El encomiable catálogo que poco a poco van construyendo en Libros del Asteroide (y del que ya os hemos ido dando buena cuenta en esta web) se completaba recientemente con la edición de dos suculentos trabajos del francés Léo Malet (1909-1996). Por un lado su obra más emblemática, “Niebla en el Puente de Tolbiac” (1956) y, por otro, esta destacable “Calle de la Estación, 120” (1943). Dos trabajos literarios con los que la editorial nos introduce una vez más a otro de esos autores ciertamente al margen que en su mano toman el brillo que se merecen. Como decimos, el gusto por los escritores un poco olvidados y que simplemente son editados porque en ellos prima un interés meramente literario, político y/o social, más que comercial, hace de Libros del Asteroide una de las iniciativas editoriales indispensables en tu biblioteca. Con Malet, el sello continúa su camino hacia adelante y amplía su catálogo de reciente fundación de la mano de otro genial escritor, anarquista en los tiempos más heroicos del pasado siglo y amigo de algunos de los más destacados surrealistas franceses. Malet es todo un maestro de la novela negra y así ha quedado reflejado en los libros de historia de la literatura, pero a buen seguro que también es poco más que un desconocido para los no muy aficionados a la novela del género o para quienes no conozcan sus geniales adaptaciones a cómic realizadas por Jaques Tardi y editadas en Norma Cómics. Ahora podemos llenar ese vacío fácilmente.
“Calle de la Estación, 120” resulta la introducción perfecta al catálogo del autor y en concreto a uno de sus personajes más célebres, ya que es la primera novela en la que el detective Néstor Burma aparece como protagonista. Un Néstor Burma que recuerda como detective sagaz e inolvidable a los de las mejores series de detectives famosos (vease Hercules Poirot, Perry Masoc, Philip Marlowe, etc) y que será el encargado de guiarnos a velocidad de vértigo a través de una trama laberíntica que desembocará en una genial escena final al más puro estilo Agatha Christie: con todos los sospechosos de un misterioso crimen convocados en la misma habitación. Parece obvio decirlo, pero la sensación que se tiene al adentrarse en este libro es la de estar leyendo puro género, pura novela negra. Si la trama, los personajes y las pistas no fueran demasiado, el escritor francés se permite una serie de juegos y estratagemas que trenzan, con mucho sentido del humor, guiños y referencias al propio género, a veces casi burlándose de sus propias convenciones. Cabe señalar a ese respecto que el género negro es el más fácil de manipular al ser el más ceñido a un esquema y unas estructura determinadas, y que quizá por eso Malet lo utiliza para pervertirlo, además de usarlo como excusa conceptual de cara a hablarnos a través de él de la situación del hombre en una sociedad estancada y castigada por sus propios vicios. En “Calle de la Estación, 120” hay que recordar todo por muy fortuito que sea, ya que cualquier pista puede ser esencial. Así, Malet hace que a sus personajes se les olviden los datos más importantes en los momentos más relevantes e introduce bromas imposibles como esos inefables episodios de amnesia que acaban dando la clave de una información a priori inexistente. El juego está servido señores, no se fíen aquí dentro ni de su sombra.
En la novela, publicada en 1942 en la zona aún libre de Francia, la trama se desarrolla a caballo entre Lyon y París con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. A dicho escenario, en el que todo se rige por el toque de queda y las comunicaciones se limitan a las famosas postales interzonales, Malet le aporta un aura de cotidianeidad y callejeo urbano que podría llevarnos en su agudeza y finura hasta otro ejemplo cercano como es el Eduardo Mendoza de “El Laberinto de las Aceitunas”. Con un lenguaje claro y diáfano que inocula frases geniales ante las que es fácil pasar inadvertido (la escritura de Malet parece espontánea pero nunca se la podría juzgar de despistada), el escritor francés arma una trama robusta que se lee en una sola tarde. Activa, adictiva y atractiva, más que la intriga en ella lo interesante reside en la forma de narrar, ya sea en los pequeños guiños a Poe, en los trazos mínimos con los que dibuja a la perfección personajes secundarios o en esa fina ironía con la que se humaniza el frío contexto de la historia. En resumen, es “Calle de la Estación, 120” deudora de un humor finísimo y de un juego continuo con los dictados de sus propias normas estilísticas. Y también el punto de partida perfecto para conocer a un entrañable Néstor Burma que parece que hubiera nacido con una flor en el trasero para desvelarnos lo mejor de nosotros mismos como lectores.
[Cristian Rodríguez]