He dado un sorbo a mi gaseosa de piña y he pensado en ti. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Puede que hayan sido las tortitas con Nutella que estoy merendando o el reloj que da la hora de Nueva York en este falso diner de los años 50. No lo sé.
Lo que sí sé es que sonaré como una fan enamorada, y eso me da asco porque no lo soy. Lo que me pasa contigo ya lo había leído antes en un libro de Federico García Lorca quien, a principios del siglo pasado, ya sabía que hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse como a una ventana llena de sol.
Aunque yo no creo en el alma y no sé si tú sí, pero pienso que me entenderás porque ha salido en el telediario que este invierno en Nueva York está haciendo mucho frío.
El año pasado entrevisté a tu hermano Andrew para la revista para la que trabajo y en la entradilla del artículo que escribí dije que, si en el siglo XV Cristóbal Colón, Francisco Pizarro y Hernán Cortés habían desembarcado y se habían hecho con las tierras de un nuevo mundo conocido posteriormente como América, en el siglo XXI los nombres de los Gregory Brothers sonarían en esa lista de primeros conquistadores de este nuevo mundo conocido como Internet (obviando toda la parte de la muerte, el expolio y la destrucción, claro). Aunque no es eso lo que me gusta de ti…
El que un día empezaras a oír a la gente cantar cuando en realidad estaban hablando y que fueras lo suficientemente apasionado como para proponerte llevarlo a la realidad es solo un hecho que confirma mi teoría (y la de Federico) de que tu ventana está llena de sol. Lo sé porque soy observadora y, además, estoy acostumbrada a la luz maravillosa del mediterráneo y tú brillas en un espectro muy extraño.
Ahora se está poniendo oscuro y parece que va a empezar a llover. Apuro los últimos tragos de la Fanta de piña que me estoy bebiendo y pido la cuenta. Ha estado bien, sin embargo, ni la Coca-Cola de cereza ni la de vainilla me convencen. Aún me queda por probar la Mountain Dew y la Dr. Pepper, pero eso lo dejo para otra ocasión. Esto es todo lo que queda de mi viejo sueño americano de niña que creció en los 90: un refresco de importación ocasional, las fotos pixeladas de la luna de miel de mi prima por la costa este y la fantasía en la que me besas en tu hometown.
[SOBRE MARÍA YUSTE: Los artículos y entrevistas de María Yuste (España, 1988) han aparecido en medios como Vice, PlayGround o El Estado Mental. Además, coordina Efecto 2000, una antología online sobre los años dos mil, y acaba de publicar su primer libro, «Vida de Provincias» (Honolulu Books, 2014).]
Love letter to Michael Gregory of the Gregory Brothers
I took a sip from my pineapple soda and thought of you. It’s been awhile since the last time I did. It might have been the Nutella pancakes I’m eating or the clock showing New York time in this fake diner from the fifties. I don’t know.
What I do know is that I’m going to sound like a fan in love and that repulses me because I’m not. What I have with you I had read about in a book by Federico García Lorca who, at the beginning of the past century, already knew that there were souls one wanted to peek into like through a window full of sun.
Even though I don’t believe in souls, and I don’t know if you do, I think you will understand me because it’s been on the news that this is a cold winter in New York.
Last year I interviewed your brother Andrew for the magazine I work for and in the first paragraph I wrote that if in the 15th century, Cristopher Columbus, Francisco Pizarro and Hernán Cortés had disembarked and had seized the lands of a new world later known as America, in the 21st century, the names of the Gregory Brothers would top the list of first conquerors of this new world known as the Internet (without all the death, looting and destruction, of course). But this is not what I like about you…
That one day you started hearing people sing when in reality they were talking and that you were passionate enough to bring it to reality is just a fact that confirms my theory (and Federico’s) that your window is full of sun. I know because I’m an observer and, also, I’m used to the marvelous Mediterranean light, and you shine in a very rare spectrum.
Now it’s starting to get dark and it looks like it will start raining. I finish the last drops of the pineapple Fanta I’m drinking and order the check. It’s been good, however, not the cherry Coke nor the vanilla one satisfy me. I have yet to try Mountain Dew and Dr. Pepper, but I’ll leave that for some other time. This is all that is left of my old American dream of a girl who grew up in the nineties: an imported soda, the pixelated pictures of my cousin’s honeymoon in the East Coast and the fantasy where you kiss me in your hometown.