Borja Laudo, alias Bigott, sigue fiel a su compromiso de publicar nuevo disco cada año. Lleva practicando esta estrategia desde la salida de su segundo trabajo hace tres temporadas (“What A Lovely Day Today”; Bigott / Grabaciones en el Mar, 2008) y, si no fuera porque la categoría del material que ofrece va aumentando con cada referencia, se podría pensar que el zaragozano se aproximaría a ser la versión española de Ryan Adams, otro ejemplo de incontinencia productiva. Pero, a diferencia de lo que sucedió con el norteamericano (cuya obsesión en determinado momento por editar todo lo que grababa acabó por erosionar su figura y provocar el desinterés de la audiencia), da la sensación de que Bigott sabe perfectamente lo que se trae entre manos y aprovecha al máximo el paréntesis entre álbum y álbum para pensar en su siguiente obra. Con todo, hay que tomar esta suposición con cautela, ya que el maño nunca se caracterizó por divagar o reflexionar demasiado sobre la composición de su música y su posible alcance. Esto no impide pensar que, dados los resultados obtenidos (sobre todo a partir de “Fin” -Grabaciones en el Mar, 2009-, el LP que lo puso verdaderamente en el candelero alternativo patrio), debe de haber algo más que suerte o inspiración pasajera cuando se sumerge en el proceso creativo.
Puestos a imaginar las causas de sus crecientes logros, habría que incluir en ellas su particular forma de ver y vivir la vida, su fina socarronería y su permanente agudeza surrealista, modos de comportamiento que hacen que, aparentemente, ni él mismo se tome en serio su personaje artístico ni lo que sale de su sesera. Sin embargo, ahí se encuentra la clave del universo sonoro de Bigott: alejarse lo más posible de la seriedad para, al final, alcanzarla. Para darse cuenta de ello basta con recordar sus delirantes vídeos (el de su tema “She’s My Man” se lleva la palma), su aparición en algún clip de colegas del gremio (como en “Adoro a Las Pijas de mi Ciudad”, de La Costa Brava) o los títulos de unas canciones (“Afrodita Carambolo”, “Kinky Merengue” o “Pachanga”), la mayoría de las veces de lírica desarmante. Por ello, el zaragozano fue considerado (injustamente) desde sus inicios como una especie de cantautor bufonesco que tomaba referencias del folk-country-pop norteamericano para llevarlas a su terreno y perpetrar su peculiar homenaje pseudo-humorístico.
Esa estúpida opinión desapareció de un plumazo cuando vio la luz “This Is The Beginning Of A Beautiful Friendship” (Grabaciones en el Mar, 2010), largo que supuso un salto de calidad en la carrera de Bigott y que sirvió para que tapase algunas bocas gracias a su variedad estilística y la versatilidad de un Borja Laudo más valiente y seguro que de costumbre. Se suponía que esa sería la culminación definitiva del aragonés pero, no contento con ello, y en vez de tumbarse a la bartola, se sacó de la manga este su quinto disco, “The Orinal Soundtrack” (Grabaciones en el Mar, 2011), continuación vitaminada y mejorada de su antecesor. Producido otra vez por Paco Loco (¿qué clase de poder mágico esconderá la piscina de su estudio gaditano?), este álbum captura en su totalidad la esencia de lo que siempre representó Bigott y añade renovados registros a su repertorio, como el que transmite “Cannibal Dinner”: ritmo sincopado brioso, sintetizadores de hit discotequero de los 70 y un Laudo desatado que invita a todo ser nocturno carne de pista de baile indie a que se desmelene con gracia y elegancia. Junto a este corte sorprendente también destacan los vientos, el órgano y el apoyo vocal de Muni Camón y Clara Carnicer (autora del muñeco de lana que ilustra la portada) de la ultra-luminosa “God Is Gay” (otro genial título que añadir a la colección, al igual que el del propio disco), el ascendente entre tropicalista y africanista de “Flying Zirkus” (que más que invocar el espíritu de Vampire Weekend y similares obliga a recuperar del pasado la silueta de Paul Simon moviéndose al son de una danza tribal) y el traqueteo coral de “Trees Gone Motion”, que conecta con la influencia yanqui de Bigott.
La música de raíces norteamericana no pierde su lugar en “The Orinal Soundtrack” (como atestiguan la inicial “Vaporcito” o “Le Petit Martien” -esta ambientaría con clase un duelo de western postmoderno-), pero su peso decae a favor de pasajes pop que transitan por otras atmósferas: sofisticada en “Turkey Moon”, con un Laudo transmutado en crooner vestido con esmoquin de alquiler; épica en “Endlessly”, reforzada por unas palmas y unas fanfarrias finales solemnes; e intimista en “Bar Bacharach”, nueva mención a Sergio Algora (El Niño Gusano, La Costa Brava) que enlaza directamente con otra loa, “Algora Campeón”, que le dedicó en el pasado a su malogrado amigo. Todas y cada una de estas piezas demuestran que la paleta sonora de Bigott se amplió hasta límites insospechados, lo que confirma que el bardo zaragozano que pronuncia la erre como lo haría Louis Van Gaal hablando en inglés ya no es sólo un bromista que intenta jugar a ser un folky barbudo salido de los Montes Apalaches: se convirtió en uno de nuestros mejores exponentes a la hora de regurgitar estilos foráneos y transformarlos en elementos personales y únicos. Seguro que en el 2012 (esperemos que antes de que se acabe el mundo…) vuelve a dar la campanada.