No debe de haber sido fácil la génesis de esta «Blancanieves«. En primer lugar, cabe imaginar que conseguir financiación para una película muda en blanco y negro no debe de ser una tarea particularmente agradecida, y menos en por estos lares, y menos todavía en la actual coyuntura. En segundo lugar porque, una vez conseguida la pasta, su autor se encontró un buen día con un torpedo directo a su línea de flotación al enterarse de que existía una cosa titulada «The Artist«. Y, para rematar la función, el tipo debió de tener ganas de retirarse a una cueva cuando vio que Hollywood iba a producir no una sino dos nuevas versiones del clásico cuento y que ambas se iban a estrenar en este 2012 y con apenas unos meses de diferencia. Es decir que, para cuando su película se estrenase, al público ya no le sorprendería la propuesta formal (de hecho, más de uno le acusaría de oportunista) y estaría hasta los mismísimos de escuchar la eterna historia. Algo muy importante tenía que contar el tío para que esto saliera adelante: mucho tenía que aportar para conseguir sacar la cabecita y ya no digamos lograr una mínima repercusión. Y resulta que así ha sido.
El director de «Torremolinos 73» reinventa la historia de la pobre huérfana puteada por su malvada madrastra situándola en la Sevilla de los años 20 y sumergiéndose a fondo es ese universo, hasta darle a la película un toque rancio y cañí que se mueve con habilidad entre lo nostálgico y lo cínico, entre la recreación reverente y el cachondeíto sano desde una perspectiva contemporánea. Y es precisamente ese equilibrio en el tono el gran acierto de «Blancanieves«: el ingrediente secreto que consigue convertir en disfrutable lo que podía haber sido una mezcla bastante indigesta. La película es al mismo tiempo inocente y resabiada, vitalista y amarga, desprejuiciada y cruel, y esa permanente (y quizá solo aparente) contradicción en la que se mueve le sienta como un guante a ese país de pandereta, pobreza, picaresca y mala hostia que quiere describir.
Deslumbra en su arranque y, aunque quizá afloja un poco después de ese poderoso prólogo que nos explica el auge y (ejem) caída del padre torero, se las apaña para ir encontrando truquitos por aquí y por allá que mantengan nuestra atención. Y qué mejor truquito, por supuesto, que esa inmensa Maribel Verdú que agradece el regalo que le hace su director entregando un trabajo soberbio, poniendo todos sus recursos a pleno rendimiento y siendo todo lo paródica e histriónica que haga falta, pero sólo en las dosis justas y en los momentos adecuados. Su presencia es desde luego la que vertebra la película y, aunque disfrutamos como enanos cuando ella está dentro del plano, la película sufre y se resiente mucho (quizá demasiado) en los momentos en los que desaparece. Aunque, también es verdad, Josep Maria Pou pone su granito de arena y anima algo el cotarro justo cuando las fuerzas comienzan a flaquear, en ese desenlace quizá algo sobrado de metraje.
Alguien ha dicho por ahí que, mientras «The Artist» era un homenaje al cine mudo americano, «Blancanieves» a quien rinde pleitesía es a los maestros europeos de aquella época. Es cierto y, de hecho, no es difícil en muchos momentos empezar a citar a Murnau, Dreyer, Lang, etcétera; pero si algo comparte esta cinta con la de Michel Hazanavicius es su manera de transmitir el amor al cine, el que sea, y ahí está para demostrarlo ese plano que no vamos a revelar y que no cuesta mucho emparentar con «El Crepúsculo de los Dioses«. Ambas, eso sí, difieren bastante más de lo que puede parecer a simple vista y, mientras «The Artist» prefería recrearse en la anécdota buenrollista (y bien que se desenvolvía en ese terreno), Berger pretende llevarla más allá y usar esta forma de expresión como vehículo imprescindible para transmitir con viveza este relato españolazo de envidias, cotilleos, quedirán y hasta enanitos toreros. Se podrá discutir hasta qué punto logra ese propósito o en qué medida la película acaba enamorándose demasiado de sí misma, pero nadie le podrá negar valentía, decisión y oficio. Queremos ver más cosas como esta por aquí.
[NOTA: 7,0]