ENCUMBRAR LO MÍTICO. ¿Necesita lo mítico de un mayor encumbramiento? Seguramente, no. Pero a nadie le amarga un dulce y está clarísimo que las buenas historias son buenas precisamente porque no agotan, porque puedes explicarlas una y mil veces y cada una de esas veces descubres nuevos matices, detalles inéditos. El In-Edit 2013 lo sabe, pero también sabe que hay diferentes grados en los mitos. Están los de siempre, los que ya hemos dicho que no estaban presentes este año (y de los que, por cierto, ya hemos empezado a cansarnos todos un poco: ¿o es que queda algo de ellos que no sepamos a estas alturas?). Pero nadie negará que no es lo mismo un mito del tipo «Greenwich Village: Music That Defined a Generation» (aunque hay que reconocer que el documental es bastante inoperante a la hora de mostrar la escena de Greenwich Village de forma completa y rica y que, en cambio, acaba siendo más bien la misma historia del folk norteamericano de la segunda mitad del siglo XX que ya hemos visto mil veces pero con alguna que otra mención aquí y allá a la icónica zona de Nueva York) que el de «Muscle Shoals» (un mito mucho menos popular, pero mucho más ligado a una deliciosa mística que el documental nunca pasa por alto). También hubo espacio para mitos mucho más contemporáneos como el de «Apocalypse: A Bill Callahan Tour Film» (donde el artista dice cuatro palabras y deja que el mito se construya en base a su propia música) o para mitos más locales como el de «Cuchibiri Cuchibiri» (que parte de Peret pero que tiene su mejor baza en todos esos gitanos catalanes que siempre le han rodeado). Dos fueron, sin embargo, los documentales que mejor partido supieron sacarle a la dimensión mítica del cine documental musical.
THE SOUND OF BELGIUM. ¿Qué pasa cuando en un país la gente curra mucho? Que, cuando salen de fiesta, lo hacen muy fuerte, a lo bestia. Al inicio de «The Sound of Belgium«, cuando nos explican los albores de la que fue una de las escenas musicales europeas más potentes del siglo XX, hacen mucho énfasis en este hecho: los belgas trabajaban como ratas en los años 20 y, por eso, cuando salían se emborrachaban como cubas. Y bailaban a lo loco. A lo loco, a lo loco, a lo loco… Que ya se sabe que a lo loco se baila mejor. Lo que empezó siendo un escape de los inocentes abuelos que bailaban al son de la música de los órganos (lo que conllevó una potente industria de construcción de estos aparatejos musicales) acabó con la explosión del New Beat a finales de los 80. Así, pim pam, con apenas unas décadas de por medio. En este movido documental se explica cómo toda una nación se puso a disposición de la fiesta y empezó apropiándose de hits musicales ajenos bajándolos de revoluciones para acabar siendo la mayor exportadora de electrónica de los 90. Aquí los djs, vinileros, dueños de tiendas y fiesteros en general recuerdan el auge y caída del auténtico sonido de aquella década en Europa. Si la edición pasada consiguió que Rodríguez saliera de su agujero en Detroit para sonar en todas las cafeterías y tiendas españolas, «The Sound of Belgium» será la culpable de que el New Beat acabe petándolo hasta en el Bershka. Tiempo al tiempo.
A LIFE IN THE DEATH OF JOE MEEK. Ya desde su título, los directores de de «A Life in the Death of Joe Meek«, Howard S. Berger y Susan Stahman, hablan de cómo la muerte puede ser capaz de transfigurar la vida de un mito. Está claro que la espectacular muerte de Joe Meek es capaz de alterar (e incluso perturbar) la percepción de todo lo que hubo antes, de la imprescindible tarea de este productor como el primer artesano del lo-fi que se atrevió a deshacerse de los corsés tecnócratas y rígidos de la grabación de música en los albores del medio. Pero, como suele decirse, lo cortés no quita lo valiente, y aunque el documental ahonda sin cortapisas en las caras menos amables de Meek (su homosexualidad en baños públicos, su afición a las drogas, su conspiranoia galopante o su perturbadora afición al espiritismo), estas no hacen más que engrandecer el legado de un productor que abordó su tarea como un artista, como un genio loco, nunca como un mero técnico de sonido. En todo caso, si hay algo que pueda lastrar «A Life in the Death of Joe Meek» es una duración innecesariamente elefantiásica (el gran fallo de la gran parte de los documentales musicales actuales) y una excesiva reiteración en sus declaraciones: no es necesario mostrar a cinco personas diciendo exactamente lo mismo. A buen entendedor, pocas palabras bastan.