La tentación es demasiado poderosa: muchos quisieron ver en el volantazo de «Match Point» una vía de escape para Woody Allen desde la mediocridad de sus últimas cintas hacia un nuevo paradigma dramático, así que no es de extrañar que su regreso a la apatía hiperactiva de sus últimos comedietas (siendo «A Roma Con Amor» la cúspide en cuanto a bochorno) haya sido acogido con frialdad y con gesto torcido de tedio y aburrimiento. En semejante situación de barrena creativa, tampoco es de extrañar que «Blue Jasmine» esté siendo señalada últimamente como «el mejor Allen desde hace años»: es esto un nuevo hacia el drama absoluto y recalcitrante, esta vez sin ínfulas de thriller clasicote americano sino más bien entremezclado con una estructura plenamente alleniana. Pero, ¿estamos realmente ante «el mejor Allen desde hace años» o más bien deberíamos hablar de un nuevo espejismo invocado por artes muy antiguas en manos de un prestidigitador que, por muy cansado que esté, sabe cómo construir las mejores ilusiones a partir del aire vacío?
Antes de responder a esa pregunta, es necesario convenir que «Blue Jasmine» pivota sobre dos grandes (grandísimos) aciertos que, a su vez, también tienen sus correspondientes matices. El primero de ellos es la presencia casi carnívora de Cate Blanchett: su composición de la Jasmine del título es magnética, hipnótica y poderosamente visceral. No tiene que haber sido tarea fácil enfrentarse cara a cara con el personaje de una pija que se cree con derecho genético al dinero, al lujo y a la abundancia pero que, de repente, ve cómo la superficialidad de la fachada de su vida se resquebraja y cae al suelo en pedazos que retumban dentro del cerebro con la fuerza de un cuadro esquizofrénico de librillo. De pronto, el marido de Jasmine no es tan perfecto, su vida en común no es tan sólida, su hijo no es tan amoroso y su futuro, en vez del azul del título, está teñido de un negro trágico. Y Blanchett no sólo consigue que el espectador no odie a esta pija que, si hubiera caído en manos de la Coppola, hubiera sido lapidada públicamente, sino que también se sale con la suya a la hora de abordar una enfermedad psicológica que bien podría haberse quedado en cliché con voluntad de epatar pero que es llevado hasta el extremo más incómodo para quien mira.
Ahora bien, si es cierto que hay que elogiar el trabajo de Blanchett, uno de esos trabajos capaces de cambiar la materia sensible de un film (de forma similar a lo ocurrido recientemente con «La Vida de Adele«), también hay que reconocer que el resto del elenco sigue anclado en la modorra alleniana de coger a actores para que se interpreten a sí mismos o a sus personajes más prototípicos, ya sea con el seductor canalla de Alec Baldwin, el moralmente rastrero Louie C.K. o el arrabalero Bobby Cannavale. Este exceso de autocomplacencia, al final, inevitablemente acaba lastrando el excelente trabajo de Cate Blanchett y haciendo que su terrible mirada flote en el vacío. Sola. Eternamente sola.
La segunda concesión que hay que hacerle a «Blue Jasmine» es su voluntad de abordar el drama desde una perspectiva más cercana a Woody Allen que aquel thriller negro que se le notaba impostado en «Match Point«: en esta ocasión, la estructura interna del film es calcada a la de cualquier otra opereta ligera del realizador. Pero, en esta ocasión, la enfermedad mental de la protagonista actúa de termita destructiva en los cimientos de la trama, royéndolos poco a poco hasta que consigamos que se derrumben en ese impactante plano final y tengamos que reconocer que en lo que hemos visto hasta ese momento ha habido muy poco de comedia, por mucho que hayamos querido pensar lo contrario y por mucho que la platea del día del espectador se esfuerce en reír a toda costa, espoleados por el hecho de que esto es una película de Woody Allen y por lo tanto «tiene» que ser una comedia.
Ahora bien, ¿es este impacto final, este triunfo aplastante de la tragedia por encima de la comedia alleniana, algo deliberado o simple y llanamente nos encontramos ante un alarmante caso de indecisión de tono? Porque lo cierto es que, superado el impacto final y pensando (muy) en frío la estructura interna de la película, es inevitable pensar que este acierto final es poderoso pero también algo azaroso: «Blue Jasmine» funciona con el mismo divagar narrativo de la mayoría de films de Woody Allen, donde la brillantez de los diálogos suele suplir un verdadero diseño argumental y de realización, donde el toma y daca entre personajes impulsa la cinta hacia adelante sin necesidad de fabular laberintos narrativos. Siguiendo este paradigma, y teniendo en cuenta que en «Blue Jasmine» no hay evolución alguna (el punto de partida y el de llegada en el personaje de Jasmine es exactamente el mismo, solo que al final conocemos su -poco sorprendente- historia), es inevitable pensar este deambular entre drama y comedia como un remanente de los vicios habituales del director y no como algo brillante e intencionado.
Así las cosas, repito la pregunta: ¿el mejor Woody Allen en años o un espejismo en el que el espectador pone mucho más empeño que el propio director? Como siempre, todo depende de los ojos con los que se mira. No hay duda alguna al respecto de que «Blue Jasmine» es un encarrilamiento después del batacazo ostentoso de «A Roma Con Amor«… Pero, a su vez, tampoco habría que dejarse llevar por esa tendencia a considerar el drama más serio y completo que la comedia y convenir que, más allá del acierto de Cate Blanchett, a «Blue Jasmine» le falta amor en su fórmula y le sobra autoconsciencia a la hora de recurrir a la tragedia como generador de consenso artístico. En mi humilde opinión, en «Midnight in Paris» Allen parecía pasárselo mucho mejor con sus personajes, su historia y su película. Visto lo visto, a lo mejor tocaría reivindicar aquella dulce rareza como el mejor Allen en años.