Entrevistamos a Carlos R. Ríos para que nos explique todas las novedades (y los intríngulis) de un D’A 2017 que viene preñadito de sexo.
A lo mejor no lo has notado, pero el D’A ha cambiado. Y a lo mejor no lo has notado porque, al fin y al cabo, tú y yo siempre lo hemos llamado D’A… Pero resulta que no, que el festival se llamaba Festival de Cinema D’Autor de Barcelona y, este año, ha decidido que ¿para qué seguir con ese nombre cuando todo el mundo, tú y yo incluidos, le hemos llamado siempre D’A? Desde este momento, ya puedes hablar del D’A Film Festival, que queda más fetén.
Y, de hecho, desde este momento lo mejor que puedes hacer es precisamente hablar del D’A 2017 como si no hubiera un mañana, porque hoy mismo 27 de abril se inaugura el festival barcelonés que nos servirá en bandeja el mejor cine de autor hasta el próximo día 7 de mayo. Va a ser una carrera de fondo para todos aquellos que, como en cada edición, queremos verlo todo. Pero, esta vez, va a ser una carrera de fondo que puedes correr con una voz guía privilegiada: la de Carlos R. Ríos, director del D’A al que consigo raptar algunos días antes del festival para ir a comernos un pincho de tortilla regado con varias copitas de vino.
La excusa, evidentemente, no es la tortilla. Ni siquiera el vino. La excusa es, por muy mal que esté decirlo, que a Carlos le tengo ganas. Me parece ciertamente surrealista que, con tantas ediciones del D’A a las espaldas, nunca nos hayamos sentado tranquilamente a charlar del festival. Siempre hablamos por aquí y por allá, entre peli y peli, de una de las salas del festival a la siguiente. De hecho, siempre he pensado que es un tipo muy abierto, divertido y accesible cuando bien podría haberse encerrado en una alta torre de marfil. Por eso mismo decido que ya basta, que ni una edición más del D’A sin que nos sentemos con calma y hablemos largo y tendido.
De hecho, la cosa tiene más delito todavía si tenemos en cuenta que, a fin de cuentas, somos vecinos de barrio… Es por eso que quedamos un miércoles lluvioso en Sant Antoni, con la mala pata de que parece ser el día en el que todos los bares están cerrados. El Doga está cerrado. El Düal está cerrado. El Calders y el Parlament están cerrados. Así que acabamos en la Sucursal Aceitera, y es entonces cuando entran en juego la tortilla y los vinos. Tinto para Carlos, blanco para mí. Lo siento, siempre fui débil. O, por lo menos, hasta la cuarta copa.
Por suerte, no llegamos a tanto. Aunque la verdad es que nuestra entrevista dura casi hora y media y está repleta de off topics en los que acabamos hablando de nuestras cosas. Cosas que, la verdad, darían para tres entrevistas más… Pero no es el momento ni el lugar para esas entrevistas. Aquí hemos venido a hablar de la nueva edición de este festival que ha crecido como tienen que crecer los buenos festivales: de forma sensata y con cabeza. Buscando la evolución orgánica y natural amparada en un imaginario cinematográfico coherente y en una línea programática con alma, pero también con músculo.
Aun así, ¿para qué carajo os voy a explicar yo nada cuando puede explicároslo el mismo Carlos R. Ríos? Atended, porque la conversación de este hombre es un lujo y un placer. Os lo dice alguien que ha vivido demasiadas entrevistas deseando que se acabaran los veinte minutos de rigor y que, sin embargo, en este caso, hubiera deseado que la conversación durara incluso más. Por lo menos hasta haber sobrepasado la cuarta copa.
Cuando creasteis el D’A, ¿estaba en tu cabeza que en el 2017 sería tal y como es ahora mismo? Veníamos de una experiencia con el Ambigú y el BAFF y, cuando empezamos, lo hicimos de forma modesta pero con unos objetivos claros. Cuando empezamos a preparar el festival en el año 2010 de cara a la primera edición, que se celebraría en el 2011, hicimos objetivos a cinco años vista y más o menos se han cumplido todos. Barcelona estaba parcelada. Incluso nosotros la habíamos parcelado y todo lo que existía era “festival gay lésbico”, “festival gay lésbico 2”, “festival de mujeres”… Así que la idea era darle la vuelta al calcetín y volver a las raíces, a un festival de cine internacional genérico y generalista, abierto a todas las cinematografías. Lo único era encontrar la forma de agruparlo todo sabiendo que queríamos reivindicar la palabra “autor”, que por entonces tenía mucha caspa.
¿Caspa? ¿En serio? Sí, sí. La palabra “autor” no es atractiva para una serie de gente. Para el cinéfilo y el amante del cine, sí. Pero para el resto es un término que da problemas.
Problemas ¿por qué? ¿Porque se percibe como pajillero? Bueno, porque se percibe como difícil, distante y no tan atractivo como el cine en general. Pero, independientemente del nombre, planteábamos un festival internacional y de la ciudad. La idea era traer hasta Barcelona todas esas películas de las que hablábamos todos desde la crítica y la industria, todas esas que habían pasado por Locarno y Cannes, pero que nunca llegaban aquí porque o se quedaban sin distribución o porque no se exhibían en ningún festival de la ciudad.
Espera, espera…. Pero, si desde el principio creíais que el término «autor» era un poco caspa, ¿por qué hacer un festi de autor? Para limpiarle la cara. Para redefinirlo… Y no solo para nosotros. Lo de «autor» es un terreno muy intangible. La gente te dice: ¡es que Scorsese es un autor! ¿Y quién ha dicho que no? Yo no lo he dicho. Scorserse no está en nuestro festival porque no lo necesita, no porque yo defina lo que es un autor o no. Pero, bueno, en aquel momento se trataba de montar un festival para redefinir el concepto de autor y traer las pelis que no estábamos viendo porque las salas comerciales se habían ido cerrando a un sector concreto del público. Y, aunque en las primeras ediciones fue más pequeño, el objetivo del D’A era llegar a exhibir en entre 75 y 100 largos. Más pelis no. Porque, tanto entonces como ahora, Barcelona no es un páramo. Y Catalunya tampoco. Tenemos cines y festivales que ya cubren mucha actividad.
Si este era vuestro plan, tengo que reconocer que me ha parecido que habéis tenido una forma de crecer muy natural y orgánica… Yo creo que han sido los directores y directoras, vosotros desde prensa y el público los que habéis reconocido el trabajo. El trabajo bien hecho, riguroso y planteado de forma natural. Al principio, no había presencia del talento nacional. A partir del 2014, con todo un trabajo previo y con las secciones del festival muy claras, apostamos más todavía por el talento nacional… Pero lo importante es que ellos también apostaron por nosotros. Entonces nació Un Talento Colectivo, sección en la que ha llegado un punto que podemos decir que tenemos películas de todas las comunidades autónomas. Lo que hemos conseguido con esta sección al final se resume en la anécdota de un director que una vez me dijo «entre esta película y esta otra, me encuentro muy cómodo«. Este es uno de los objetivos que mejor hemos cumplido, también junto al de renovarnos e innovar cada año, hacer actividades paralelas y demás.
¿Y qué ocurre después de cumplir esos objetivos? Después de la quinta edición, nos marcamos otro plan de objetivos para los siguientes cinco años. Entre ellos, por ejemplo, estaba darle una vuelta a la imagen y al nombre. Ahora se llama D’A Film Festival, y antes se llamaba Festival de Cinema D’Autor de Barcelona. La imagen de este año, además, te la podrías encontrar en cualquier ciudad europea de tres millones de habitantes. Otro objetivo es superar un muro muy raro que tenemos: conseguir que gente que nunca se ha acercado al festival, se acerque. No hemos cambiado la línea de programación, pero ahora te puedes encontrar desde «Personal Shopper» hasta «20th Century Women» o «Free Fire«, que son películas muy diferentes.
Cuando dices que la imagen del festival se podría encontrar en cualquier otro festival de Europa, ¿quieres decir que ahora hay una mayor vocación de atraer público internacional? Hay que ser humilde: somos un festival de ciudad que puede tener y tiene efectos en Catalunya y en España. Ahora mismo, en números globales, el D’A es el segundo festival más grande de Catalunya después de Sitges. Y a nivel de España, es el quinto festival generalista (es decir, que no sean especializados). Pero hay que ser modestos, y más o menos hay un festival como el D’A en cada país: nuestra programación te la puedes encontrar replicada y combinada de formas diferentes en otras ciudades europeas.
También creo que no va en el ADN del D’A ser un festival de alfombra roja que atraiga turistas… No, claro. En el ADN del D’A está cuidar las películas, los directores y hacer todo lo que podamos por el cine. Sin caramelos extraños que distorsionen ese corazón.
Ademas del cambio de nombre y la imagen, ¿qué hay en el D’A de este año que no estuviera el año pasado? Pues la verdad es que no hay grandes novedades, pero hay una gran consolidación de nuestros proyectos más nuevos, como el Campus D’A, nuestro campus de formación de la nueva crítica que nunca se había hecho en España. Fuimos pioneros al arrancarlo hace tres años y, aunque no tiene unos efectos tan inmediatos en el público, el resultado es más que bueno. La prueba es que, en esta edición, Jordi Costa es el tutor del campus. Esta año también consolidamos las actividades paralelas, y lo mismo con el Tour D’A, que nació el año pasado: volvemos a exhibir una selección de las películas del festival en varias ciudades catalanas y, de hecho, este año se han sumado cinco ciudades españolas.
¿Cuáles son las apuestas para este año? En la sección Talents hay tres películas argentinas que son las que pueden cambiar la forma de ver el cine sudamericano: «Kékszakàllú«, «A Los Niños La Belleza» y «Los Decentes«. También hay una película francesa, «Le Parc«, que es de las más interesantes que he visto últimamente: es de pasmosa naturalidad y hace click justo en el centro, ya que son dos películas en una. Es una peli más arriesgada en su formato, pero cuando la ves no puedes creer que sea tan sencillo y funcione y que al final te haga decir: «esto es gran cine».
Yo tengo que reconocer que esa parte de cine más arriesgado es la que acabo disfrutando más en el D’A… Es que esa es la función del festival. Ya no del D’A, sino de cualquier festival.
¿Y en cuanto a la representación nacional? Tenemos 22 largometrajes nacionales, y vienen todos los directores. Esto es signo de que quieren estar en el D’A, que se sienten identificados con el trabajo que hacemos.
Es normal. Al fin y al cabo, el D’A tiene un discurso muy coherente y articulado en torno al cine de autor nacional… Hombre, de forma suelta y sin discurso, es difícil tener éxito. Las películas tienen que dialogar entre ellas, aunque sean diferentes las unas de las otras. Si no dialogan, acabaríamos teniendo una programación de cosas sueltas. En el D’A no suele haber un tema concreto, pero siempre se acaban reflejando temas y preocupaciones del momento. Recuerdo que en una edición destacaban las viejas heridas de Europa, mientras que hace dos años la gran preocupación eran los jóvenes… Y este año, por ejemplo, una de las líneas de preocupación es la mirada hacia el sexo. No es una película o dos, sino que uno de los temas que vehiculan la narración de muchas de las pelis es el sexo: el descubrimiento sexual, la obsesión, el sexo en sí mismo. Cualquiera de sus variaciones.
¿Cuáles serían las pelis del programa que seguirían esta temática sexual? (Risas) Mogollón. «Los Decentes«, por ejemplo. También «Malgré La Nuit«, que sería el ejemplo de la visión fetichista de Phillipe Grandrieux, que ya es bastante obsesivo. «O Ornitólogo» es teoría queer onírica. «Rester Vertical«, por supuesto, con el director de «El Desconocido del Lago» que, tal y como dije el otro día, es el director que retrata el sexo y los sexos como una baguette francesa. (Risas) Es el señor que retrata el sexo de la forma más natural que he visto últimamente. Por otra parte, siempre hay una película o dos que, no es que sean más buenas que el resto, pero dan sentido a las apuestas del festival, y este año es «Ceux Qui Font Les Rèvolutions À Moitié Non Fait Que Se Creuser Un Tombeau«: película canadiense muy de teoría queer, transgénero, ambigüedad sexual, no formalismos… Ya no es LGTB, sino que es la teoría aplicada del queer. Es una película sobre cómo practicamos la revolución bañada en amor, sexo y deseos. Pero podemos seguir: «Europa«, por ejemplo, dialoga muy bien con «Malgré La Nuit«. O una representante de la Generación Tinder: «People That Are Not Me«, dirigida por una millenial de Tel Aviv y que va sobre la obsesión por Tinder.
Todo esto me lleva un poco a pensar en algo que has mencionado antes sobre la juventud como temática. De hecho, es algo que enlaza con esta abundancia de sexo. Y es la juventud también como preocupación del cine… ¿Cómo acercarse a los jóvenes? ¿Es una preocupación que tiene el D’A? Creo que es el punto más complejo para todos nosotros, como viejunos, que venimos de la concepción del cine en una sala. Todos queremos acercarnos a los jóvenes, claro. Los directores quieren hacer historia sobre ellos. La industria quiere que vayan al cine… Pero tenemos un gap muy grande. Llevamos dos generaciones que el cine ya no lo conciben en la sala del cine, y nosotros seguimos insistiendo con que tienen que ir a las salas. De hecho, creo que es igual que cuando yo era joven y llegué a Barcelona queriendo ver ese cine que no podía ver en el pueblo: la proporción de jóvenes a los que ahora les interesa el cine y quieren abrirse más allá de lo evidente es más o menos la misma. Eso sí: pero ellos no ven el cine en las salas. Y tampoco les importa. Lo que tenemos que pensar es que lo importante es que vean cine, aunque lo vean de otra forma. ¿Qué hace el D’A? Intentar llegar a ellos de forma natural. Trabajar la política de precios para que estos no sean un handicap para ellos, evidentemente. Insistir en que hay películas para todo el mundo. Pero es que no hace falta más.
Tienes razón: el interés por el cine lo tienen… Y, de hecho, a mi lo que me parece muy interesante es que sean esos propios jóvenes los que usen el cine para hablar directamente de sus problemáticas, como lo que me decías de la peli de Tinder. O en su momento «Las Amigas de Àgata». Y en «Julia Ist» pasa lo mismo. Mucha gente esperará que sea una película sobre los años de Erasmus y fiestas y novios y novias… Y sí. Pero no. Retrata de forma muy natural la desazón del desplazado, de moverse a otra ciudad y sentirse solo. Que parece que no sea así, que te mueves a otra ciudad y sales a la calle y ya estás haciendo amigos y todos te dicen «guapo» y te invitan a fiestas. La película hace un recorrido sobre la desazón, sobre la soledad, sobre cómo te adaptas a una sociedad nueva, sobre cómo haces amigos, sobre cómo te relaciones, sobre cómo no sale bien, sobre cómo luego sí que sale bien, sobre cómo sales y te lo pasas bien. Pero, a la vez, este año en el D’A también se puede ver «Días Color Naranja«, que es de Pablo Llorca, un director histórico de una generación incluso más vieja que yo. Y resulta que también es una película sobre la generación Erasmus, primeros avances en el mundo y demás… Es un retrato generacional muy fino que, sin embargo, es muy natural. No es un movimiento desde la industria planteándose hacer una película absurda sobre esta generación para atraer a los jóvenes a las salas. «Julia Ist» y «Días Color Naranja» son dos películas excepcionales de directores de diferentes generaciones. [Más información en la web del D’A 2017]