La verdad, lo único que he visto de tu rostro es la boca a medio abrir mientras deja escapar pequeños gemidos, ligeros sollozos que hablan del placer que estás sintiendo o simulas sentir. Siempre he estado al otro lado de la pantalla preguntándome quién diablos eres, y por qué me pareces tan perfecta. Siempre es la misma rutina. Doble clic en el navegador. Abrir una ventana de incognito. E ir a buscarte.
Tienes miles de visitas a diario, soy una de esas, una cifra en el contador. Hablo de ti con las personas que conozco. “Es perfecta”, es lo que digo al describirte. No soy una persona con muchos amigos ni personas cercanas, pero hey, es mes de San Valentín, no acostumbro a celebrar esta fecha, pero tengo esta oportunidad. Esta única y terrible oportunidad.
Te estoy viendo ahora.
Los senos son redondos, firmes, se agitan hacia arriba y hacia abajo. Sabes, Roth tiene esta novela en que un hombre se convierte en una gran teta, una teta enorme, y creo que me atrapa este pensamiento mientras las veo agitarse en el aire sin saber que son observadas. Me convierto en una, me agito. No es éxtasis lo que siento, es más bien a un ligero ensordecimiento del mundo, un momento de abstracción total, un instante en el que en mi cabeza existe absolutamente nada.
Sólo ese par de tetas hacia arriba y hacia abajo.
Unas manos te tocan y tu cabello cae al rostro dejando apenas descubierta la boca. Tus labios son brillantes. Conozco tus movimientos. Tus gemidos: Primero usas la “A”, callas, sollozas, la “O”. Usas ligeramente la “U” cuando algo te provoca un dolor que no resulta incómodo porque sonríes.
Te he visto en diferentes lugares, en cada sitio con título distinto y nombre diferente. Siempre lo mismo; los mismos movimientos, la misma boca, el mismo quejido rasguñado en el aire. He estado ahí. Todo el tiempo desde que apareciste en mi vida. Estas ahí, en la pantalla, reproduciéndote una y otra vez en un cuarto oscuro, con la pantalla brillando en el rostro. Los labios brillantes, las manos agitándose y el cuerpo asquerosamente sudoroso.
Me quedo mirando al vacío, en la oscuridad, queriendo quedarme dormido. No lo logro nunca. Doy vueltas. Trato de no aburrirme y vuelvo a ti.
Esto es la vida.
No sé cómo te llamas. No sé absolutamente nada de ti más de lo que veo, y aunque te pueda sentir cercana, sigo siendo alguien cuya existencia ignoras. Pero…
¡Aquí estoy!
Esto de alguna forma tiene que ser amor. Esto de alguna forma tiene que significar algo. Y de alguna manera quiero que lo sepas: Te amo.
[SOBRE DIDIER ANDRÉS CASTRO: Nació el 7 de noviembre de 1986 en Bogotá, Colombia. Vive en la ciudad de Cali desde hace aproximadamente quince años. Es estudiante de literatura en la Universidad del Valle. Escribe en el blog La Polifonía de la Nada. También ha escrito en Efecto 2000.]