Seis años dan para mucho… En ese intervalo, determinadas personas pueden implicarse en más experiencias que las que pueda vivir cualquier otro ser humano a lo largo de toda su existencia. Algo así le sucedió a Beth Orton desde el lanzamiento de “Comfort Of Strangers” (Astralwerks, 2006) hasta la grabación y publicación de este “Sugaring Season” (Anti-, 2012). En dicho período, la británica se alejó en cierta medida del negocio musical (supuestamente hastiada de su exigente ritmo) tras abandonar su discográfica, tuvo dos retoños (un niño y una niña), regresó a su Norfolk natal, salió de su círculo íntimo sólo para colaborar por una causa solidaria con Annie Lennox y otras artistas en el single colectivo “Sing”, contrajo matrimonio y recibió lecciones de guitarra de su ídolo, el legendario Bert Jansch. De entre todos esos episodios, destacaron su encuentro con el bardo escocés (que la impulsó a retomar su carrera) y su maternidad (que resultó, según las palabras de la misma Orton, “lo más próximo al cielo y al infierno”), punto central en torno al que giró su vida hasta que comenzó a registrar su sexto álbum.
Pero, al contrario de lo que se podría pensar, su nuevo disco no es producto ni está dedicado estrictamente al hecho de que haya sido madre. Al menos, no al estilo de lo que practicaron en el pasado reciente autoras como la islandesa Ólöf Arnalds en “Innundir Skinni” (One Little Indian, 2010); a pesar de que su título, “Sugaring Season”, lo sugiera relativamente. En este sentido, la expresión se refiere a la época anual en la que los arces están listos para extraer su savia y elaborar su afamado sirope, una dulce alegoría que sienta como anillo al dedo a la acostumbrada melosidad del alt-folk poliédrico de Beth Orton. Sin embargo, en esta ocasión esa tenue luminosidad, entre otoñal y crepuscular, contrasta con el fondo personal e introspectivo de sus nuevas canciones, que transitan (de igual modo que había descrito la inglesa sus vivencias como mamá primeriza) entre el entusiasmo y el desasosiego.
Para materializar esa dualidad emocional, Orton se rodeó de un majestuoso grupo de músicos entre los que se encontraban los guitarristas Sam Amidon (su marido) y Marc Ribot, el bajista Sebastian Steinberg, el teclista Rob Burger, el batería de jazz Brian Blade y el violinista Eyvind Kang, reforzados en la producción por Tucker Martine (R.E.M., The Decemberists o Laura Veirs). Tal monumental unión creativa sirvió de ideal caldo de cultivo para que la de Norfolk desplegara todo su abanico compositivo y estilístico y continuara su obra en el punto exacto donde la había dejado en suspenso tras el notable “Comfort Of Strangers”. De ese modo, como si de una guía espiritual vestida con una túnica de seda se tratara, la británica desgrana sentimientos contradictorios e incluso de resignación en “Magpie”, con su candorosa voz deslizando los versos en compañía de las cuerdas de una viola que contrarresta su aparente dramatismo. Un esquema que se repite en “Candles”, cuyo desarrollo parsimonioso remite de alguna manera a la progresión reptante y brumosa del trip-hop del que bebió en la segunda mitad de los 90.
Junto a ellas, “Something More Beautiful” (compuesta con la ayuda de M. Ward, introduce el tramo más ardiente del repertorio en su estribillo), la positiva “Call Me The Breeze” (co-escrita por Tom Rowlands –The Chemical Brothers-, aumenta el tempo agilizada por unas sutiles líneas de teclado y unos oportunos coros), “See Through Blue” (interpretada cual música de tío-vivo, ya que está dedicada a su hija), “Last Leaves Of Autumn” (en la que su autora se desnuda literalmente ante el piano) y “Mystery” (en la que realiza un acto similar pero sola frente a unas vaporosas guitarra y viola) resumirían y traducirían a diferentes esquemas sonoros la catarata de sensaciones a flor de piel que transmite el corpus lírico de “Sugaring Season”, modelado como un pedazo de arcilla bajo una atmósfera de paz y armonía. De hecho, Orton ahonda todavía más en su tono reposado (en el que prima el texto) para incidir en el cariz reflexivo, meditabundo e intimista de este LP, unas veces permitiendo que entre más luz (“Dawn Chorus”, “State Of Grace”) y otras, menos, dando paso a reflejos de los claroscuros que tiñeron sus días hasta no hace demasiado tiempo (“Poison Tree”). Como guinda final, en la versión deluxe del disco, la inglesa abandona por un momento sus propios pensamientos para cubrir con idéntica belleza acústica tres temas ajenos: “That Summer Feeling” (Jonathan Richman), “I Wasn’t Born To Follow” (Goffin And King) y “Goin’ Back” (Neil Young).
Así, Beth Orton completa un retorno a la palestra necesario para ella misma y los que deseaban que su delicada figura y aterciopelada habilidad vocal no se quedaran en las estanterías de la historia del folk contemporáneo. Seis años después, como si no hubiesen avanzado las manecillas del reloj, la británica vuelve a su estado de gracia original y conserva intacta su aura de referencia en la que deberían centrar sus miradas todas aquellas cantautoras de hoy y mañana.