¡Basta ya de hablar exlcusivamente de las series de Netflix! Es necesario que aquí y ahora comentemos una de las grandes series del año 2018: «Gigantes».
Malamente. Mu mal mu mal mu mal mu mal. Nos hemos acostumbrado de una forma tan vaga a tener Netflix ahí, al alcance de la mano, que nos hemos adormecido a la hora de participar activamente en la elección de las series que vemos. ¿O hay alguien que sea capaz de llevarme la contraria a este respecto? Las cosas van tal que así: Netfilx alimenta tan bien todas nuestras necesidades que, al final, creemos que no hace falta buscar en otros sitio. Si queremos series de calidad, las tenemos; y si queremos series para procrastrinar, también. Series españolas, ahí están; y también series de todo el mundo. Ficción, documental, animación, programas de televisión de corte clásico… Piensa en un deseo, y Netflix tiene una serie para ti.
Pero, ojo, porque cuando te limitas a lo que te dan en un sitio sin buscar en otros, al final puede que lo que estés haciendo es más bien adormecer por completo tu criterio, ¿no te parece? Y no digo que tengamos que dejar de ver las series de Netflix, ni mucho menos. Pero lo que sí que digo es que Movistar+ lo está haciendo particularmente bien y que es una pena que no hablemos más de sus series de producción propia. En la temporada pasada ya brillaron con «La Peste«, «La Zona«, «Mira Lo Que Has Hecho» o «Matar Al Padre«… Y esta temporada ya han estrenado «Gigantes«, que es la excusa de este artículo, y la recientísima «Arde Madrid» de Paco León.
Para mi pesar, sin embargo, he observado un fenómeno que me da una rabia que no me la puedo aguantar. Y es que, mirad, si veo «Maniac» o «Élite» o «La Maldición de Hill House» o la segunda temporada de «Big Mouth» y corro a mis redes sociales a comentarlas con mis colegas, siempre obtengo buenas conversaciones. Ahora bien, ninguno o casi ninguno responde si intento abrir una línea de diálogo sobre las series del párrafo anterior… Y soy consciente de que la suscripción mensual de Movistar+ vale una pasta gansa y, al final, a lo mejor no le sale a cuenta a aquellos que solo verían estas series, por ejemplo.
Así que, mientras desde Movistar+ le encuentran una solución a esta situación tan frustrante (si me estáis leyendo, chicos de Movistar+, seguid mi consejo y lanzad de una vez una suscripción digital a un contenido reducido con una app chanante a un precio mensual asequible), yo sigo a lo mío… Que es venir a comentaros que «Gigantes» ya es una de las grandes series de este año 2018 y que deberías buscar la forma de verla sea como sea.
Para empezar, por lo que seguro que ya has leído por ahí: que José Coronado se luce como uno de los protagonistas (aunque solo aparece en un capítulo y en contadísimas ocasiones en otros dos episodios) y que Enrique Urbizu vuelve a demostrar que es uno de los grandes autores cinematográficos de nuestro país. Juntos, estos dos grandes nombres del cine patrio ya habían demostrado sus hechuras en «No Habrá Paz Para Los Malvados«, que ya marcaba la formación de un imaginario (el del crimen organizado de nuestro país, la corrupción política, la administración podrida) que aquí se observa desde el otro lado de la ley: si en aquella película Coronado interpretaba al Inspector Santos que intentaba tirar no de una manta, sino de varias, en «Gigantes» se mete debajo de la piel del patriarca de la familia Guerrero, Abraham, algo así como la cosa nostra pero en versión verdaderamente «nostra».
En el primer capítulo se establece la piedra de toque sobre la que se construye el Imperio Guerrero: el padre, con ese nombre tan bíblico ligado (de forma nada casual) al sacrificio del hijo, instruye a los tres chavales en sus prácticas criminales e incluso insta al mayor, Daniel (interpretado en su versión adulta por Iker Férriz de forma sublime e impactantemente física), a que participe de la violencia, que se manche las manos de sangre. En uno de sus habituales elipsis, Urbizu hace avanzar la trama hacia adelante, cuando los niños ya son jóvenes adultos, y los introduce de cabeza en la boca de un lobo que es puro destino ineludible shakespeariano: el hermano mayor, Daniel, es el violento y el que ha heredado las formas de su padre; el mediano, Tomás (un Daniel Grao que abraza la elegancia infinita del tiburón de negocios sin escrúpulos), es el que cree que hay otros caminos no violentos y más efectivos para seguir lucrándose con el crimen sin mancharse las manos; y el pequeño, Clemente (un Nene que es una bola cinética de bonhomía sin fin), lo único que quiere es apartarse de su familia y aniquilarse a sí mismo en los circuitos de lucha clandestina.
Entre el primer y el segundo episodio, otra elipsis marca de la casa Urbizu nos trae al presente. Un presente en el que Coronado no dura ni dos segundos, cediendo la voz cantante a los tres cachorros que, a partir de ese momento, se embarcarán en una verdadera tragedia griega dirigida con guante de seda forjado en hierro. Un apunte: de los seis episodios de «Gigantes«, los tres primeros están dirigidos por el mismo Enrique Urbizu, mientras que los tres últimos están firmados por Jorge Dorado. Y, aunque es necesario reconocer que la cinematografía de los capítulos de Urbizu es puramente estratosférica, tampoco hay que afear el tramo de Dorado, que no solo mantiene el pulso sino que incluso sube las apuestas con escenas igualmente memorables (personalmente, me quedo con esa piscina compartida por los hermanos en la que flotan no solo los malos rollos familiares, sino también mucha tensión sexual no resuelta), con una apertura de abanico hacia una gozosa y perturbadora feminidad con varias candidatas a Lady Macbeth y con una planificación impecable que describe un impoluto crescendo hacia un grand finale que, a su vez, abre nuevas vías narrativas para la (confirmada) segunda (y última) temporada de «Gigantes«.
Antes de ese final, sin embargo, la serie de Urbizu y Dorado vuela alto. Muy alto. Altísimo. Y lo hace no solo con una fotografía fascinante y un argumento magnético, sino que sobre todo lo hace planificando sus secuencias como una maquinaria pluscuamperfecta constituida de sangre, músculo y acero. Las escenas de acción de «Gigantes» son simple y llanamente magistrales, alcanzando verdaderos hitos en nuestro cine (porque esto es más cine que televisión) como, por ejemplo, la visita a los gitanos que implosiona en una pelea entre hermanos o el clímax final en el que se destapa el pastel que se ha ido cocinando en todos los episodios anteriores y en el que, precisamente porque nadie se fía ni de su propia sombre, todo acaba explosionando en un insostenible polvorín de sangre y entrañas. Algunas de ellas, obviamente eludidas. Que seguimos hablando de Urbizu.
Ahora bien, a título personal, he de reconocer que hay otro rasgo de «Gigantes» que me ha atrapado desde las entrañas… Y permitidme que lo ejemplifique con otro caso que nos queda cerquísima: «El Mal Querer» de Rosalía. No me cansaré de comentar que lo que me alucina de ese disco es que ha conseguido triunfar articulando un universo que es puramente nuestro, recalcitrantemente español. No podría haberse dado en ningún otro país y, aunque bebe de influencias externas (el trap anglosajón, etc), estas nunca reciben más atención que el imaginario flamenco y el sonido urbano de nuestras calles. No copia lo que viene de fuera, sino que se esfuerza en crear algo desde dentro.
Eso es lo que falta en nuestro cine y en nuestra televisión, donde «crear algo nuestro» se malentiende como «Ocho Apellidos Vascos» o como «La Que Se Avecina«. En «Gigantes«, sin embargo, y aunque es imposible imaginar la serie sin la estructura ósea del thriller policíaco yanki, el imaginario es tan de aquí que también resulta imposible pensarla en un país que no sea el nuestro: las tradiciones familiares, el bar de barrio, los gitanos, el señorito andaluz, el facha que lava la cabeza de los más jóvenes… Muchos son los iconos con los que juega Urbizu a la hora de articular un discurso que es intrínsecamente nuestro y que, por lo tanto, se siente más doloroso todavía cuando te das cuenta de que, además de nosotros, el director también está disertando sobre la podredumbre política y administrativa en la que vivimos. O en la que, más que vivir, chapoteamos como un cerdo en su propio cenagal. [Más información en la web de «Gigantes» en Movistar+]