«Blade Runner 2049» ha levantado una polémica que ha dividido a lovers y haters… Nosotros, sin embargo, nos quedamos con un «ni chicha ni limoná».
Con las sagas ocurre lo mismo que cuando te reencuentras con un viejo amor, que hay tres opciones: salir por patas (lo más sensato), enamorarte irremediablemente de nuevo (tenemos un poema) o alegrarte de saber de esa persona constatando que ya no es lo que era y chimpún (lo más común). Pues bien, esto último es lo que sucede con la nueva entrega de «Blade Runner«… o al menos lo que me ocurrió a mí misma como fan de la peli original. Para aquellos que no la vieron, no sé realmente qué significará esta segunda como experiencia cinematográfica.
Todos teníamos los ojos puestos en esta esperadísima (y temida) «Blade Runner 2049«, y estaba claro que a Denis Villeneuve le iban a caer palos de todas partes. Aún así, el director, sin que le tiemble el pulso, se acerca a una obra de arte que resiste las leyes del tiempo y del espacio, con su horda de fans y críticos dispuestos a, llegado el momento, comerte vivo por desacralizar un tótem de la historia del cine. En plan kamikaze, Villeneuve se mete en este berenjenal y no solo consigue salir ileso, bueno, con algún rasguño, sino que además sale sin despeinarse. Y ante eso no podemos más que quitamos el sombrero, no sin antes resaltar algunos peros. Nos adentramos en la sala de despiece…
CONTINUACIÓN VS INNOVACIÓN
Denis Villeneuve, director de «La Llegada«, una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años, ha optado por la admiración y la continuación. Al canadiense se le ve respetuoso con lo que tiene entre manos, rinde tributo a Ridley Scott constantemente y, más que tomar la oportunidad de crear algo nuevo, ha preferido mantener el tono y la atmósfera de su predecesor.
Ese respeto no es un defecto en sí mismo, y tampoco es que Villeneuve esté falto de ideas, pero son tantos los guiños que te planteas: ¿en serio que en 30 años los blade runners siguen usando los mismos coches y las mismas pistolitas? La ciudad no ha cambiado apenas, solo vemos que se expande hasta el infinito; y la pantalla-anuncio gigante con una cara asiática femenina, ¿no la habíamos visto ya? No se trataba de construir un mundo radicalmente diferente del de la anterior entrega, sino de introducir cambios dentro de lo que es la evolución lógica de la diégesis. Villeneuve, sin embargo, ha preferido mantener intacto el mundo icónico de aquella y no arriesgar con demasiados cambios.
Eso sí, las panorámicas de cosecha propia son espectaculares: los paisajes de luz naranja radioactiva, la aparición de K (Ryan Gosling) entre la niebla del inicio, las extensiones infinitas de las granjas, los vertederos, el muro que circunda la ciudad y la protege del mar son de una belleza brutal -de brutalismo comunista-, con enormes construcciones y espacios vacíos de apabullante potencia para recordarnos tanto la grandeza como la pequeñez del ser humano. Y eso «Blade Runner 2049» lo hace muy bien.
EN SERIO, ¿EL FUTURO ERA ESTO?
Ya hemos comentado que en el futuro de «Blade Runner 2049» no ha cambiado gran cosa. En el film de Ridley Scott, los replicantes Nexus 6 eran seres notablemente superiores. Daryl Hannah y Rutger Hauer eran dos rubios esbeltos y atléticos al lado de los cuales los humanos no eran más que seres mediocres a los que aplastar con una mano. Aquí, en cambio, tenemos a K, Ryan Gosling, que se merece un párrafo aparte, y a Luv, Sylvia Hoeks, la mano derecha de la todopoderosa Wallace Corporation. Su predecesora Rachael, interpretada por Sean Young, era un ejemplar único capaz de poner la vida de Harrison Ford patas arriba. En esta, sin embargo, Luv es solo un brazo ejecutor con cara de muy malas pulgas a la que parece que le hayan metido un palo de escoba por el culito. Para tratarse de los seres que podrían poner en peligro el futuro de nuestra especie, van un poquito justos de personalidad y carisma.
La única que parece transmitir calidez es un holograma, una de las pocas novedades que nos guarda el futuro. Joi es un concepto que ya vimos con la película «Her» de Spike Jonze, pero más desarrollado y más palpable su contradicción también: una figura y personalidad a la que no solamente oímos sino que también vemos, pero a la que no podemos tocar, subrayando el problema de la incorporeidad, ahondando en la dicotomía de la realidad frente a la ficción. Si lo irreal nos conmueve y emociona, ¿es menos real? ¿Eso que sentimos es más genuino? Ana de Armas en el papel de Joi, un ser encantador creado exclusivamente para el placer, interpreta dos momentos de gran belleza de la película: la escena de la lluvia y el episodio de cama con K. Dos escenas-concepto que nos recuerdan la capacidad de las imágenes en movimiento para plasmar ideas.
RYAN GOSLING, ESE HOMBRE…
En este futuro ya se ha superado la clásica duda de la ciencia ficción sobre si las máquinas son capaces de sentir emociones. Aquí, la cuestión fundamental que nos ocupa es más bien saber si Ryan Gosling es capaz de transmitir alguna emoción como actor. Su elección para el papel protagonista tiene que deberse más bien a una estrategia de marketing para atraer a público joven que a sus dotes interpretativas.
Este chico te pone la misma cara bailando un número de claqué que matando robots en un futuro postapocalíptico. Esa mirada perdida (en serio, que alguien le explique la diferencia entre intensidad y profundidad), y su cara de payés de Ohio que sostiene un palillo mientras se bebe una Budweiser (sin que se le caiga el susodicho palillo), que nos regala como todo registro interpretativo, no hacen más que constatar que tenemos un problema… Ni siquiera Ana de Armas (!!!) consigue cambiarle el gesto. Ryan, my dear, tenemos que hablar.
NI CHICHA NI LIMONÁ
«Blade Runner 2049» es una película notable, y eso es gracias y a pesar de su predecesora: el planteamiento filosófico y moral de la primera entrega es un filón de oro para hacer una continuación de la trama que no se ha sabido explotar en su totalidad. El argumento va a satisfacer a los fans, es lenta pero entretenida, con un reparto digno y unas imágenes de gran belleza. A Villeneuve le ha quedado una película correcta, pero a la que le falta poesía.
A muchos les echará para atrás el metraje de 2 horas y 43 minuts. Pero ni eso, ni Ryan Gosling, ni personajes un poco planos, ni pocas novedades técnicas, ni algún pufo de guión son, en realidad, el problema del largo de Villeneuve. El mayor reproche que se le puede hacer a este nuevo episodio es su alarmante falta de profundidad. Los diálogos que los replicantes mantenían con sus creadores o el mítico monólogo final de una de las muertes más icónicas del cine (esta vez tendremos que conformarnos con un Ryan Gosling mirando la nieve caer) brillan por su ausencia.
K tiene dudas sobre su identidad, se debate entre el deber o el libre albedrío, se cuestiona la traición a su propia especie. En su viaje interior, indaga sobre sus raíces y se topará con el descubrimiento de una verdad dolorosa por la que estará a dispuesto a morir. Sí, hay dilema moral y filosófico, esto es ciencia ficción, no un cuento de hadas, pero le falta calado y profundidad, y se encuentra a años luz de un sentimiento tan universal como es el miedo a morir. En la nueva entrega, K no se plantea nada, le hacen creer que es una cosa que no es, marean la perdiz y, además, al final no te explicaran la pieza que le falta al puzzle. ¡Ea!
La de Ridley Scott era (y es) una película lenta, oscura, introspectiva, filosófica, que se hace preguntas sobre la existencia y el fin de esta, sobre qué nos hace humanos. Apela a sentimientos universales. Un reparto en estado de gracia y una banda sonora espectacular hicieron el resto. Será que, a veces, una obra de arte le debe mucho al talento, pero también al azar y a los hilos que este mueve para sus diferentes elementos encajen perfectamente. Villeneuve tiene buenas ideas y las tablas necesarias para ejecutarlas, no le falta maestría. Sin embargo, cuando veo a sus replicantes moverse sin pena ni gloria, me parece oír la voz de Roy Batty y a sus míticas palabras planear sobre sus cabecitas “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”. Los dioses han hablado. [Más información en la web de «Blade Runner»]