Es demasiado tentador leer «Cartas a Emma Bowlcut» (publicado en nuestro país dentro de la colección Héroes Modernos de Alpha Decay) buscándole las correspondencias con las letras y la figura artistica de Bill Callahan. Y lo cierto es que el mismo autor es el que nos lo pone difícil a la hora de jugar al huevo y la gallina… ¿Qué vino antes, la concepción del álbum «Sometimes I Wish We Were an Eagle» (Drag City, 2009) o la escritura de un párrafo como «Las nubes son específicas aquí. Blancas con perfiles de lavanda. Apuntando al este. Acéptalas, junto con mis felicitaciones. Vi un águila que volaba tan y tan alto en el cielo. A veces desearía que fuésemos un águila«? De hecho, la relevancia de este juego queda en entredicho cuando te adentras en las páginas de «Cartas a Emma Bowlcut» y te das cuenta de que, por mucho que lo intentes, es imposible asimilar esta novela epistolar partiendo de los códigos musicales: esto es pura literatura sin necesidad de las muletas artísticas que le han proporcionado relevancia en el panorama actual.
Aun así, lo cortés no quita lo valiente: el libro de Callahan es una especie de desordenadísimo puzzle (mental y emocional) en el que las piezas quedan hilvanadas por el hilo de plata de las obsesiones recurrentes del autor. Como en sus canciones, aquí hay águilas, caballos, naturaleza salvaje, ruralismo yanki con cierto toque paleto, masculinidad crepuscular, síntesis sentimental, disasociación de la realidad, hieratismo mental… Y, como en sus canciones, todo este imaginario se pone a nuestros piés nunca a través de la narrativa (trenzándolo con un argumento al uso), sino por medio de la palabra hablada / escrita y encarnada en la primera persona del narrador, un tipo que se enamora de la Emma Bowlcut (ojo con los nombres de peinados como apellidos de muchos de los personajes) del título en una fiesta y le escribe 62 cartas en las que es tan importante lo que se dice como lo que se omite, ya que nunca tenemos acceso a las misivas de respuesta del objeto de sus amores.
El campo de batalla habitual de Callahan, además, se enriquece con dos incorporaciones poderosas: la ciencia rodeada de un halo de misterio (nunca llegamos a saber a qué se dedica exactamente el protagonista, por mucho que sus parlamentos sobre conceptos científicos son numerosos) y el boxeo primero como afición y luego como pulsión de redención. Es este el camino que anda el protagonista de «Cartas a Emma Bowlcut» gracias a la acción centrífuga de un amor tan entregado como improbable debido a la distancia que intuímos entre ambos: de la ciencia del principio al boxeo como actividad primaria y violenta con la que el protagonista intenta lidiar con la ruptura de la pareja epistolar. Al fin y al cabo, estamos ante una novela de Bill Callahan, y es inevitable que, al final, la balanza caiga sobre el lado de lo masculino, lo primitivo, sobre esa fuerza atávica que espolea el mundo macho que todo hombre lleva dentro por mucho que los convencinalismos intenten (y consigan) reprimirlos cada vez más. La masculinidad como un pájaro con el ala rota.
Y, pese a que la tendencia de la escritura de Bill Callahan a solidificarse en forma de frases cortas, rítmicas, oníricas y de interpretación abierta pueda recordar justificadamente a su estilo como letrista, hay que reconocer que «Cartas a Emma Bowlcut» no es un compendio de letras. Es pertinente recurrir, entonces, a un argumento ya esgrimido hace unos años, cuando la industria cinematográfica se lanzó a la vóragine de adaptar cómics: en aquel momento, muchas fueron las voces airadas que, ante un producto como «Sin City» (2005), criticaron que no era una película, sino un cómic en movimiento que no se preocupaba de coger las herramientas viñetiles y buscarle un equivalente en la maquinaria fílmica. Al fin y al cabo, cada medio tiene sus herramientas, y cuando hay transvases de cualquier tipo de un compartimento a otro, lo más fácil es simplemente trasladar esas herramientas en vez de traducirlas. Algo de lo que Bill Callahan huye de forma magistral: si seguimos jugando al huevo y la gallina, no es difícil acabar con la certeza de que «Cartas a Emma Bowlcut» no llegó ni antes ni después, sino que es un mundo paralelo en el que el autor ha conseguido reajustar su lenguaje y su imaginario sin necesidad de tirar de su pericia en el campo de la música, sino explorando las posibilidades de la literatura. Pura y dura.
[Raül De Tena]