¿Estás dispuesto a que un cómic te abra el tercer ojo de la percepción (surrealista) y te explique una historia de una forma poco habitual? Entonces necesitas leer «Budapest».
En las primeras páginas de «Budapest«, Chema Peral nos presenta a un personaje del que más tarde sabremos que se llama Roúl Nada y que, nada más arrancar la historia, se encuentra a las puertas de Charco Alto con un leñador que le revela su firme intención de prender fuego al pueblo en cuestión. El motivo que esgrime el leñador es que fue en el pueblo de Charco Alto donde se originó la Guerra de Paz, en la que perdió a todos sus seres queridos… Unas páginas más adelante, mientras toman una copa juntos, el leñador le revelará a Roúl que solo él puede verle, que no existe y que, al fin y al cabo, es una somatización de todo el odio que el protagonista sigue llevando dentro.
Así es como, a partir de entonces, funcionará «Budapest«: a golpe de metáforas que unan la realidad con un mundo de representación de ideas que encuentran su camino hacia la plasmación gráfica. (Perdón por lo churrigueresco de esta apreciación, pero os juro que tiene sentido.) Roúl Nada inicia un viaje hacia la ciudad de Budapest creyendo a pies juntillas que solo allá podrá encontrar paz de espíritu… y felicidad, claro. Será un viaje de transformación interior que Chema Peral conseguirá llevar hacia la superficie de cada página gracias a un estilo visual sorprendente y particularmente libre. Una especie de Mariscal en versión expresionista donde la realidad nunca responde a la coherencia que dicta lo verosímil, sino a un propósito de representación emocional y psicológica.
En el imaginario gráfico de Peral, una mano puede ser más grande que una cabeza si está haciendo un expresivo signo de pulgar en alto. Los personajes pueden tener de repente cinco piernas. Un pirata puede atrapar a un héroe de la resistencia rebelde en el interior de su barba. Un robot pescador puede atrapar al protagonista clavando un anzuelo gigantesco en una nariz igualmente gigantesca… Nada tiene sentido y, a la vez, todo tiene un sentido mucho más hondo que la realidad pura y dura.
Hace poco, leía una crítica que abordaba lo complejo que es el arte del cómic: el flujo trenzado de dibujos y palabras puede verse interrumpido por demasiados intrusos, ya sea un exceso de verborrea escrita o un barroquismo visual que detenga demasiado al lector y lo aparte de la acción… Pensaba yo entonces que, en mi caso en concreto, la ausencia de palabras de esos cómics que pretenden ser puro icono también acaba destruyendo un poco mi atención como lector, ya que tiendo a esperar un gancho argumental que rara vez puede generarse si no va ligado a un mínimo de palabras.
El caso de «Budapest» es ejemplar a este respecto. El dibujo de Chema Peral lo tiene todo para distraer del argumento principal del cómic: su carácter más icónico que antropomórfico podría entorpecer la lectura por, por el contrario, la convierte en algo mucho más natural. ¿Por qué creemos que un dibujo realista es más asimilable por parte del lector? Recurriendo a un ejemplo mencionado con anterioridad: una mano gigantesca con el pulgar hacia arriba no desestabiliza la lectura, sino que la hace asimilable a una mayor velocidad y fluidez.
Y así ocurre continuamente en las fascinantes páginas de Peral, pobladas por personajes entrañables como los casi-rebeldes, monstruos fascinantes como el Aiapaec o amenazas conceptuales que acaban concretándose en algo mucho más tangible como es el caso de los Keekamis. Estamos muy acostumbrados a que las ficciones articuladas en torno a un viaje estén trufadas de signos y símbolos que han de ser interpretados en clave metafórica… En el caso de «Budapest«, la metáfora flota hacia la superficie y resulta ser deliciosamente estimulante y elocuente.
Cuando Roúl toma conciencia de que para llegar a Budapest tiene que conocer su pasado, ese mismo que el leñador del inicio ha señalado como quien mete el dedo en una herida que parecía cicatrizada (pero no), un monstruo le barrará el camino y, a modo de Esfinge, le obligará a explicarle una buena historia que no será otra que la del propio pasado del protagonista. Más ejemplos: cuando, casi al final de todo, Roúl pierde toda la esperanza (de ayudar a sus amigos casi-rebeldes y, de paso, de llegar a Budapest), será engullido por un pez gigante.
Y, de hecho, Peral no se limita a metaforizar lo visual, sino que también sabe usar la palabra para reforzar el carácter simbólico de todo lo que ocurre. En este caso concreto, mientras está siendo engullido por el pez, Roúl exclama «siempre que me quedo solo es cuando lo doy todo por perdido«. Lo interesante es que la simbología de «Budapest» no suele ser tan ramplona, tan de sumar dos más dos… También hay mucho surrealismo en este maravilloso cómic que tan pronto plantea símbolos asequibles para cualquiera como que se escurre hacia el surrealismo puro y duro. Para que nos entendamos: Roúl Nada puede tener destellos de genialidad discursiva como la mencionada más arriba, pero también puede ocurrir que el leñador ya mencionado en varias ocasiones se marque sin venir a cuento una digresión tan sublime como la que encierra la pregunta «¿no le da rabia la gente que dice que si no se toma un café no es persona?«.
El equilibrio entre simbología y surrealismo es lo que convierte a «Budapest» en una joya del cómic reciente de nuestro país: un tomo que se lee en un suspiro pero que te deja la sensación de haber asistido a un espectáculo mágicamente profundo. Como cuando un cuadro te explica una historia larguísima que en verdad no existe pero que te has inventado tú mismo mientras intentabas descifrar todo lo propuesto por el artista. [Más información en la web de Chema Peral y en la de La Cúpula]