Conor Oberst hace tiempo que se convirtió por méritos propios en una de las figuras principales de la escena folk americana gracias una actividad casi continua que suele tener como resultado, en la mayor parte de las ocasiones (ojo, no siempre), trabajos de gran nivel. El chico viene a ser algo así como el Jack White del género, pues proyectos no le faltan: su banda principal y la preferida por la mayoría de todos nosotros es Bright Eyes, con la que ya lleva más de diez años trabajando… Pero, a partir de ahí, se abre un interesante abanico de agrupaciones paralelas (muchas ya disueltas como Desaparecidos o Park Ave.) en las que el músico de Nebraska también hace gala de su talento. Ahí están por otra parte Monsters of Folk, de quienes muchos esperábamos algo mejor teniendo en cuenta que es un conjunto que agrupa a tres de los tótems del folk estadounidense como son Matt Ward, Jim James (de My Morning Jacket) y el propio Oberst. Recientemente, Conor también se ha lanzado a grabar en solitario acompañado de la Mystic Valley Band, relación que de momento ha resultado en dos álbumes.
La última referencia discográfica de Brigh Eyes hasta ahora data de 2007: ese gran «Cassadaga» (Saddle Creek, 2007) que muchos convirtieron en uno de los mejores discos de americana de ese año, así como el trabajo que finalmente asentaría la trayectoria de un Oberst que se había dado a conocer al gran público dos años antes con el ya clásico «I’m Wide Awake, It’s Morning» (Saddle Creek, 2005). Una de las principales críticas que recibió «Cassadaga» fue su excesiva duración pero, más allá del largo minutaje sobretodo con un final innecesariamente alargado, el disco dejó el listón bastante alto para esta continuación que nos llega ahora presentada por una portada horrible. Porque no nos engañemos, las producciones con las que Oberst nos va distrayendo no están mal, pero lo que los fans estábamos esperando era un nuevo trabajo de Bright Eyes.
«The People’s Key» (Saddle Creek / PopStock!, 2011) se nos ha vendido desde el principio de su promoción, vía “Shell Games” primero y “Haile Selassie” después, como un disco más eléctrico, como si quisieran pasar página al conmovedor folk que nos habían venido ofreciendo en sus últimos trabajos y empezar así a moverse en terrenos más rock. Esto se hace notar en gran parte de las composiciones de esta séptima grabación, como en la inicial “Firewall” que, después de ese misterioso discurso de corte religioso (de manera análoga a “Clairaudients” en «Cassadaga«) arranca con un oscuro loop de guitarra y la sentida voz de Oberst versando sobre mitología. “Jejune Stars”, “Haile Selassie” o “Triple Spiral” son otros ejemplos en los que los americanos se van deslizando sigilosamente hacia un indie rock de corte clásico en el que se olvidan de su lado más acústico. Sin embargo, y pese a que estas composiciones son mucho más que destacables, no deja de llamar la atención que cuanto más escuchamos el trabajo, las canciones que más acaban brillando son las típicas de Bright Eyes, esas en las que hace tiempo que se especializaron y que también tienen cabida (minoritaria eso sí) aquí. Ahí están la ya mencionada “Shell Games”, un precioso final de la mano de “Beginner’s Mind” y una “Ladder Song” a piano que podríamos situar sin miedo entre lo mejor de la banda de Omaha y que nos recuerda que el talento de Oberst sigue tan vivo como siempre.
Visos de evolución se aprecian en este nuevo trabajo de Conor Oberst y sus inseparables Mogis y Walcott: evolución hacia un sonido más rock en el que las guitarras eléctricas y las baterías ganan en protagonismo en una mayoría de composiciones que, si bien no son redondas, bien se pueden defender como un intento más que digno de búsqueda de nuevos sonidos en los que no se habían introducido hasta el momento. Claro que los momentos más acertados coinciden con las composiciones clásicas de la banda, pero la sensación general tras varias escuchas es que «The People’s Key» no supone el bajón que quieren pintar por ahí. Una vez más, todo gira en torno a la palabra evolución.