En el meridiano del Beefeater In-Edit 2015 analizamos cuatro documentales con nombres propios: Daft Punk, The Residents, John Cage y Tchinda.
El Festival de Cine Documental Musical de Barcelona tiene un componente que, si me permitís el apunte personal, resulta ser la más interesante de todas sus caras: el componente didáctico. Y no sólo porque su programación siempre intente ir más allá de la hagiografía arrebatada de autores en concreto, incluyendo documentales con los que realmente acabas aprehendiendo conceptos y comprendiendo escenas que, de entrada, podrían resultarte lejanas y complejas.
Lo interesante del componente didáctico de este festival es que, sobre todo, te obliga a establecer asociacionismos que, puestos unos al lado de otros, acaban revelando conexiones secretas, panoramas inusitados. Así lo certifica, por ejemplo, que cuatro de los films más impactantes del Beefeater In-Edit 2015 que no he podido evitar ver los unos reflejados en los otros.
Empezando por «Daft Punk Unchained«, más que probablemente el documental más esperado del festival… pero también el odiado de forma más gratuita. Con las figuras como Daft Punk siempre ocurre lo mismo: cuando sus carreras se encuentran en un punto masivo después de haber partido del subsuelo, los supervivientes del subsuelo (los guardianes del coolness y el hype verdadero, se entiende -de forma irónica, claro-) sólo pueden dedicarse a mostrar su desdén supurante. Al documental de Hervé Martin-Delpierre le ha ocurrido en el In-Edit 2015 lo mismo que le ocurrió al último disco de los franceses, «Random Access Memories» (Universal, 2013): que, desde antes de verlo / escucharlo, ya había todo un grupo de personas que habían decidido que no les gustaría. En su actitud ciega y sorda, sin embargo, todas esas personas se han perdido un documental con un ritmo impecable, con una capacidad expositiva elocuente y seductora y, sobre todo, con una capacidad muy interesante para no dejarse engullir por los bustos parlantes ilustres y célebres (por mucho que Kanye salga diciendo gilipolleces como que él viene de unos padres activistas y que eso es lo que él hace: activar). Que los hipsters absurdos se echen a un lado: el resto vamos a abrazar a este «Daft Punk Unchained» como si no hubiera un mañana.
Ahora bien, resulta curioso pensar que Daft Punk no son los únicos enmascarados ilustres del In-Edit 2015… La comparativa entre los del «One More Time» y The Residents resulta más que curiosa: el documental de Daft Punk se muestra fascinado en la estética de los cascos y en su proceso de creación más que en su significancia. Es evidente que los franceses se esconden detrás de sus máscaras de robot para conservar su intimidad, para poder llevar unas vidas «normales»… Y, aunque eso es algo totalmente loable, se queda en paños menores cuando se compara con la teoría de la oscuridad desarrollada por The Residents a lo largo de su carrera y perfectamente plasmada por Don Hardy Jr. en el documental «Theory of Obscurity: A Film About The Residents«. Dicen los de las máscaras de globos oculares que el artista sólo puede crear a espaldas del público, sin la opresión del culto a la personalidad y con la libertad del anonimato. Ahí están sus dos principales diferencias respecto a Daft Punk: sus nombres reales no se conocen y, llegados a cierto punto, rechazaron seguir vistiendo las máscaras de globos oculares porque, al fin y al cabo, eso también era una personalidad concreta a la que se podía rendir culto. Y eso es lo que ellos no querían. Ni mejor ni peor. Tal y como dice un entrevistado, no hay que pensar en The Residents dentro de los parámetros de éxito y fama habituales: no son un fracaso por no haber sido unos The Beatles, sino que son un éxito por ser los mejores The Residents posibles. Los que ellos han querido ser.
«Theory of Obscurity: A Film About The Residents» abruma por su capacidad de sacarte de tu zona de confort, por obligarte a replantear lo que creías saber de la industria de la música y del arte en general. Algo muy similar, a su vez, a lo que ocurre con «Everybody’s Cage» de Sandra Trostel. Este no es un documental sobre el John Cage compositor. Tampoco lo es sobre Francesco Tristano interpretando una obra de Cage que implica recorrer diferentes puntos de la ciudad al azar para escuchar y componer una sinfonía a partir de los sonidos encontrados… Si de algo trata «Everybody’s Cage» es de obligar al espectador a dejar en la puerta lo que cree aprendido, a salir de la jaula de su experiencia para considerar, por ejemplo, que el silencio no existe porque todo, incluso el ruido, es música. Decía Tristano en las Q&A al acabar la sesión que Cage no cabe en una película, y será de recibo admitir que tampoco cabe en una reseña de esa película. Ante un film que sabe quitarse los corsés (cinematográficos y sonoros) para encontrar una forma de expresión nueva con la que abordar el corpus filosófico de John Cage, lo único que puede hacer cualquier crítico es recomendar lo siguiente: míralo con la mente abierta. Pero, sobre todo, míralo.
Lo mismo, pero de forma -un poco- diferente, puede decirse de «Tchindas«: mira este documental con el corazón abierto. Pero, sobre todo, míralo. Y es que, si alguien me pregunta aquí y ahora cuál debería ser el ganador del público de este In-Edit 2015, señalaré sin dudarlo hacia el film de Pablo García Pérez de Lara y Marc Serena. Si aplicamos las teorías de Cage, lo entenderemos todo: ¿por qué un documental sobre transexuales que se preparan para el carnaval de su isla, Cabo Verde, tendría que centrarse en la estridencia, las historias truculentas y el conflicto? ¿Por qué no practicar, a la manera de Frederick Wiseman, ese cine documental que, en vez de resultar intrusivo, se dedica a observar y a seleccionar pasajes que hablen por sí solos sin necesidad de una narrativa explicativa externa? En «Tchindas» hay muchos tiempos muertos y mucha vida cotidiana observada con delicadeza en contraposición a lo que cualquiera podría esperar de un documental sobre transexuales y carnaval… Pero eso es lo que lo convierte en un torpedo que apela directamente hacia el corazón del espectador, no sólo hacia su cabeza. Sólo hay una salida tras el visionado de «Tchindas«: el enamoramiento hacia sus protagonistas. Y las ganas de más.