Bill Cunningham muere con 87 años de edad… Se nos va el último hombre que supo operar en el mundo de la moda sin dejarse llevar por el postureo.
Bill Cunningham murió el pasado sábado 25 de junio en la ciudad de Nueva York a los 87 años de edad. Según explicaba una noticia del The New York Times, medio que fue la casa absoluta del fallecido, el fotógrafo ya había sufrido una apoplejía un tiempo antes que incluso le obligó a pasar un tiempo en el hospital.
Y, así, mientras en España estábamos enfrascados en unas elecciones generales con sabor a déjà vu (pero peor), el mundo entero se estremecía con la desaparición de un fotógrafo que no sólo ha sido adorado hasta la saciedad en el mundo de la moda, sino que también resultó ser una figura mucho más que necesaria. Una figura que nos deja huérfanos de mucho más que de una capacidad innata para saber cuándo apretar el disparador de su cámara: nos deja huérfanos de una forma de vivir la moda ya no en proceso de extinción, sino totalmente extinguida.
¿Quién fue Bill Cunningham?
Bill Cunningham no empezó en este mundillo como fotógrafo, sino diseñando sombreros para clientas ilustres como Marilyn Monroe o Joan Crawford. Pronto, sin embargo, empezaría a trabajar para The New York Times tomándole el pulso a la moda en la calle con su cámara de fotos. Su relación con el Times fue de fidelidad absoluta y en su carrera se intuyó desde el principio un desprendimiento absoluto de la actitud «trepa» con la que todos buscan ascender en el mundo de la moda. Él sólo quería vivir para fotografiar la moda en la calle… Y eso es lo que hizo durante toda su vida.
Y lo hizo manteniendo un perfil absolutamente bajo. Mítica es la imagen de Bill Cunningham con su chubasquero azul eléctrico (el mismo que bien podía parchear con cinta aislante para evitar que se filtrara el agua) a lomos de su bicicleta por las ciudades de Nueva York. Daba igual que lloviera, tronara o nevara. Allá estaba el fotógrafo, dispuesto a cazar las tendencias más punteras en la ciudad más puntera del mundo en lo que moda se refiere. Allá estaba, encorvado sobre unos zapatos imposibles o inmortalizando el total denim.
Lo suyo era antropología pura y dura. Otros intentan rastrear e imponer tendencias sobre la pasarela: hace dos temporadas teníamos que ser góticos oscurillos por culpa de Givenchy, el año pasado todos a tope con el rollo weird 70s por culpa de Gucci, este año tocan las formas imposibles del chandaleo de Vetements… Pero Bill Cunningham, aunque asiduo a las pasarelas, sabía que es sobre el asfalto (y, sobre todo, el asfalto de una ciudad como Nueva York) donde hay que buscar y encontrar y popularizar las tendencias.
Y de eso trataron siempre sus colaboraciones con el Times, que últimamente tomaron la forma de maravillosos vídeos en los que el mismo Cunningham explicaba las tendencias fotografiadas con esa voz ajada y afable en la que podías intuir que este era uno de esos escasos hombres que sonríen continuamente. Uno de esos hombres a los que la sonrisa les «suena» en la voz. Será por eso que, pese a su perfil bajo, no existe ninguna figura importante de este mundillo que mostrara una admiración profunda hacia el fotógrafo. Mítica es Anna Wintour afirmando que, al fin y al cabo, en Nueva York todos se visten (se vestían) para Bill. Y ya lo sabes: si lo dice Anna…
Faro moral en un mundo amoral
Pese a todo lo dicho, Bill Cunningham fue un puro oxímoron: por mucho que el mundo de la moda le abrazara, él nunca llegó a abrazar a ese mundo. Al fin y al cabo, cualquiera con un mínimo interés fashionista había oído hablar de este fotógrafo… Pero no fue hasta el estreno del (imprescindible) documental «Bill Cunningham New York» (dirigido por Richard Press en el año 2010) cuando por fin todos pudimos acceder al hombre detrás del fotógrafo. O, por lo menos, allá fue cuando descubrimos su valor como faro moral en un mundo tan amoral como el de la moda.
Es difícil acabar ese documental sin sentir cómo el corazón se te encoge. Cunningham dio su vida por la fotografía de moda en la calle. Vivió en un apartamento cochambroso y, en cierto momento de su existencia, prefirió eliminar el baño en su hogar para así obtener más espacio para archivar sus fotos. Hasta que le echaron de allá, compartió edificio, el mítico Carnegie Hall, con personajes estrafalarios que, sin embargo, demostraban un amor infinito hacia su vecino. En una sociedad en la que nos enorgullecemos de «vivir para trabajar», una figura como la de Cunningham es capaz de hacerte sentir un pelele y un hipócrita.
Por mucho que, en ese camino de entrega y abnegación, pareciera que al final Cunningham se olvidó de vivir. En el mencionado documental queda claro que nunca tuvo una relación amorosa importante y, de hecho, cuando se habla de este tipo de relaciones, se intuye que su moral católica le impidió vivir con libertad el campo minado de los sentimientos. Aunque, ojo, que no tuviera relaciones sentimentales no significa que no fuera un ser emocional. Porque lo era. Era tan emocional, tan empático con la gente, tan transparente que, de nuevo, te obliga a poner en tela de juicio tu propio comportamiento hacia todo lo que te rodea.
Adiós al última bastión contra el postureo
En «Bill Cunningham Nueva York«, hay cierto momento en concreto que puede hacer que te sientas la persona más abyecta de la humanidad. Es un momento en el que el fotógrafo afirma que a los eventos de moda va a trabajar, a fotografiar, y que por eso no acepta ni un canapé. Es esta una bonita (y devastadora) metonimia que deja bien clara su visión general de lo que significa ser fotógrafo en el mundo de la moda.
Un mundo que ha acabado por convertirse en sinónimo de postureo. Los animales que habitan este ecosistema están ahí para exhibirse y para alimentarse de la fascinación ajena. Para lucirse en eventos y para medrar en una escalera en la que, cuanto más importante eres, más «gratis» te sale todo. Para acabar valiendo lo mismo que valgan los contactos de tu iPhone. Para considerar normal un sistema social en el que se impone la pisada (de cabezas) silenciosa y con una sonrisa en los labios. Para confundir la oda al continente con la total vacuidad el contenido.
Bill Cunningham era una de las escasas figuras capaces de hacernos pensar que otros mundos diferentes son posibles dentro de la moda. Que podemos y deberíamos operar en este mundillo con unos valores morales más sintonizados con las emociones ajenas… Pero Bill Cunningham murió hace dos días. Y, con él, a muchos se nos va también la esperanza de que la moda sea algo diferente, más emocional, más transparente, más moral. Más humano, al fin y al cabo.