Puedes ver la exposición «Björk: Digital» hasta el 24 de septiembre… Nosotros ya la hemos visto, y esto es lo que pensamos (y hemos sentido).
El cliché es el siguiente: Björk está loca. Aunque, a la vez, el cliché también es este otro: Björk es una genia que no vive en nuestro espacio y en nuestro tiempo, sino que habita un futuro que solo ella es capaz de divisar y que nos sirve en bandeja de plata aquí y ahora para que podamos saborearlo en primicia y en exclusiva. Como todos los clichés del mundo, estos dos contienen verdades como puños… Pero es necesario admitir que los clichés son algo contra lo que hay que luchar y, en este caso, no existe mejor lugar para ello que la exposición «Björk: Digital» que todavía puede verse en el CCCB (Barcelona) hasta el próximo 24 de septiembre.
Empecemos, sin embargo, con una aclaración: «Björk: Digital» no es una exposición al uso, de esas en las que tu único papel es deambular de sala en sala leyendo paneles informativos y observado memorabilia diversa sobre un autor célebre (para que nos entendamos con algo que nos queda cerca: «Björk: Digital» no es «David Bowie is…«, ni mucho menos). Por el contrario, lo que se plantea aquí es un recorrido con una narrativa interna propia a través del último trabajo de Björk hasta la fecha, ese «Vulnicura» (One Little Indian, 2015) que ha marcado un nuevo pico de calidad en la carrera de la artista al nivel de sus trabajos más icónicos (si alguien me pregunta a mi, «Homogenic» -Elektra, 1997- y «Vespertine» -2001-, pero cada uno tendrá sus favoritos, ¿verdad?).
Por si todavía queda alguien que no lo sepa, «Vulnicura» ha sido descrito por la propia Björk como una bajada al Infierno de su ruptura con el artista Matthew Barney y cómo afecto esta misma a su relación con la hija de ambos. (Pequeño inciso: por suerte para los que sufrimos este disco por exceso de empatía con Björk, la islandesa también ha confirmado que, si esto fue el Infierno, su próximo álbum ascenderá hacia el Cielo, así que ya podemos respirar tranquilos.) Por lo tanto, «Björk: Digital» es una invitación no a contemplar ese descenso hacia al averno emocional más descarnado… Sino a vivirlo en primera persona
La exposición se abre con «Black Lake«, el opus emocional megalómano que establece las bases atmosféricas de «Vulnicura» a lo largo de diez minutos de oleaje musical con la marca de la casa de Arca a la producción. En este caso, no podría haber mejor introducción para la exposición: una sala a oscuras con dos pantallas, dos Björks que cantan y sobre todo viven «Black Lake» cada una a su ritmo, imponiendo sobre el sonido de la sala diferentes patrones sonoros que invitan a moverse por el espacio siguiendo la voz de la artista como un canto de sirena. La pieza audiovisual de Andrew Thomas Huang engulle al visitante a múltiples niveles: físico y, sobre todo, anímico. Y es que, si de clichés hablamos, aquí Björk se desnuda y va más allá de la loca o de la genia: se plantea a sí misma como un alma puramente humana totalmente desgarrada por lo que está viviendo. Se puede observar en sus movimientos. Se puede identificar en la expresión de su cara. Se puede rastrear en un aura ominosa en la que se palpan los colores del dolor.
«Black Lake» también es el inicio de un viaje que nos llevará pasito a pasito hacia una inmersión tecnológica. Si en esta primera pieza nos podemos mover con total libertad alrededor de la sala, a partir de aquí todo lo haremos cruzando el portal mágico de las gafas y los equipos de realidad virtual y/o realidad ampliada. La segunda parada del viaje es la archiconocida pieza del mismo Andrew Thomas Huang para «Stonemilker«, en la que los movimientos circulares sobre tu propio cuerpo (sentado en un taburete) y cabeza te permiten pasar un rato con Björk en la costa islandesa. El resultado es impresionante: la artista se va desdoblando en diferentes versiones de sí misma que puedes ir rastreando siguiendo la dirección del sonido (o puedes mirar al mar y observar cómo las olas contra las rocas aparecen en primer plano sonoro). La expresividad de la islandesa, al fin y al cabo, es una tela de araña en la que resulta imposible no acabar atrapado.
A continuación, «Quicksand» vuela libre como una de las experiencias más intensas del recorrido con una la pieza de realidad aumentada de Neri Oxman que se emitió en directo en todo el mundo reproduciendo una actuación de Björk en el Maraikan de Tokyo. Las volutas de energía multicolor volando alrededor de la artista y a tu alrededor harán que, si has decidido disfrutar de «Stonemilker» de forma pasiva, cambies a modo «activo» y no puedas parar de girar sobre ti mismo para gozar de este espectáculo. Por desgracia, la pasividad volverá a apoderarse de ti en «Mouth Mantra«, la decepcionante pieza de Jesse Kanda en la que el artista responsable de los visuales de Arca no consigue exprimir mínimamente las posibilidades de esta tecnología.
Por suerte, el tramo final de «Björk: Digital» supone la inmersión final en la parafernalia tecnológica: antes de acabar con «NotGet» de Warren Du Preez y Nick Thornton Jones (que impresiona por su exuberancia visual y por las máscaras de polilla diseñadas por James Merry, pero que se queda corta en interactividad), hay que superar el impacto maravilloso del «Family» de Andrew Thomas Huang. En este caso, veremos cómo los joysticks que sostenemos con las manos transmutan en manos feericas capaces de coger los hilos multicolores que salen de la herida en el pecho de Björk y bailar con ellos intentando coser esa apertura carnal que tiene tanto de emocional.
«Family» marca, sin lugar a dudas, el verdadero puntal de excelencia de «Björk: Digital» antes de permitir al visitante un final de recorrido más abierto a través de las salas «Cinema» (en la que se pueden ver en orden cronológico hasta un total de dos horas de videoclips de la islandesa) y «Biophilia (en la que no solo se puede disfrutar de un documental que esclarece muchos puntos de uno de los trabajos más incomprendidos de Björk, sino que también permite total acceso a la app móvil que se lanzó en su momento y que convierte las canciones del disco en una experiencia lúdica y didáctica). Una vez realizado el recorrido a través del sangrante camino del dolor de Björk, el visitante es libre para alargar la experiencia todo lo que desee.
Ahora bien: si las seis piezas de realidad virtual / aumentada que acabas de vivir no te han dejado mínimamente tocado, es que algún problema hay dentro de ti. Ya lo he dicho más arriba: ni loca ni genia, en esta exposición Björk es simple y llanamente un ser humano intentando superar una situación dolorosa. Si fuera escritora, hubiera creado un libro en el que el drama destrozara millones de vidas. Si fuera directora de cine, habría convencido a Netflix para hacer una serie de 100 horas sobre una madre coraje que se sobrepone al abandono de un mal hombre. Pero Björk no es ni escritora ni directora de cine, también hace tiempo que dejó de ser una artista puramente musical… Con «Björk: Digital«, la islandesa demuestra que no es nada de esto, sino que lo es todo y mucho más.
Como habitante del futuro, es normal que Björk haya sido de las primeras en darse cuenta de que el formato «disco» se le queda pequeño. «Vulnicura» es un álbum que puede disfrutarse como tal (ya que ostenta la suficiente complejidad como para ser gozado en diferentes capas y niveles de lectura), pero está claro que, para ser entendido en su totalidad, hay que vivirlo a través de «Björk: Digital«. Se acabó el tiempo de los discos como experiencias puramente musicales: la islandesa vuelve a coger a un puñado de artistas punteros (en este caso, de realidad virtual y aumentada) y consigue hacerlos accesibles e interesantes para el aficionado a la música.
Y lo hace de la única forma que pueden y deben hacerse estas cosas: usando la tecnología para permitir que los sentimientos hablen. Todo en «Vulnicura» y en «Björk: Digital» gira en torno al concepto de herida (no en vano, «vulnicura» significa eso mismo en latín). Una herida con forma de vagina (algo que, en mi humilde opinión, no es algo casual, sino una identificación primaria con el sufrimiento femenino como mujer y como madre) que, de forma literal o no (es decir: representada gráficamente o simple y llanamente impresa en las arrugas de sufrimiento de la expresión de la islandesa), siempre interactúa con un visitante suspendido en el líquido amniótico de esta experiencia que te envuelve y te aprisiona y te aleja de tu propia realidad para que empatices directamente con las vivencias de Björk.
Lo he dicho más arriba: para mi, «Homogenic» y «Vespertine» son los grandes discos de Björk… Ahora bien, después de esta «Björk: Digital«, me atrevo a decir que «Vulnicura» no es un gran disco de la artista, sino algo diferente, algo nuevo: es la gran nueva obra, así en abierto, de una artista que ha empezado a experimentar con una tecnología que ahora es solo promesa del futuro. Pero recuerda: Björk vive en ese futuro. Así que nadie como ella para guiarnos en el camino. [Más información en la web de «Björk: Digital»] [FOTOS «BLACK LAKE» Y «STONEMILKER»: Andrew Thomas Huang / FOTO EXPOSICIÓN: Santiago Felipe]