Títulos a modo de corolario no, que me enamoro.
“Hearts” (Bella Union, 2011), el disco de debut de la banda sueca I Break Horses, conquistaba por la consecución de un rarísimo equilibrio a la hora de afrontar la ambivalencia entre la delicadeza vocal y la contundencia de texturas que sintetizaban su discurso. Ahí estaban “Pulse”, “Winter Beats” o la titular “Hearts” para certificar las bondades de su propuesta. Sin embargo, debemos afrontar que el murito de sonido a costa de la revisión shoegaze del que hacían gala Maria Lindén y Fredrik Balck en dicho álbum queda arrinconado gracias a un volantazo estilístico notorio en este “Chiaroscuro” (Bella Union, 2014), que transita sin apenas devaneos en pos de una sonoridad electrónica y nocturna.
Retomo la frase que abre este texto: títulos a modo de corolario no, que me enamoro. Pero es que es tal cual: “Chiaroscuro” se presenta y se sintetiza desde su propio nombre. Así, la cristalina voz de Lindén sirve de núcleo troncal sobre el que orbita una cierta densidad electronificada que va tejiendo penumbra en sentido centrípeto. Ejemplo de ello es esa vaporosa y fascinante “Berceuse”, ecuador del álbum, que entronca poderosamente con los Chromatics más desacelerados. Construida a partir de partículas que parecen evanescerse casi al tiempo de ser creadas, muy en parte gracias a la labor de Lindén (capítulo aparte para ella, por favor), “Berceuse” bien podría ser el centro neurálgico que sinaptiza con el resto de temas, irguiendo en ellos esa atmósfera humeante y oscura que los invade.
“Denial” y “Faith” fueron los dos adelantos presentados de “Chairoscuro”, y bien podrían ser las dos caras de la moneda del nuevo sonido de la banda. “Faith” es pulsión y cavernosidad; “Denial” es caricia y esponjosidad. Particularmente, me parece admirable cómo el susurro de Maria Lindén se erige sobre la plataforma de technazo casi anacrónico para construir “Faith”, mientras que en “Denial”, por ejemplo, la cadencia vocal sí retrotraería a cierto shoegaze primigenio ensoñador si enmarañásemos con guitarreo fuzzy su melodía. Y si ambos temas son evidentemente destacables, hay que esperar casi hasta el final del disco para encontrar la auténtica joya de la corona, ese “Weigh True Words” que es por derecho uno de los primeros grandes temas del año. Con una Lindén mágica, en “Weigh True Words” la estrofa nace casi como una versión al ralentí del “Destroy Everything You Touch” de Ladytron, dando paso a un estribillo que llega azotado por unas bases que son látigos y se convierte en ejemplo perfecto de dualidad épica-emoción: un auténtico llanto en carne viva.
Capítulo aparte, como decía, merece (Dios-te-salve) Maria (llena-eres-de-gracia) Lindén. Que la magnética vocalista de I Break Horses es la punta de lanza en la banda es algo que nos quedó meridianamente claro al puñado de fanses que les vimos hace casi un par de años en aquel Primavera Sound. Y si Maria parece ser clave en la consecución de esta apuesta sonora por parte de la banda sueca en “Chiaroscuro”, pues se dice y punto. Ahí están la muy dreamy “Disclosure” o “Ascension”, que cobra vida gracias al dulce devenir del arrullo de la cantante sobre la repetición ad infinitum de un riff sintético.
Las primeras voces tibias que se han escuchado en los medios sobre “Chiaroscuro” no me representan. Desde luego, no estoy yo por la labor de tirarles la segunda piedra. Sin ser una obra rotunda e inmaculada, el segundo disco de I Break Horses opta por la remodelación quintaesencial de su sonido sin perder la capacidad de generar excitación en el oyente. ¿Cómo podría eso ser motivo de menoscabo? En serio. Escúchenlo, denle (dense) un tiempo y gocen. No parece tan complicado.