Si desde que viste «The Square» miras el mundo del arte con otros ojos, no puedes perderte el cómic «Sadbøi»… Y tampoco puedes perderte esta entrevista con su autor Berliac.
Algo está pasando con el arte… De repente, el arte ya no es algo que está encerrado en los museos y que unos pocos debaten alejados del mundo en sus respectivas torres de marfil. En los últimos meses, por poner dos ejemplos, Ruben Ostlund ha ironizado sobre la escena del arte contemporáneo en su maravillosa película «The Square» y, en otro orden de cosas, Vicente Luis Mora ha publicado un pletórico «Fred Cabeza de Vaca» que usa la literatura más desprejuiciada para hablar de cómo el arte toca todas y cada una de las facetas de nuestra sociedad.
A estos dos maravillosos ejemplos habría que sumar también «Sadbøi«, el cómic de Berliac publicado recientemente por parte de la editorial Sapristi. Su primera viñeta ya pone sobre la mesa una pregunta de peso: «¿Puede el crimen ser arte?«. Y, a partir de ahí, el autor plantea una trama en la que el arte vuelve a ser un lienzo sobre el que pintar las fracturas socio-políticas del siglo 21. En su cómic, Berliac habla de arte, sí, pero también de identidad millenial, de la culpa del primer mundo y de cómo alguien que viene de los estratos bajos de la sociedad puede dinamitar todo el sistema simple y llanamente al negarse a ser lo que ese mismo sistema quiere que sea.
No me corresponde a mi, sin embargo, dar respuesta a la pregunta que plantea «Sadbøi» desde su principio… Le corresponde al lector. Ahora bien, a lo mejor las palabras del propio autor pueden ayudarte a desentrañar las gozosamente intrincadas entrañas de este cómic. Si todo lo dicho hasta aquí te parece interesante, espera a ver las respuestas de Berliac a las preguntas que vienen a continuación.
Veo que naciste en el 82 y me parece muy interesante tu estilo de dibujo… Yo nací más o menos en el mismo año, y crecí con el manga como pasión. ¿Te ocurrió a ti algo similar? Así es. La Argentina neoliberal de los años 90 trajo una apertura de mercado y, con ello, una invasión del manga y el animé. Esto, a su vez, significó la estocada final a una ya debilitada industria local, por lo cual durante varios años gustar del manga en el mundillo del cómic argentino era alta traición.
Entonces, si te pusiera ahora mismo en la tesitura de tener que elegir tres series de manga o animé que te marcaron en la infancia y que todavía te parecen interesantes a día de hoy, ¿cuáles escogerías? «Akira«, «Ghost in the Shell» y «Cowboy Bebop«.
Lo sorprendente es que tu estilo tiene matices (y todo el mundo lo suele señalar) de gekiga clásico. ¿Significa esto que tu afición por el manga te llevó a los clásicos? Más o menos, Como te decía, el entorno en Argentina no era el mejor para admitirse abiertamente fan del manga, así que es algo que más bien reprimí. El gekiga entonces fue una puerta de retorno al manga, ya adulto. El redescubrimiento fue en el 2004, cuando trabajé una temporada en una tienda de cómics en Barcelona. Ahora, hay toda una reivindicación del gekiga, pero como tendero puedo confirmar que la mayoría de ese material acabó en saldos. “Elegía Roja” de Seiichi Hayashi llegó a costar 1€.
¿Qué clásicos de gekiga crees que debería leer absolutamente todo el mundo y por qué? Yoshihiro Tatsumi, Yoshiharu Tsuge y Sanpei Shirato. Elijo estos porque, contra la idea del gekiga como un género en sí, demuestran que es una forma de narrar antes que nada, y que puede abarcar géneros muy distintos, como lo son el realismo social, el surrealismo y el medieval japonés, respectivamente.
Veo que eres muy prolífico y que no te limitas a los formatos “clásicos”, sino que incluso te lanzas al web-cómic. ¿Qué posibilidades te ofrece este formato que no te ofrezca el cómic impreso de toda la vida? Por un lado, poder ganarme la vida con ello antes de que el proyecto se recopile en formato impreso. Además, genera un feedback con los lectores casi inmediato, lo que me permite ajustar lo que haga falta si veo que algo no tuvo acogida. Por ejemplo, para la versión impresa de las historias cortas que realicé para Vice, “Desolation.exe” (publicado por Fosfatina en 2017), redibujé todos los rostros.
Lo de que seas muy prolífico me casa también con cierto perfil que, lejos del autor de cómics habitual, se acerca más al artista gráfico que construye su discurso en diferentes formatos y plataformas… ¿Te sientes identificado con este perfil? Creo que el autor de cómics habitual es menos autor “de cómic” de lo que suele creerse. Quiero decir, el autor de cómic habitual hace un libro por año, incluso cada dos, lo cual no le permite vivir de ello, así que hace otras cosas además de cómic. La única forma de ganarse la vida publicando en una sola plataforma es precisamente en aquellas publicaciones con capacidad de pagar por página; pero, como todos sabemos, el tipo de cómics que sus lectores prefieren dista de ser el que yo hago. Así que publicar en distintos formatos y plataformas es la manera obligada de vivir solamente de mis cómics.
Entrando ya en “Sadbøi”, me resulta interesante que se haya editado justo cuando acabo de ver el film “The Square” de Ruben Ostlund y leído el libro “Fred Cabeza de Vaca” de Vicente Luis Mora. En estos dos casos, como en “Sadbøi”, el arte es el espacio en el que crecen discursos que ponen en jaque a la tradición social y moral de nuestra época. ¿Por qué crees que diferentes autores os estáis aproximando a un punto de partida similar desde flancos culturales tan diferentes? Porque el “arte” del que hablan nuestras obras, y nuestras obras en sí mismas, son un reflejo o comentario de algo que está sucediendo allí fuera, en el mundo.
Me atrevo con una pregunta de esas que escuecen, pero es que no hay otra forma de preguntarlo: ¿crees que el arte está “de moda”? No, lo que está de moda es dejarse engañar acerca de cuestiones como nuestra identidad a través de construcciones subjetivas que hasta ahora se limitaban a legitimar, por ejemplo, a Marina Abramovic sentada en una silla. Nos están vendiendo a nosotros mismos, y como solo basta con sentarnos en una silla, nos compramos.
En tu caso, “Sadbøi” aborda el arte a través de una premisa muy interesante: “¿Puede el crimen ser arte?”. Si tuvieras que abordar a esa misma cuestión con tan solo unas líneas, ¿qué responderías? No creo que mi cómic responda a esa pregunta. El cómic es la pregunta. Es el lector quien responde.
El personaje de Sadbøi resulta conmovedor porque es capaz de dejar al descubierto cómo la sociedad actual alimenta unos roles asignados de una forma tan salvaje que el crimen, al fin y al cabo, es una herramienta a través de las que los inmigrantes sienten “pertenecer” al constructo social. Este pensamiento, por cierto, proviene de un extracto de un libro que Midou lee a Sadbøi… ¿Existe ese libro en verdad? El libro es “San Genet, Comediante y Mártir”, de Jean Paul Sartre. Tras leerlo, Jean Genet no le habló nunca más, entró en una profunda depresión y dejó de escribir durante diez años. Desde el punto de vista de un outsider, me parece la reacción más natural, ya que pretender incluir al auto-marginado, justificarlo, es negar con “bondad” la autodeterminación de aquel que decide por sus propios medios actuar fuera de las normas. Es decir “hagas lo que hagas, nos perteneces”, es una trampa. Es un discurso muy similar al de las políticas de identidad de hoy en día.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de lectores estarán del lado de la sociedad del bienestar, ¿cómo han reaccionado los lectores a una idea tan revolucionaria que, básicamente, les dice que ellos necesitan que los inmigrantes se comporten de forma criminal para conservar su identidad y su estatus intactos? No me parece una idea revolucionaria; más bien al contrario: es la norma. La derecha nos quiere inherentemente malos, y la izquierda decentes por defecto, cada cual para mantener su estatus.
Es interesante eso de que Sadbøi sea capaz de ponerse en contra a los dos polos opuestos: tanto la izquierda como la derecha. ¿No crees que hace falta más figuras como la de Sadbøi en nuestra realidad? En esencia, no me parece que Sadbøi sea tan excepcional: es tan sólo un inmigrante intentando vivir su vida en paz sin por ello prestarse al uso que los polos políticos quieren hacer de su situación. Lo extraordinario de su caso es quizá la forma que encontró para escapar del fuego cruzado. Hay formas más sutiles, quizá no tan pintorescas como para hacer un cómic de ello, pero no por ello menos admirables.
Otra parte interesante del cómic es la naturalidad con la que se deja caer que Sadbøi tiene sentimientos gays hacia Darko. ¿Tiene algo de reivindicativo el hecho de que el protagonista sea gay dentro de un mundo en el que lo gay precisamente está tan mal visto? Manuel Puig, uno de mis ídolos literarios, dijo: «Admiro mucho a los movimientos de liberación gay, pero creo en la integración y pienso que hay que hacer una propuesta más radical: negar el sexo como signo de identidad«. Sadbøi va incluso un paso más allá: negar la identidad en sí, escapar a todas las etiquetas y artificios, operar por fuera de toda categoría, ese es precisamente su crimen. Creo que la sexualidad de Sadbøi se percibe como natural precisamente porque su vínculo con los gemelos pasa por otro lado, por compartirlo todo, inclusive el cuerpo, sin por ello caer en tal o cual “identidad”. Técnicamente soy un millenial, y entre los de mi generación no es ser gay lo que está mal visto, sino todo lo contrario: no ceder a la desesperación de “identificarse” a fin de paliar la ansiedad que nos produce un fuego cruzado en el que o te defines o automáticamente representas un problema para uno u otro, o ambos. Esta situación nos vuelve muy susceptibles de escoger casi por reflejo, como quien toma un atajo, alguna de las cada vez más numerosas etiquetas e “identidades” creadas por corrientes de pensamiento que buscan enmarcar políticamente todos y cada uno de nuestros rasgos diferenciales, sexuales o de cualquier otro tipo, para perpetuarse en el poder, y no hacerlo, eso es lo que está mal visto. Sadbøi es un héroe en el sentido que, aún siendo un millenial, sabe muy bien que su identidad es mucho más que la suma de su sexualidad, color de piel, lugar de origen, situación legal en el país, en fin, que su verdadero ser no puede expresarse con etiquetas. Por eso mismo es artista, porque su identidad es un continuum que muta continuamente. Se es lo que se hace, momento a momento.
Supongo que te habrás encontrado reacciones realmente carcas al toparse con un material tan inflamable. Perdona la curiosidad morbosa, pero ¿qué es lo más fuerte que te ha dicho como crítica alguien que haya leído el cómic? Por ahora, las únicas críticas han sido de gente que no sólo no ha leído el cómic, sino que cree que nadie debería leerlo.
¿Y cuál ha sido la alabanza que más te ha llegado al corazón? La de Mitsuhiro Asakawa, ex editor de la legendaria revista Garo. “Dibujar manga no tiene nada que ver con el país de origen del autor”. La identidad es lo de menos.
¿Qué va a ser lo próximo en tu carrera? ¿Estás trabajando ya en algo en concreto? Estoy en la fase preparatoria para mi próximo libro. Lo único que puedo adelantar es que transcurre en un pueblo rural de la Argentina y está basado en un koan Zen: “¿cuál era tu rostro original, antes de que nacieran tus padres?”. [Más información en la web de Berliac y en la de Sapristi]