Aunque todo el mundo afirmó que el dj set de Björk en el Sónar 2017 fue una pasada, hubo quien quiso ponerle «peros»… Vamos a desmontar esos «peros».
«Que lo llame como le dé la gana, pero que no lo llame dj set«, «podría ser su prima, porque a ella no se la ve«, «es que está poniendo lo que le da la gana«, «se la pela que aquí haya público«… Estas y muchas otras lindezas sobrevolaban el SonarHall ayer 14 de junio en la sesión inaugural de cuatro horas con la que Björk dio el pistoletazo de salida a los fastos del Sónar 2017. Eso sí, hay que reconocer que, antes de todas las frases del inicio de este párrafo, todo el mundo abría fuego con una certeza: «está siendo una puta maravilla, pero…«. Sí, «pero».
Todo el mundo parecía encontrarle peros a la sesión de Björk por mucho que todos estuviéramos de acuerdo en que lo que estábamos viviendo en primera persona era uno de esos hitos destinados a mutar la hache por una eme y acabar convertidos en mitos. Puros y duros. Así que es normal que, ante todos estos «peros» que nunca acabé de comprender ni compartir, me viera constantemente abocado a repetir una y otra vez la mismas conversación. Una conversación que podría resumirse en «ni peros ni niños muertos, esto está siendo una jodida pasada«. Y punto.
Pero empecemos por el principio… Y el principio es ni más ni menos que el talk show que Björk ofreció unas horas antes de subir al escenario del SonarHall como parte de una jornada de Sónar+D exclusiva para profesionales. Puede que, más que un talk show, aquello fuera más bien una entrevista ultra pactada (y bastante descafeinada) en la que el entrevistador no supo sacarle punta a la islandesa. Aun así, Björk dejó caer perlas absolutas que ayudarían a entender su posterior dj set. Para empezar, admitió que pincha con GarageBand porque es más fácil de usar que otros programas con los que se haría un lío una vez lleva encima dos copas de más. Más todavía: normalmente, se trae las sesiones preparadas en el GarageBand, pero en esta ocasión, aunque lo había preparado todo el día anterior, se olvidó de guardar la sesión y se encontró con que no sabía exactamente qué pincharía por la noche.
Eso sí: en el talk show ya advirtió de que las dos primeras horas de su sesión iban a estar consagradas a la música clásica y al world music, y que hasta franquear el portal de entrada de esas dos horas no entraría en materia de baile. ¿Una sorprendente declaración de intenciones destinada a tocar las pelotas de cualquiera que hubiera comprado su entrada pensando en cuatro horas de fiesta y jarana erótico-festiva? Pues mirad, chiquis, si alguien compró su entrada con esa idea en la cabeza, es que no tenía ni repajolera idea de quién es Björk y de cuál es su aproximación a la música, ya sea en el estudio, en directo o pinchando.
Y aquí es cuando entramos en materia y empezamos a desmantelar todos los «peros» que intentaban matizar el carácter puramente legendario del dj set de Björk. Empecemos por la superficie de la pura estética… El SonarHall, ya de por sí el espacio más lynchiano del recinto del Sónar gracias a las ya icónicas cortinas rojas que delimitan el espacio, transmutó en el final de episodio pluscuamperfecto para la tercera temporada de «Twin Peaks» al convertir el escenario en una especie de micro-selva repleta de palmeras, plantas y árboles entre los que casi resultaba imposible distinguir a Björk.
El sugerente contraste de colores parecía calculadísimo: la sala roja, el escenario verde y Björk, como una especie de aparición espectral, vestida de blanco en una única pieza blanca que la cubría de pies a cabeza, que estaba coronada por un extraño sombrero en el mismo material del traje y que solo tenía oberturas en los ojos y en la boca (ojos y boca que dejaban muy claro que la que estaba pinchando era ella y no su prima la del pueblo). La elección de este outfit no fue para nada casual y encuentra su plena justificación en la propia trayectoria de la artista: para empezar, Björk siempre ha demostrado un gusto particular por la extravagancia extrema en los modelos que viste a la hora de presentarse ante el mundo; y, sobre todo, sería absurdo obviar que la islandesa parece embarcada últimamente en una particular cruzada a favor del post-humanismo. Una aniquilación no solo de la forma humana, sino de su forma humana en particular.
Las máscaras ya aparecieron en «Medúlla» (Elektra, 2004), pero ha sido a partir de su reciente y sublime «Vulnicura» (One Little Indian, 2015) cuando este concepto se ha sublimado para circunscribirse dentro de esa comunidad de post-humanos que quieren dejar atrás su cuerpo para convertirse en avatares virtuales. De un tiempo a esta parte, Björk usa la máscara (y el disfraz en general) no para ocultarse, sino para explorar nuevas personalidades que enriquezcan los límites del mundo en el que vivimos, para amplificar su propia identidad usando herramientas que parecen extraídas del mundo digital en general (y de los editores de personajes de los videojuegos en concreto). La nueva Björk es un avatar que habita un mundo totalmente íntimo que, sin embargo, se exhibe ante el mundo como experiencia interactiva, tal y como demuestran los experimentos con realidad virtual que también pueden verse en este Sónar dentro de la exposición «Björk: Digital» en el CCCB.
¿Y la música? ¿Por qué hubo quien dijo que a esto no se le podía llamar dj set y que era una sesión pinchada dándole la espalda al público? Repito: si alguien esperaba un dj set al uso y complaciente con los asistentes, es que no tenía ni idea de quién es Björk. Al fin y al cabo, las cuatro horas que la artista nos regaló nunca pretendieron ser un dj set, sino una invitación directa a contemplar (y escuchar) cómo suena el interior de la cabeza de la islandesa. Todos hemos soñado alguna vez con meternos dentro de la cabeza de nuestros ídolos, descubrir cuáles son sus procesos de pensamiento, fascinarnos con la tela de araña de sus razonamientos, maravillarnos con cómo suenan las melodías internas de su cerebro.
Pues eso fue lo que nos ofreció Björk: un billete de ida hacia el corazón de esa jungla oscura, caótica, fragmentada, heterogénea y exuberante que es su cerebro (o, por lo menos, la parte de su cerebro con la que asimila y aprehende la música). Tal y como prometió en el talk show, las dos primeras horas se mostraron remolonas: la primera media hora fue, directamente, un delirio clásico de piano y flauta, y a partir de ahí fue subiendo el tempo de forma casi imperceptible pero firmemente imparable. En mi caso personal, el verdadero turning point de la sesión fue cuando corrí hacia el escenario al salir del WC pensando que Björk estaba pinchando a Drake y resulta que no, que no era Drake, sino una africanada maravillosa que demostraba de dónde salen todos esos sonidos que actualmente nos chiflan reflejados en la música de ciertos artistas de difusión masiva.
A partir de ahí, el dj set de Björk explotó en una celebración de banghra y otras músicas de toques orientales que actualizaron un discurso que M.I.A. tiene abandonado desde hace algún tiempo. Y ya en la hora final, la artista puso toda la carne en el asador con una verdadera mascletá en la que cada petardo nos dejaba más boquiabiertos e impactados que el anterior: calentitos nos llevamos los hits de ANOHNI, Kelela o el inconmensurable «Oui» de Jeremih, pero más difíciles de olvidar serán la versión hindú (o algo así) del «I Will Survive» de Gloria Gaynor, el cierre con «Bombay» de El Guincho o, por encima de todas las cosas, la mezcla más raruna pero lubricada del mundo: el «Smack My Bitch Up» de Prodigy trenzado con el «Orinico Flow» de Enya. Como. De. Fuerte.
«Que lo llame como le dé la gana, pero que no lo llame dj set«, «podría ser su prima, porque a ella no se la ve«, «es que está poniendo lo que le da la gana«, «se la pela que aquí haya público«… Si alguien os dice algo de esto al respecto del dj set de Björk en el Sónar 2017, decidles que no tienen ni puta idea y, a continuación, desmontad sus teorías con todas las claves que os acabo de ofrecer. Porque ante algo como lo que vivimos anoche en el SonarHall no hay espacio para los «peros»: fue un momento histórico no solo para el festival barcelonés, sino también para todos los asistentes. Yo, personalmente, no puedo esperar a que pasen veinte años y pueda fardar ante las nuevas generaciones al decir que yo estuve allá, que estuve flotando durante casi cuatro horas y que Björk volvió a demostrar que hace lo que le sale del potorro, pero que al hacerlo nos permite siempre lanzar una mirada a través de una grieta en el muro del presente para vislumbrar un destello de cómo será el futuro. [Más información en la web del Sónar 2017]