Nuestra crónica de las tres jornadas del reciente Bilbao BBK Live 2016 demuestran que este festival ya era grande… pero se ha convertido en un gigante.
No aprendemos. Vamos de listos por el mundo y al final nos la están dando con queso #tolrato. Crecimos rodeados de tiparracas que querían cambiar el mundo con procalamas sociatas y pseudo-filosóficas escritas con rotuladores de colores en sus carpetas. La cultura más sofisticada lleva siglos vendiéndonos la misma cantinela. Que no nos amodorremos. Que no nos conformemos. Que huyamos de los cantos de sirena. Que no caigamos en las trampas de la comodidad y la facilidad de la rutina… Y ahí estamos todos, empeñados en dejarle claro al mundo entero lo dinámicas y diferentes y envidiables y chanantes que son nuestras vidas a golpe de filtro de Snapchat.
Pero caímos en una trampa: la modorra rutinaria de los festivales urbanos. Con esto de vivir en Barcelona (o de tenerla a un tiro de piedra), nos hemos acostumbrado a que nos lo den todo bien mascadito. Conocemos perfectamente la treta que hay que hacer para conseguir taxi a la salida del Primavera. El cambio de emplazamiento desde el Sónar Day hacia el Sónar Night no tiene ningún tipo de secreto para nosotros. Nos conocemos los recintos. Tenemos tatuadas en la memoria las posiciones de los WCs más convenientes. Sabemos dónde se come de puta madre. Somos los masters de las zonas VIP… Pero ¿qué hemos perdido por el camino? Mucho, chiquis. Muchísimo.
Algo tan valioso como la alegría de asistir a un festival. El hecho de no tener la cara larga cada vez que pensamos en el puñetero Fòrum. ¿Te parece poco? Y que conste que digo todo esto pero que, antes de nada (y perdona por la digresión que viene a continuación), debería haber dejado bien claro que este año ha sido mi primer Bilbao BBK Live. Como el de tantos igual que yo. Al fin y al cabo, el cambio de línea programática del festival vasco ha conseguido lo que parecía imposible: mantener el parque de fans irredentos del evento y ampliarlo más todavía abriendo brecha en el frente de la música independiente (si es que puedo utilizar este concepto sin que Lenore me mande a Los Miami).
Digamos exactamente lo mismo pero de forma completamente diferente: el BBK siempre había sido un festival potente que, sin embargo, nunca supo dirigir esa misma potencia. Una especie de coche de carreras sin volante ni rumbo fijo. Y, sin embargo, el Bilbao BBK Live 2016, que se ha celebrado del 7 al 9 de julio, ha conseguido alinear las estrellas para conseguir dibujar un cielo nocturno fascinante repleto de constelaciones ganadoras. El cartel del festival no sólo ha ganado en coherencia, sino que, una vez dirigida la potencia, esta ha sido más afectiva en sus ataques.
O eso dicen por ahí. Porque repito: este ha sido mi primer BBK. Pero uno es periodista con los huevos un poco pelados ya de recorrerse festivales y, al final, sabe a quién recurrir, a quien preguntar, de quién fiarse para obtener una visión clara de lo que está ocurriendo. Y hay que reconocer que en este Bilbao BBK Live 2016 habían dos opiniones generalizadas. La primera es que ha sido el best BBK ever (sin necesidad de anunciarlo con ninguna gilipollez de hashtag). Y la segunda es que lo del Basoa ha sido de otro mundo: un festival dentro del festival en el que perderse y no volver nunca jamás. Como meterse en el bosque de Pulgarcito bailando desenfrenadamente y mandando a tomar por culo el rastro de migas de pan. ¿Quién querría volver a su puta casa con semejante desparrame entre los arbolillos?
Y ahora vuelvo a lo que decía al principio de este texto: ¿qué hemos perdido en nuestro adocenamiento, en nuestra repetición borreguil de los mismos patrones festivaleros año tras año? Lo que hemos perdido es la emoción virgen de asistir a un festival de verdad, de esos que están apartados de la humanidad y que no están pensados para que vuelvas a tu casa cuando te dé la gana, sino más bien para que exprimas la experiencia desde el principio al final y que tengas que volver a tu casa con los pies doloridos. Y la cabeza en las nubes.
¿Te suena a horror incivilizado? Pues no sigas leyendo. Tú a lo tuyo, anda. Sigue con tu vida gris festivalera, porque lo que sigue no te interesa… Ya que lo que sigue es, al fin y al cabo, la crónica día a día de un festival, el Bilbao BBK Live 2016, en el que el color gris de la monotonía no existe. En todo caso aquí hay grises de nubes de tormenta que acaban refrescándote el exceso de cerveza. Verdes que bañan tu mirada. Azules poderosos. Blancos brillantes. Negros noctívagos. Y una paleta de tonos capaz de devolverle la ilusión de vivir (festivales) a alguien como yo, fascinado por su primera visita al evento vasco.
JUEVES (7 DE JULIO): De verbena con Arcade Fire. Otra cosa que tengo que reconocer: vi a Arcade Fire dos días antes del Bilbao BBK Live 2016 en el concierto exclusivo que ofrecieron en la Sala Razzmatazz de Barcelona. Y sufrí un poco como Geno. Supongo que no fue culpa de la banda, sino del público: lo que allá se concentró fue un inexplicable grupo de hooligans que provocó que las canciones lucieran mucho menos de lo esperable por culpa de unos omnipresentes «ooooohhhhs» y «uuuuuhhhhs» y «aaaahhhhhs» más propios de «Seven Nation Army» que de los canadienses. Otra advertencia: «Reflektor» nunca llegó a convencerme y me sigue pareciendo uno de los discos más dispersos y aburridos de los de Win Butler. Podría mentiros y podría intentar hacer disfrazar mi reacción alérgica contra el concierto del Razz como pura objetividad periodística. Pero no procede. Soy periodista, pero primero soy humano con mis filias y mis fobias y una incapacidad innata para despegarme de mi propia subjetividad en determinados momentos.
Así que otra cosa os reconoceré: que en Bilbao no hubieron coros de hooligans… Y que podría haber disfrutado mucho más de la verbena (entendida como algo positivo) de Arcade Fire. Pero ya era demasiado tarde. Ya me habían perdido dos días antes. Y, aun así, al Papa lo que es del Papa: los canadienses son únicos practicando esa música bigger than life que es capaz de hacerte sentir parte de una comunidad (indie) mayor sin por ello perder tu propia individualidad y convertirte en un fan más de Coldplay. Y eso brilló en la primera jornada de Bilbao BBK Live 2016 gracias a un impactante baño de masas en las que aquello no parecía la ciudad vasca, sino Fuenteovejuna: todos a una a la hora de bailar la ristra de hits (poco del último álbum, mucho buceo a la búsqueda de caramelitos que satisfagan al público medio) y de corear los estribillos (con letras enteras, nada de himnos hooligans) de Arcade Fire.
Puede que parte de mi desapego hacia Arcade Fire naciera unas horas antes cuando CHVRCHES volvieron a sacarme el alma por el esófago a base de bombo diabólico. Los de Lauren Mayberry dejan las sutilezas para los discos de estudio y, sobre el escenario, prefieren algo que habrá quien llame «sal gorda»… Yo prefiero tildarlo de «Sal Maldon«. Cierto es que los granos de sal (las canciones, el concepto, eso de empezar el concierto arriba de todo y no bajar la intensidad ni un segundo) son gruesos, grandotes y romos. Pero también tienen una belleza extraña, mucho más compleja de lo habitual en ese circuito comercial que están petando a base de hit tras hit. Si alguien me pregunta, no pido mucho más que esto en un festival: una actuación a media tarde que te levante el ánimo, que te ponga el morro calentito y que marque el paso de lo que vendrá después. Que aprendan otros festivales empeñados en eternizar actuaciones aburridas hasta altas horas de la madrugada.
De hecho, algo similar a lo de CHVRCHES puede decirse de una actuación que vino antes y de otra que vino después. Antes de los de la Mayberry, Years & Years demostraron que basta un único disco para llenar un escenario tan gigantesco como el principal del Bilbao BBK Live 2016 (aunque también es cierto es que el disco de Years & Years, «Communion«, es canelita fina y que está repleta de himnos que sobre el escenario brillaron con una fuerza capaz de demostrar que el pop bailable no es un arte menor). Y, después de CHVRCHES, también después de Arcade Fire, Hot Chip perpetuaron la práctica de la verbena popular con una de esas actuaciones suyas que son divertidas, que se danzan sin posibilidad de tregua, que se disfrutan profundamente… Pero que te ponen en la tesitura de tener que decir lo que nadie quiere oír: que esta banda da igual en el festival que actúe, siempre suena jodidamente mal. Su bola de sonido se disfruta porque, al fin y al cabo, te sabes las canciones. Pero, si te lo paras a pensar, vaya cuadro de sonido, guapa.
Y llegamos al Basoa… Llegamos y no nos vamos de allá. A primera hora de la noche, Horse Meat Disco le daban cañita brava al «disco» de su nombre y actuaban de maestros de ceremonias para presentarnos el espacio: un bosque cerrado con todo un conjunto de luces y lásers mágicos que conseguían que el espacio siempre fuera el mismo pero siempre fuera diferente, fascinante, de cuento. Joe Goddard seguiría con una sesión heterogénea y variada que sirvió de puente perfecto hacia el grand finale de la noche: primero Floating Points, más tarde Four Tet. Ambos con sensibilidades tan cercanas, tan lejanas. Ambos con una capacidad innegable para hacernos perder de vista el mundo y subirnos a horcajadas a lomos de un flow infinito que te conduce hacia lo profundo de la noche. A ver quién dice que no.
[/nextpage][nextpage title=»Viernes + Sábado» ]VIERNES (8 DE JULIO): Grimes rompe el BBK. A ver. Vamos con Grimes, porque la cosa es fuertecita. Empecemos explicando el titular: «Grimes rompe el BBK«. Y es que la verdad es que la tía rompió el festival en lo literal y en lo figurado. En lo literal porque, pasadas cuatro canciones, se le apagó la luz, tembló, y nos quedamos diez minutos allá esperando a ver si la cosa volvía arrancar o no. Al final, evidentemente, volvió a arrancar. Y aquí viene cuando Claire Bouchez rompe el festival de forma figurada con una actuación hipnótica que no tiene nada que ver con aquel bochornoso show que ofreció en el Primaver Sound hace algunos años pero que, a la vez, consigue conservar el mismo espíritu lo-fi y cochambroso.
Será que Grimes no ha «conservado» este espíritu, sino que ese es precisamente su espíritu. Y es que la actuación con la que presentó su imprescindible «Art Angels» fue, reconozcámoslo, un puto cuadro. En resumidas cuentas: Grimes va lanzando canciones pregrabadas mientras dos colegas (una oriental gótica y otra con un hipnótico afro) bailan cada una a su puñetera bola y una tercera amigui hace coros y mueve la melena. Vamos, que no había intención de venderte gato por liebre: las tiparracas ni se curraron una coreografía conjunta decente y Grimes iba de un lado para otro como pollo sin cabeza, loca del coño, tocando botones y «cosas». Pero, aquí viene la magia: pese a todo lo dicho, fue jodidamente magistral. Altamente elocuente. Extrañamente fascinante. Como una versión práctica de la teoría del «Shake the Habitual» de The Knife en versión niñatas americanas que just wanna have fun. En serio: el mundo necesita más artistas como Grimes y más actuaciones como esta.
Como prueba de lo dicho, Pixies. Si lo de Grimes es una actuación venida del futuro (acompañada de tres tipas capaces de hacer sentir antigua a la de Neutrex Futura), lo de Pixies fue una actuación venida del pasado para recordarte que la melancolía es una trampa jodidísima. Si no quieres acabar con Black Francis, mejor no entrar en si moló o no moló. Fue lo que fue: un directo impecable (porque sus años tienen a los instrumentos) dispuesto a alimentar nostalgias insaciables que nunca tienen suficiente. Cayeron los hits. Cayeron joyas ocultas. La gente se volvió loca. Un llenazo absoluto. Y, sin embargo, llegadas las 12:30 de la noche, yo lo único que quería era estar en el lado contrario del recinto.
Y es que allá volvíamos a tener cita con el futuro gracias a Sophie y su sesión fardonísima con los bombos rasgando el sonido de la noche y con el morro de pinchar el «Trophy» de Charli XCX y quedarse tan pichi (al fin y al cabo, él es el productor de semejante temón). Tampoco hace falta irse al futuro pretérito de este hombre, ya que en la misma jornada hubieron otras propuestas que demostraron que el equilibrio no es imposible… Underworld, por ejemplo, y pese a los bailecitos de Karl Hyde (que parece que se quedó enzarpado en un subidón de LSD en la Ibiza del 97… y chao), consiguieron concretar un set granítico ante el que era imposible no bailar y, sobre todo, ante el que era imposible no pedir un grand finale tan impecable como el de «Born Slippy«. Eso sí, la canelita de la actuación no estuvo en este previsible final, sino en la profusión de cortes del «Beaocoup Fish» o en pildorazos como «Cowgirl«.
Aunque, para equilibrio, el de Junior Boys. Por culpa de un vuelo tardío, Jeremy Greenspan y Matt Didemus tuvieron que aligerar una actuación que, sin embargo, dio sopas con hondas al resto de conciertos de la jornada en lo que a sonido cristalino y elegancia sonora se refiere. El r&b electrónico, suavosón y calentorro de Junior Boys hizo que los frotamientos corporales se multiplicaran exponencialmente entre un público que, al final, explotó en el mejor orgasmo posible: los casi diez minutos de «Banana Ripple» que, en esta ocasión, sonaron más lubricados que nunca.
SÁBADO (9 DE JULIO): A tope con el cancaneo. Como en todos los festivales, en esta edición hubo muchos Bilbao BBK Live 2016 posibles. Los que he descrito hasta ahora son los más habituales: esos en los que vas con la jornada bien planificada, ves los conciertos que tienes que ver, te pegas unos bailes y vuelves a tu casa con el alma reconfortada. Pero también puede ser que tu jornada sea diferente… Tan diferente como fue mi sábado por mucho que tuviera un puntal tan impagable como el concierto de Tame Impala (sin caída de sonido en «Eventually«, como ocurrió en el Primavera Sound 2016 jodiéndonos la PUTA BIDA, TETE).
Los de Kevin Parker tienen uno de los directos más inmersivos de los últimos años. Y eso nadie puede negarlo. Será esa psicodelia amable que practican y que, al final, es como una espiral de ilusionista hipnotizador actuando sobre el público en general e induciéndole a un buen rollo comunal y algo comunista. Sus canciones van creciendo dentro de los asistentes y, al final, resulta prácticamente imposible no abrazarte a alguien y soltar algún coro bien majo. Pero lo cortés no quita lo valiente: las canciones de Tame Impala son efectivas en directo porque la banda las practica con una precisión quirúrgica, sin dejar nada al azar. Con un conjunto tan intachable, incluso se les perdona esa manía de tocar «Let It Happen» al principio de sus conciertos.
Sigamos hablando de coherencia en la línea programática del Bilbao BBK Live 2016… ¿A alguien le parece casual que el sábado hubiera un recorrido marcadísimo que, desde Tame Impala, siguió con Editors y Foals? Los tres forman parte de la casta intocable del indie actual y, por lo tanto, no es de extrañar que la jornada fluyera entre guitarras y estribillos coreables. Primero, con unos Editors dispuestos a demostrar que, aunque sus discos flaquéen últimamente, sus directos siguen siendo un collejón bien sonoro en la frente de los asistentes. Y, más tarde, con unos Foals que, simple y llanamente, exhibieron sus galardones de banda de estadio a puntito de suceder a los cada vez más vergonzosos y vergonzantes Coldplay (a ver, entendedme, que no tienen nada que ver los unos con los otros, pero lo que cuenta es el efecto que causan en las masas gigantes).
Yo, sin embargo, que soy más del rollito petit comité, me quedo con la maravilla de actuación que labró el señor Father John Misty a media tarde. Y mira que lo suyo es, a priori, una propuesta compleja. Acostumbrado a disfrutarle en aforos reducidos ante una audiencia de connaisseurs, reconozco que sufrí ligeramente al verle en un escenario tan grande ante tanta gente. Una propuesta tan susceptible de ser malinterpreta. Si no sabes de qué va la cosa, bien puedes pensar que lo de Father John Misty va en serio. Al fin y al cabo, sus canciones resultan pluscuamperfectas en la mímesis de los diferentes palos típicos del crooner decadente. Y, si no prestas atención a las inflexiones de su ironía supurante, lo más normal es que pienses que es un puñetero mamarracho… Ahora bien: si entras en su juego, no encontrarás nada igual como desgañitarte y contorsionarte con temazos del calibre de «True Affection» o «Chateau Lobby (in C for Two Virgins)«.
Y entonces llega el otro Bilbao BBK Live 2016 posible… Un Bilbao BBK Live 2016 del que, lo siento, chiquis, poco puedo explicaros aquí y ahora. La cuestión es que, después de la media noche, las ganas de exprimir la última jornada del festival derivaron en una especie de naufragio de la razón pura a favor del hedonismo ilustrado. Ya me entendéis. Mucho Basoa, mucho correr de un lado para otro, algo de Red Axes, mucho picotear de muchos sitios sin acabar la faena en ningún lado, mucho pajareo, ahí estuvieron Soulwax y 2manydjs, mucho paliqueo, mucha diversión, Âme petándolo, mucho desfase y, en resumidas cuentas, mucha de esa energía indescriptible e intangible que convierte un festival en algo totalmente legendario.
En algo totalmente diferente de la monotonía gris en la que hemos convertido los festivales urbanos de Barcelona. Así que no lo dudéis: alguien me chivó que los abonos del Bilbao BBK Live 2017 que estaban a precio reducido en el recinto volaron como si no hubiera un mañana… Y yo sólo te digo una cosa: si esto ha sido el primer año en el cambio de línea programática del BBK, lo que está por venir sólo puede ser gigantesco. [Más información en la web del Bilbao BBK Live]
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