Con “Biophilia: Live”, Björk vuelve a demostrar que, a sus casi 50 años, nunca ha dejado de ser una niña. Y, tratándose de una artista como ella, esa es la mejor noticia que podíamos tener.
[dropcap]A[/dropcap] finales de 2002, Björk decidió que su carrera artística ya no volvería a ser, nunca más, lo mismo. Entonces publicó una cantidad ingente de material que recopilaba la trayectoria de la islandesa a lo largo de sus primeros años en solitario: un «Greatest Hits«, DVD’s, CD’s con grabaciones de sus conciertos y hasta un box-set hábilmente titulado «Family Tree» (One Little Indian, 2002). Era como si nos quisiera decir: “Esto es lo que he hecho hasta hoy. Lo que haré a partir de mañana… ya se verá”.
En resumidas cuentas, lo que hizo fue extremar las ideas conceptuales de sus publicaciones más recientes. En “Medúlla” (One Little Indian, 2004) quiso experimentar con los límites de la voz, así que grabó un disco interpretado exclusivamente con recursos vocales. En “Volta” (One Little Indian, 2007) quiso huir de la introspección para divertirse, así que se reunió con Timbaland para componer canciones como “Earth Intruders”. Y en “Biophilia” (One Little Indian, 2013) quiso establecer conexiones entre naturaleza, música y tecnología, así que se sacó de la manga un disco, una app, un documental y hasta un programa educacional para niños.
Entre tanta idea y tanta experimentación, es inevitable que sus fans más acérrimos (entre los que me incluyo) tengamos miedo a que Björk llegue a perder lo que siempre nos ha maravillado: su capacidad de crear melodías de alto voltaje emocional. En este sentido, un visionado de “Biophilia: Live” (One Little Indian, 2014) nos reconcilia con su vertiente más pura y estrictamente musical. Porque, aunque el film no abandona el imaginario de “Biophilia”, las referencias visuales y técnicas son un simple apoyo para cada una de las canciones, las auténticas protagonistas del concierto.
“Biophilia: Live”, grabado en el Alexandra Palace de Londres el 3 de septiembre de 2013, se estrenó en distintas salas de cine de alrededor del mundo. En mi caso, asistí a una de las sesiones que se llevaron a cabo en los Cinemes Girona de Barcelona, una oportunidad única de poder ver de cerca a la islandesa mientras esperamos a que vuelva a la Ciudad Condal (la última vez que la pudimos disfrutar en directo fue en un muy lejano 2003). Antes de empezar la proyección, nos advirtieron que veríamos la película sin subtítulos, ya que la propia Björk, en un acto que le honra, solicitó que estuvieran en catalán y, por problemas técnicos, no habían llegado a tiempo de integrarlos. Un pequeño traspié que tuvo escasas consecuencias, ya que en realidad la única parte del film en la que quizás sea necesaria la traducción -más allá de las canciones- es la breve y prescindible introducción al concierto por parte del naturalista David Attenborough.
Y vemos a Björk con su peluca imposible, su vestimenta estrafalaria y su “Thank You” infantil. Primera buena noticia: a pesar de la seriedad que envuelve a cada uno de sus proyectos, sigue siendo tan niña como siempre, curiosa, inquieta y con ganas de sorprender. Su puesta en escena lo confirma. Trae consigo a sus nuevos juguetes en forma de extraños instrumentos y a un gran grupo de músicos que le acompañan en sus aventuras, encabezados por un coreografiado coro de chicas de Islandia.
Tras las cámaras, Peter Strickland (responsable del premiado thriller “Berberian Sound Studio”) y Nick Fenton (editor del “Heima” de Sigur Rós y de la película “Submarine”, entre muchas otras) se limitan a captar con gusto exquisito todo lo que sucede encima del escenario. De vez en cuando, los planos se entremezclan con sugerentes imágenes de naturaleza para realzar momentos específicos de las canciones. Sin embargo, en aspectos formales, “Biophilia: Live” es la pieza más convencional de todo el proyecto. Es una excelente grabación de un concierto, sin experimentos audiovisuales ni excesivas innovaciones al género. Y es, posiblemente, la mejor forma de disfrutar del mundo Biophilia.
Porque, en directo, las piezas del último disco de Björk cobran una dimensión nueva, más accesible y emocionante. Es aquí cuando ves y sientes de dónde provienen ciertos sonidos, cómo surgió la inspiración, es cuando entiendes mejor cuál es la intención de la diva islandesa. Así, por ejemplo, las placas tectónicas de “Mutual Core” cobran vida propia, mientras que en “Crystalline” descubrimos el “Gameleste”, la increíble celesta modificada para la ocasión.
Lo mismo sucede con las reinterpretaciones de canciones de álbumes anteriores, como una “Mouth’s Cradle” llena de matices o una “Declare Independance” especialmente batallera, dedicada explícitamente a Groenlandia y a las Islas Feroe. El setlist está compuesto casi al completo por los temas de “Biophilia”, aunque hay agradables sorpresas que, durante la proyección, arrancaron la mayor parte de los aplausos. Estoy hablando de “Possibly Maybe”, “Isobel” o una magnífica “Hidden Place” que puedes ver aquí. A pesar de tratarse de canciones que tienen una veintena de años (“One Day” es de 1993), no se ven en ningún momento fuera de lugar. Al fin y al cabo, la carrera entera de Björk ha estado muy influenciada por la naturaleza, la razón de ser de “Biophilia: Live”. [«Biophilia: Live» sale a la venta el próximo 24 de noviembre»]