Lo sentimos, pero lo que sigue no es una crónica del BIME Live 2017… Son cuatro pensamientos desordenados (pero con mucho sentimiento).
Lo siento, pero creo que me hago mayor y, por lo tanto, a esta altura del año ya no me suelen quedar energías para festivales musicales. Las he dejado todas por ese camino que empieza en mayo y que en agosto ya me tiene con la lengua fuera y fantaseando con exiliarme a una isla desierta en la que pasar un mes entero descansando en soledad, en pelotas y acompañado como máximo de una cabra o alguna otra variante de animal de compañía (porque soy alérgico a los perros, que en este caso vendrían a ser lo ideal)… Sea como sea, este año me animé a ir al BIME Live 2017.
Me animé a último momento (me compré los vuelos a dos jornadas de que empezara el festival), y la verdad es que mi pensamiento a día de hoy es el siguiente: «mira, chacho, en el 2018 empieza el año festivalero más tarde y deja fuerzas para el BIME, porque esto ha sido pura #maravilla«. Así. Tal cual. Pero como eso es un pensamiento totalmente superficial, permitidme que entre en materia par exponer otros cuatro pensamientos desordenados pero mucho más estructurados que el que abre este párrafo.
Empecemos por lo básico.. La cuestión es que, como periodista, es normal que suela recurrir a lugares comunes porque, al fin y al cabo, habrá quien piense que los lugares comunes son clichés a evitar, pero en verdad los lugares comunes, como las bromas con las que tus mejores amigos se chotean de ti, suelen contener un buen ratio de verdad. En este caso, uno de los lugares comunes más extendidos es aquel que dice que «el BIME Live es el hermano pequeño del BBK«. Lo que es verdad. Pero no.
Me explico: es innegable que entre ambos festivales hay un fuerte parentesco que viene dado, al fin y al cabo, por el hecho de que el equipo responsable de formalizarlo cada año es el mismo, el de la promotora Last Tour. Así las cosas, resulta totalmente comprensible que haya cierta continuidad en la programación artística (que es lo que más salta a la vista), pero también en cierto imaginario estético y coyuntural. Los festivales, entendámonos, no son ristras de grupos que actúan en diferentes escenarios, sino que son algo más: necesitan un corazón que dé centro a todas esas actuaciones y articule la experiencia del festivalero visitante.
A ese respecto, los dos festivales de Last Tour están hermanados por un corazón que les confiere coherencia artística y estética. Se perciben en ambos recintos un mimo infinito hacia decisiones de mayor o menor envergadura que en otros casos pueden parecer engullidas por las necesidades comerciales y que en algunos festivales simple y llanamente son inexistentes. Para que nos entendamos: asistir al BBK o al BIME Live es una experiencia no solo agradable y cómoda, sino directamente bonita y placentera en lo estético. Y eso hay que tenerlo en igual de consideración a esa programación artística que desde hacer un par de temporadas nos llena la boca a los periodistas a la hora de hablar del estimulante volantazo artístico que los carteles de ambos festivales han formalizado a la búsqueda de una identidad musical que cada vez se perfila con mayor solidez.
Hace dos BBKs, la sensación era que por fin tendríamos en España un festival capaz de aunar (perdonadme la expresión) la baja y la alta cultura, o las bajas y las altas pasiones. Es decir: un festival en el que puedas hacerte pajas esnobs con actuaciones sibaritas pero en el que también puedas acabar mordiendo el polvo en un concierto o una sesión de dj simple y llanamente por el puro placer hedonista… Como vosotros queráis. Y en este BIME Live 2017 se confirma esa identidad a través de dos noches en las que podías empezar sentadito disfrutando de la intimidad sin parangón del descarnadísimo concierto de Bill Callahan (¿cómo consiguió este hombre ese silencio e implicación del público en un recinto tan grande?) y acabar subiéndote por las paredes con la sesión de Jackmaster a mayor gloria de la zapatilla del siglo 21. Habrá a quien le representen otras rutas festivaleras, pero para mi esto es el puro paraíso.
¿Cómo conseguir algo así? En el caso del BIME Live, la idiosincrasia interna de la experiencia queda más a la vista que en el BBK gracias -o debido- a la disposición de los escenarios y espacios. El recinto del BEC! en Bilbao se divide, básicamente, en tres grandes áreas (además de las zonas más pequeñas dedicadas a servicios o comida, con una selección muy tremenda de food trucks, por cierto): un área central con los dos escenarios principales en los que se van alternando las actuaciones para que no haya ni un segundo de descanso, una especie de auditorio reservado para los shows más íntimos (pero con un aforo igualmente elevado) y el locurón de GAUA, reservado a los dj sets y que, por lo tanto, abre más tarde (a las 23h) pero también cierra más tarde (sobre las 6h, para los más valientes). Otro lugar común, pero esta vez un lugar común a evitar: mucho hemos hablado de GAUA como el hermano pequeño de Basoa, pero no, porque mejor sería hablar de lo alucinante que resulta tener algo así como un club (un club de los buenos, con iluminación de dejarte alelado y con una acústica que te sube por todo el cuerpo y te lo hace vibrar con alevosía) dentro de un festival.
A partir de aquí, tú mismo has de estructurar tu propia experiencia festivalera. Hazlo con la cabeza (priorizando los conciertos más cerebrales y dando paso poco a poco al hedonismo) o con la entrepierna (encerrándote a las 23h en GAUA y disfrutando de una bacanal electrificada hasta que salgan las primeras luces del día). No te pierdas experiencias que alimentan el alma como el mencionado Bill Callahan o como los edificios que se colpasan en silencio de Einstürzende Neubauten, que volvieron a erigir su catedral de sonido a partir de material de runa que aporta un plus de solidez a sus puñetazos musicales. No dejes pasar maravillosas oportunidades como reunirte con Ride después de tanto tiempo y que, sin embargo, lo que más te emocione sea una de las canciones de su nuevo disco «Weather Diaries» (esa «Cali» que no solo está al nivel de su trabajo de los 90, sino que incluso lo supera). Alucina con la sensibilidad con la Delorean abordan su homenaje a Mikel Laboa o recupera la esperanza que perdiste hace mucho tiempo con Franz Ferdinand cuando su nuevo single, «Always Ascending«, te arrea un mayor pepinazo en su concierto que «Take Me Out«.
Pero también déjate llevar por la entrepierna y el hedonismo cuando en la actuación de Metronomy te queden más ganas de bailar que de pensar. Cuando Las Bistecs monten una orgía de electroclash que demuestre que, por mucho que haya quien diga por ahí que la fórmula se agota, todavía tiene cuerda para rato. Cuando Meute conviertan todo un buen puñado de temazos de música electrónica en versiones para big band (o para marching band, como hicieron en el centro de Bilbao el mismo viernes del festival al medio día en una comparsa que fue una verdadera locura). Cuando Vitalic salga al escenario principal con su espectáculo «ODC» (en el que varios cuadrados de luces se mueven sobre él creando una experiencia alucinatoria al nivel de la mítica pirámide de Daft Punk) y no sepas si quedarte quieto y simplemente disfrutar de la experiencia estética o cerrar los ojos y dejarte llevar por la invitación al baile que el francés sabe ejecutar danzando sorprendentemente en esa fina línea que separa lo estiloso de lo directamente garrulo.
Y con esto llego a mi pensamiento final… Que en el BIME Live 2017 (y en el BIME Live en general, aunque esta haya sido mi primera edición) todo es cuestión de energía. Alguien me dijo en cierto momento del festival que el recinto del BEC! le recordaba al del Sónar de Noche. Y eso me hizo pensar. Me hizo pensar por qué me gusta tanto el Sónar de Noche y por qué me estaba gustando tanto el BIME Live. La primera conclusión es, básicamente, que este tipo de recintos que a muchos les parecen fríos porque no son más que grandes ferias / pabellones, son un perfecto compresor / canalizador de energías colectivas. Siempre he dicho, por ejemplo, que viendo a LCD Soundsystem con meses de diferencia y con la misma actuación en dos lugares diferentes, me quedo con la que ofrecieron en el Sónar por la experiencia colectiva y la energía comunal que viví en el festival.
Siguiendo ese hilo de pensamiento, creo que un show de LCD Soundsystem en el BIME Live podría entrar perfectamente en mi Top 5 de conciertos de la vida. Pero, ojo, no voy a confundir lo que mi me gusta con la realidad… Ya he dicho que todo es cuestión de energías, y aunque la energía de actuaciones como las de Franz Ferdinand, Ride o Metronomy fueron excepcionales, donde realmente fueron monstruosas (en un buen sentido de la palabra) fue en Orbital y en The Prodigy. Te pueden gustar más o menos, pero verte en medio de una masa enfervorecida exudando energía es una sensación puramente embriagadora que, yo por lo menos, a veces agradezco mucho más que el hecho de que un concierto me haya gustado intelectualmente.
Así que no voy a decirle al BIME Live que tire por LCD Soundsystem (por seguir con el ejemplo de más arriba) o con otras bandas que me chiflen a mi o que suelen servir para untar aceite a la prensa más esnobista. Ni mucho menos. Visto lo visto, creo que el BIME Live tiene muy claro cuál es la energía del festival, y es ese precisamente un acierto mucho mayor que forzar la maquinaria para hacer lo que ya están haciendo otros festivales. Volvemos, al fin y al cabo, al tema de identidad: igual que el BBK está construyendo la suya desde hace varias ediciones, al BIME Live le toca hacer exactamente lo mismo. Y eso, en un festival de otoño (que ha de nutrirse más de lo local y cercano que del turismo desde otras ciudades lejanas e internacionales), es un puro acierto. Es, de hecho, el acierto que puede consolidar al BIME Live allá donde otros festivales de otoño que nacieron con fórmulas igual de «grandes» no acabaron cuajando. [Más información en la web del BIME Live 2017]