Bonnie ‘Prince’ Billy es, más que probablemente, uno de los enigmas musicales más estimulantes de las últimas décadas, tanto por su propia música como por el hecho de que no es sólo un alias escogido por un músico avergonzado de un nombre demasiado común: por el contrario, Bonnie ‘Prince’ Billy es un personaje creado por Will Oldham y llevado hasta el extremo de sus máximas y muy variadas consecuencias. Es, tal y como afirma el mismo artista en este «Bonnie ‘Prince’ Billy por Will Oldham» (publicado en España de la mano de la editorial Contra), una especie de cuerpo vacío que una persona con múltiples inquietudes e intereses puede habitar para, sin poner en peligro su integridad íntima y personal, dar rienda suelta a todas esas posibilidades a través de un personaje protéico al que no se le puede pedir ningún tipo de coherencia a la hora de intercambiar sus máscaras porque no es más que eso, un personaje. Las mutaciones se suceden en un eterno fluir en el que todo parece tener sentido porque, inevitablemente, todo existe a la vez en una dimensión unívoca. Ya se sabe: sólo los niños, los borrachos y los personajes de ficción dicen la verdad.
Pero hay otro motivo por el que Bonnie ‘Prince’ Billy es un enigma: su ya mítica alergia a las entrevistas. Una alergia contra la que sólo utilizó antihistamínicos durante la promoción de su disco «Beware» (Drag City, 2009) para, al fin y al cabo, demostrarle a su discográfica que una promoción tradicional no conseguiría que un artista como él vendiera más discos. Precisamente en relación a este último punto es donde hay que sopesar la auténtica valía de «Bonnie ‘Prince’ Billy por Will Oldham«. Tal y como escribe en la introducción el propio Alan Licht: «¿Por qué iba a aceptar Oldham dar una entrevista de la extensión de un libro? Una razón es para contestar preguntas sobre su pasado en un solo volumen, para proporcionar una fuente de información básica de consulta a futuros interlocutores… y quizá así no tendrá que dar tantas entrevistas«. Este prólogo actúa también, sin embargo, como maldición sobre el libro: más allá de esta intención que casa perfectamente con el disgusto del artista ante ser entrevistado, hay que tener en cuenta que Licht es un músico que ha acompañado a Oldham en gran parte de su carrera. También es un musicólogo que ha escrito varios libros centrados en el minimalismo, pero eso parece quedar siempre fuera de la casa en la que ambos están charlando: ya sea por pudor o por respeto a su amigo, Licht convierte la entrevista en una sucesión brusca de preguntas y respuestas que raramente se aventura a ir más allá de la intención de ser esa «fuente de información básica» que él mismo menta y que, sin embargo, queda lejos de las múltiples capas de profundidad que los fans de Bonnie ‘Prince’ Billy suelen encontrar en este personaje y en su música. En ocasiones, la conversación se torna frustante cuando una línea de reflexión abierta se ve cortada por una pregunta que cambia de tema por completo.
Pero lo cortés no quita lo valiente, y por mucho que «Bonnie ‘Prince’ Billy por Will Oldham» se centre más en lo biográfico y en la superficie que en lo metafísico y lo profundo, la carrera de este artista es lo suficientemente apasionante como para mantenerte pegado a las páginas del tomo sin posibilidad de escape. Los discos se repasan uno y uno en orden cronológico, construyendo así una pluscuamperfecta obra de de consulta para releer fragmentariamente en el futuro cuando quieras encontrar sentido a esta canción o aquel disco. Y, sin embargo, es inevitable que el mayor interés surja cuando la conversación transcurre por los parajes entre la realidad y ficción: Oldham fue actor hasta que se dio cuenta de que la realidad de este oficio nada tenía que ver con su idea de lo que debería ser un intérprete. Y así, de rebote y porque la música siempre había estado presente en su mundo, acabó abrazando esta profesión que, al fin y al cabo, era lo que más se parecía a su idea de lo que tendría que ser un actor. Él mismo lo puntualiza en una respuesta: «Estoy seguro de que la relación que tengo con los actores es parecida a la relación que tengo con las canciones, porque los actores son sus interpretaciones; no es gente que viva fuera de sus interpretaciones, en mi mente. Así que al final son como canciones. En muchos aspectos, actuar es como versionar una canción. Tiene mucho que ver con la flexibilidad y con intentar aceptar mucho de lo que ya está ahí«.
Es en esta relación entre música y actuación, entre las máscaras y quien se esconde detrás, donde «Bonnie ‘Prince’ Billy por Will Oldham» adquiere su relevancia primordial. Y, pese a ello, y en un alarde de coherencia con su eterna socarronería, Oldham siempre está apartando a manotazos los moscardones de la alta cultura. Lo suyo es más bien el oficio y la artesanía sin ínfulas de estrellato (pero con mucha capacidad de trascendencia), la sátira que aligera un peso específico que tiene que ser entendido por quien escucha, nunca alimentado por quien crea. Detrás de Bonnie ‘Prince’ Billy, Oldham puede reírse a mandibula batiente de la industria que necesita para sobrevivir: «Hacer discos es comercio. Se trata de engañarte a ti mismo como compositor y artista -y al público- para no pensar en ello y aceptarlo. Es como cuando vas andando por la calle y dices <<Mira qué buen culo tiene esa chica>>. No tienes en cuenta que de ese culo salen pedos con mierda. Es algo así«. Oldham se ríe de la industria y asume el engaño como motor de vida, eso está claro. Pero nunca se ríe ni de lo que hace ni de quien escucha. Será por eso que es imposible reírse cuando él habla, cuando contesta a las preguntas de Licht. Sólo hay espacio para la rendición y el respeto.