Calvin Harris se ha vuelto un garrulo y un vago. Y la única razón de ser de esta crítica es justificar por qué digo lo uno y lo otro…
CALVIN HARRIS ES UN GARRULO. Vale. Habrá quien diga que Calvin ha sido un garrulo siempre, desde que en su más temprana edad explotara hasta la extenuación los ruiditos de las consolas de 8 bits para trasladarlos a las pistas de baile y nos hablara de lo mucho que le gustan las chicas y de lo chachi que es vestir colores flúor. Ok. Aceptamos barco. Pero admitamos también que no encajaba en lo que solemos considerar un garrulo por aquí (hola, «Gandía Shore»). En su momento, Calvin hizo «Acceptable in the 80´s» (y aceptaremos su album «I Created Disco» -Sony, 2007- como algo bueno, venga, va, que tenía sus momentos y al final resultó ser bastante menos pretencioso de lo que presagiaba el título), participó en el comeback de Kylie después del cáncer (el infravaloradísimo «X» -EMI, 2007-), era joven, guapo, extranjero y nada hooligan: Calvin molaba, joder. Y no era garrulo.
Luego lanzó «Ready for the Weekend» (Ultra, 2009) y ahí ya sí que empezaba a oler como si se le estuviera pudriendo una patata en el suelo de la despensa pero sin saber dónde exactamente. En este disco había un poco de todo, algún jit («Flashback»), mucha morralla y alguna canción sonrojante («Blue«). Pero, bueno, era un disco de baile. Y a los discos de música de baile se supone que tampoco se les puede exigir mucho, ¿no? (Realmente, esto no es cierto: ahí tenemos el incombustible estreno de Holy Ghost! el año pasado o el arrollador «Pacifica» de The Presets -Modular, 2012- este año, por decir los dos primeros que me vienen a la cabeza sin mencionar vacas sagradas tipo LCD Soundsystem.) Pero también es cierto que en su segundo disco empezaba a haber un exceso de sal gorda que te dejaba el cuerpo como de resaca, con la lengua rasposa, mucha sed y cierto malestar.
Lo de «18 Months» (Columbia, 2012) ya clama al cielo: el nuevo disco de Calvin, aparte de ser una sucesión de singles más o menos viejos (hablaremos de esto más tarde), es un compendio de lo peorcito que hay en las discotecas del mundo. En su voluntad de convertirse en el dj de masas «guay» (ha colaborado con gente «guay» com Rihanna, Florence, Kelis, Ellie Goulding y Tiny Tempah), lo único que está consiguiendo es convertirse en el David Guetta guapo. O simpático. O simplemente en otro David Guetta, que ya me diréis qué puta falta nos hace. Todos esos singles que Calvin ha ido dejando en las almohadas de la gente con la que ha colaborado como hijos fruto de una noche de borrachera y pasión suenan por separado a tralla efectiva, llevan el bailoteo de fin de semana en su código binario. Algunos funcionan como el primer día (ahí está «We Found Love«, ese jit que en su garruleo y simpleza será efectivo hasta que el mundo lo dominen las cucarachas), tienen de todo: marraneo, subidones, máquinas de humo, bombo, bajos gordos, pirurirurís, estribillos y letras repetitivas para que hasta un tronista de MYHYV pueda chapurrearlas… Pero son lo que son: morralla pistera. Punto. El problema es que una canción detrás de otra enervan, cansan, agotan. Hace falta mucho MDMA para soportar este disco entero. Y no siempre tiene uno el cuerpo para drogas, oiga. Que entre semana también hay vida.
CALVIN HARRIS ES UN VAGO. Cómo se te queda el cuerpo cuando le das al play a «18 Months» y la cuarta pista que suena es «We Found Love«, una canción que llevamos bailando desde el Pleistoceno. Tan fuerte es la cosa que esta canción la incluyó Rihanna en su anterior disco («Talk That Talk«) y la semana que viene ya saca el nuevo (Riri ya es la Woody Allen de la música). Y Calvin tiene los santos bits de meterla en su álbum. «Es que la canción es suya«, dicen, «¡con su letra y todo!» Y yo respondo: y una mierda. Meter por nueva una canción que ya lleva año y medio dando vueltas por ahí es de vago. Si eres un grupo que empieza y ha sacado un EP, mira, se entiende. Pero si eres el puto Calvin Harris, no. Lo siento, pero no.
Esta no es, sin embargo, la única canción que provoca déja vu: el «Sweet Nothing» de Florence (la auténtica bomba de baile masivo del conjunto) y «I Need Your Love» de Ellie Goulding también son dos canciones que hace semanas que las tenemos rayadas. Personalmente, el «Bounce» de Kelis y el «Drinking From the Bottle» con Tinie Tempah me suenan relativamente más nuevas, pero aún así no dejan de ser una repesca de las sobras de por ahí. Que vale que Harris ha demostrado que se le da mejor sacar lustre en casas ajenas que en la suya propia y que, como productor de sí mismo, el resultado es bastante limitado. También es cierto que pocos pueden presumir hoy en día de pescar nada menos que seis números uno en menos de un año y medio, pero de ahí a hacernos pasar por «nuevo» un recopilatorio de singles, como que no. Y lo más triste de todo es que no es lo mismo escuchar por separado la potentorra «Iron» (con esos bajos tan gordos como Caritina Goyanes antes de hacer dieta) que empalmarla con el resto de canciones porque, al final, todas (menos algún momento que va a la suya con la hiphopera «Here 2 China«) suenan exactamente igual. Los efectos son los mismos, las entradillas son las mismas, los puentes son los mismos, los pirurirurís son los mismos y así hasta el fin… Lo dicho: una vagancia total de disco.