Pitchfork parece ser que tiene disco del año (sólo hay que ver las profusas atenciones que les dedican semana sí y semana también a Beach House)… Y, muy probablemente, nosotros también. Pero es que es totalmente imposible no rendirse a la tentación de coger tus bártulos en una de esas maletas vintage de cartón con estampado de cuadritos y largarte echando leches a vivir a la casita de la playa que propone la banda con su tercer largo, «Teen Dream» (Sub Pop / Nuevos Medios, 2010). Si tiramos del recurso de la imagen para describir lo que ocurre cuando pulsas play y empieza a sonar «Zebra», el primer tema del álbum, deberíamos decir algo así: «Teen Dream» suena a una chabola playera (de madera y con techo de hojas de palmera) en medio de la nada donde una pareja, agotados por el calor, gimiendo de pura languidez, serpenteando entre el sudor de las sábanas, juegan a ponerse sus canciones preferidas en un radiocasette que se está quedando sin pilas. En el fuego cruzado de esta particular batalla musical suenan desde las bandas sonoras (sin voz) de las pelis de Elvis hasta unos Cocteau Twins que han descubierto el calipso, pasando por unos Beach Boys echándose la siesta e incluso unos Mazzy Star a los que les obligan a abrir los ojos y quedan momentáneamente cegados por la fuerza de la luz del sol. También hay fogonazos vocales de la androginia de Nico o de una Elizabeth Fraser que, cansada de sus excesos operísticos, decide relajarse de una vez por todas y cantar mientras fuma y bebe estirada en su cama.
Grandes referentes para un grandísimo disco. Y es que, desde el tema de apertura, este «Teen Dream» culebrea oídos abajo para materializarse como un paso de gigante en la evolución de una banda que nunca se mostró tímida, precisamente, a la hora de buscar su sonido. Con su tercer álbum, Victoria Legrand (sobrinísima de ese Michel Legrand que seguirá rompiéndonos el corazón con cada nuevo visionado de Los Paraguas de Cherburgo) y Alex Scally han encontrado su lugar en la actual escena musical. Y lo han encontrado sin necesidad de imitar a nadie, dinamitando la posibilidad de la crítica de tender lazos hacia compañeros de escena. En todo caso, a partir de ahora surgirán imitadores que mimetizen las brumas sonoras de la banda y su capacidad para firmar canciones preñadas de una emocionalidad lánguida bañada con los tonos rojizos y apagados de un atardecer de otoño en la costa. Está claro que «Norway» es el faro que guía el sonido del resto de canciones, pero también es cierto que «Teen Dream» es uno de esos discos en los que no hay dos hits y el resto es relleno, sino que cada persona que se ponga delante de él seleccionará su particular playlist de favoritas. Entre las de quien escribe, me resulta imposible no destacar la bellísima melodìa de «Walk In The Park«, la melancolía matutina de «Better Times«, el sabor metálico en la boca de «Take Care«, la rotundidad etérea de «Zebra» y el acelerón de coches de carrera de juguete que acontece en «10 Mile Stereo«. Este es mi playlist particular… ¿y el tuyo?