Así las cosas, ya podemos empezar a hablar de «Battling Boy» (editado en nuestro país por DeBolsillo). El argumento del cómic de Paul Pope no deja lugar a dudas de en qué rango del espectro se posiciona: Battling Boy es un niño-Dios que, al cumplir los trece años, es expulsado de su hogar (divino, claro) para que se forme como adulto-Dios. Para ello, tendrá que ayudar a la ciudad de Arcopolis a que erradique una extraña plaga de monstruos que nadie sabe exactamente de dónde proceden ni qué intenciones tienen más allá de la destrucción inmediata y del mal por el mal. Como ayuda, el chico batalleador tendrá tan sólo un guantalete que le comunicará directamente con su padre (un Dios todopoderoso a medio camino entre Thor y Hércules que no dudará en echar una mano -a distancia- a su hijo siempre que lo necesite) y un total de doce camisetas (ojo de nuevo a la referencia hercúlea en ese número de trabajos que el heroe griego tuvo que superar según la leyenda) con doce animales estampados en ellas y que, al vestirlas, le confieren al ya no tan niño el poder del animal en cuestión.
A su llegada a la ciudad de Arcopolis, una urbe tan grande como un país, Battling Boy se encuentra con una situación bastante particular: Haggard West, el héroe oficial hasta el momento, acaba de ser asesinado en manos de un grupo de seres encapuchados liderados por un tal Sadisto. El hecho de que, de pronto, un niñato aparezca en escena y se cargue a un monstruo aparentemente invencible con un rayo eléctrico (que, de hecho, lanza el padre de Battling Boy desde la distancia y no el niño-Dios) supone una nueva oleada de optimismo en Arcopolis, que cree haber encontrado su nuevo héroe oficial. Aquí llega el conflicto: el Alcalde y la burocracia civil deciden en pleno que Battling Boy será su héroe, y eso significa que funcionará dentro de unos parámetros de promoción marketiniana y de publicidad consumista que le meterá dentro de la máquina dentada del capitalismo refinado. Pero el chico tiene su propia opinión al respecto.
Ahora bien, que nadie malinterprete esta divertida crítica a la capacidad de la sociedad capitalista para asimilar y monetizar cualquier tipo de manifestación original susceptible de ser convertida en un producto. Es decir: la crítica está ahí… Pero no es, ni mucho menos, la razón de ser de «Batlling Boy«. El principal cometido de Paul Pope en este cómic que le ha llevado seis años de trabajo constante es, básicamente, conseguir que te diviertas como un chiquillo, que recuperes la ilusión, la capacidad para dejarte sorprender por sensaciones simples y la vibrante emoción de dejarte llevar por un cómic en su estado puro. El estilo gráfico de Pope es, simple y llanamente, superlativo (y, de hecho, no es de extrañar que haya cedido los lápices de su «The Rise of Aurora West» -el spin off protagonizado por la hija de Haggard– a David Rubín, con quien comparte un trazo vivo, expresionista y sensorial), y su capacidad para estructurar la trama en base a alternancia de acción machacante y oasis de paz es tan sólo una de las muestras de su meastría tanto con el pincel como con el guión.
Lo único jodido de «Battling Boy» es que, al fin y al cabo, estamos ante un primer tomo de una saga que ha consumido seis años de la vida de Paul Pope… ¿Tendremos que esperar otros seis años para la continuación? Sinceramente, si esa espera va a asegurar un pildorazo de cómic clásico concentrado como este «Battling Boy«, que su autor tarde lo que le dé la gana. Que aquí le esperamos.