo debut sorprende en todos sus cauces. En la menos de media hora que reparten a lo largo de las diez canciones que componen su álbum debut encontramos tres grupos de melodías y sonidos: aquellos que impulsan una suerte de actualización de géneros como el psychobilly, el garage sixties y el soul clásico (con dejes de la Motown más depresiva), aquellos que nutren a las canciones de una especie de pop de baja fidelidad, por momentos más abrupto, por momentos más raído, y aquellos que se limitan a reproducir una suerte de suites barrocas herederas de una vertiente de musicalidades clásico-sinfónicas pero paridas desde el manual de ecos góticos ochenteros. Dentro del primer grupo, aliándose con bandas como Tennis, Summer Camp o Twin Sister, aparecen canciones como «Bandit» (neo soul con una voz cáustica que se crea un hilo conductor entre Nico y Marianne Faithfull en sus días de ácido), «Over You» (rindiendo pleitesía a los girl groups ventosos), «Face in the Crowd» (ola sixties rockabyllica que también se presta a la chillwave de Hype Williams o Sun Glitters) o «Not a Friend» (el single adelanto que se centra tanto en las cuerdas como en la voz melosa, el aire a sonido Hawaii y ese rallador tan latino). El pop de baja fidelidad sufre varias incisiones: el que sufre de un ataque de witch house momentáneo (ecos de oOoOO, SALEM y Mater Suspiria Vision en «Sooner or Later»), formalizaciones más lo-fi en «Cat’s Eyes» (con bajos graves dignos de, mismamente, los Happy Mondays: ahí está la mano de Steve Osborne, quien fuera su productor antaño de toda la ola Madchester) y ambientes lúgubres y eminentemente vocales («The Best Person I Know» tiene el mejor estribillo de todo el lote). Del último grupo, el más particular, emotivo y neo-gótico, hacen gala tanto «I’m Not Stupid» (mezcla banda sonora de Disney con cuerdas que son pura pared) como «The Lull» (drama secuenciado, heredando incluso ambientes propios de Angelo Badalamenti) o «I Knew It Was Over» (la más dramática, oscura y religiosa y lo-fi de todas). Ya lo dijo Fito Páez hace años: “sácate el diablo de tu corazón”.
[Alan Queipo]