Es curioso pensar que, a priori, la gira conjunta de Buena Esperanza y Muerte y Destrucción se distinguía precisamente la antítesis surgida a partir de la suma de sus nombres… Pero resulta que, sobre el escenario, lo más sorprendente del choque (ordenado) entre estas dos bandas es precisamente la homogeneidad y coherencia de la propuesta: dos nombres contrarios para un abanico de emociones musicales que se solapan dulcemente. Seguramente, debido al buen rollo que se respira entre ambos grupos.
Buena Esperanza abrieron la noche en el Sidecar barcelonés desgarrando cualquier atisbo de pequeño formato que pudiera intuirse por el hecho de que la banda sólo la conforman tres miembros y, sobre todo, por lo íntimo de una sala subterránea que pronto vio cómo se estremecían sus cimientos debido al poderío ultrasonico de la propuesta de los madrileños. Es curioso corroborar en directo el reparto de tareas y roles que ya se intuye en los Buena Esperanza de estudio: es inevitable achacar gran parte de la fuerza de sus cancioenes a la dinámica ciclónica surgida de la colisión entre las dos actitudes (ahora de verdad) antitéticas entre la guitarra (fluída y expansiva) de Jero M y el bajo (contenido y preciso, con ciertos toques de timidez, pero nunca tenso) de Miguel C… Por debajo y por encima y por los lados queda la espina dorsal de hueso de marfil construída por la batería de Pepo M, como la mano de un hermano mayor, nunca autoritario pero siempre guía de un buen rollo natural y limpio. Juntos, consiguieron que canciones como «Minuto Uno» o «Consejos Gritados a un Recién Nacido» sonaran con una precisión milimétrica: la mejor y única forma de conseguir que sus estructuras de expansión sísmica (con ese quiebro y deriva acústica final en los que se están especializando) amplifiquen la emoción de quien está a pie de pista. Y aquí ha de constar que esa emoción, tal y como publicita ya el mismo nombre de la banda, es el de un optimismo desaforado: un optimismo de huída hacia delante… Ese mismo optimismo que sólo es posible cuando sabes que, si girases la vista y miraras hacia atrás con detenimiento, te embargaría el pesimismo.
Sorprendentemente, pese a que el optimismo de Buena Esperanza surge de la sublime presencia invisible del pesimismo, en Muerte y Destrucción no hay espacio para el pesimismo. Sólo para el optimismo y la euforia de una propuesta que, pese al lugar común que supone decir algo como lo que sigue, son algo así como Dinosaur Jr. con voz femenina. Tal y como demostraron en su directo del pasado viernes, el mayor activo de esta banda es la concepción de sus canciones como una maraña de nervios tensados entre los que sólo se permiten pequeños fogonazos de luz cálida encarnados en la voz de la bajista y cantante (mucho más dulce de lo que debería hacer pensar el estilo que practican). Si esta omnipresencia del sonido por encima de la voz es algo intencionado o simple capricho de la ecualicación, acaba siendo irrelevante… Y es que, en esta ocasión, la mano de hierro detrás de las canciones es precisamente la de un guitarrista hiperactivo que sabe aplicar ese hierro con la ductilidad de la seda. De esta forma, la presentación en sociedad (al menos, la sociedad barcelonesa) de «La Casa de las Fieras» de Muerte y Destrucción fue la mejor forma de cerrar una noche fuertemente marcada por la reconciliación de contrarios que, realmente, no lo son.