Un día la ternura moverá el mundo.
Si la promo clásica del perfume Anaïs Anaïs me sirve para comenzar la reseña del último disco de Braids como declaración de intenciones, a la banda canadiense le basta la recuperación de unas bases rítmicas casi obsoletas en el primer tercio de su nuevo “Deep In The Iris” (Arbutus, 2015) para sentar los principios de su propuesta.
La declaración de intenciones que aloja en su seno el tercer disco de Braids queda, efectivamente, muy pronto al descubierto. No hace falta ir más allá de sus primeros cortes para intuir que hay algo (mucho) de rescate emocional en esta colección de canciones. En primer lugar, “Letting Go” conquista por su revisión paisajista, glitcheada y melancólica de cierta indietrónica fuera de circuito, casi como si el dream pop reclutara a Donnacha Costello para liderar la reforma de su constitución. Y, justo después, tanto en “Taste”, historia de un romance ensimismado, perezoso y tonto, como en una menos inspirada “Blondie”, es el romanticismo por la vía del drum & bass, muy a lo Lamb circa 1996, el tono que prevalece.
No obstante, hay otras formas de abordar los ritmos rotos en “Deep In The Iris”, ya sea por la vía de un cierto jungle algo más duro en la segunda mitad del pequeño himno de empoderamiento “Miniskirt”, mediante la secuencia insinuante y abstraccionista en la preciosa e íntima “Happy When”, o en la pequeña base casi ambient de “Bunny Rose”, otra de las mejores piezas de un disco que se advierte confesional en lo que respecta tanto a texto como a texturas. Y, puestos a terminar un álbum, habrá que terminar con lo mejor. Las percusiones hechas añicos que inundan el cierre de “Deep In The Iris” en “Warm Like Summer” se zambullen en el lirismo sencillo y a la vez intenso que construye el esqueleto del tema, donde unos acordes de piano emergen en contrapunto con su percusión desquiciada: épica de lágrima sobre mejilla, victoria inapelable.
Gozosamente anacrónico, “Deep In The Iris” recupera con fortuna un abanico estilístico casi abandonado, prácticamente de saldo, y le devuelve cierto grado de una grandeza perdida hace demasiado tiempo. Con él, Braids inciden en los preceptos propuestos en su anterior obra, el a mi gusto superior “Flourish // Perish” (Arbutus, 2013), que suponía una cierta ruptura con su también precioso y más oscuro “Native Speaker” (Kanine, 2011). En definitiva, la banda de la extremadamente talentosa Raphaelle Standell-Preston, de quien todavía nos sigue gustando incluso más su proyecto Blue Hawaii con Alex Cowan, sigue construyendo una discografía llena de belleza y rigor. Quedan un pequeño lamento y un suspiro ahogado a causa del leve estancamiento que en ocasiones creo que supone esta última obra, lo cual por otra parte no debe empañar las múltiples bondades que alberga “Deep In The Iris”, el primer disco en el que podemos empezar a vislumbrar entre sus notas un cierto verano anticipado.