Hace cinco años, con «Cease To Begin» (Sub Pop, 2007) recién publicado, parecía que Band of Horses no tenían límite: sus dos trabajos hasta la fecha eran impecables, gozaban del reconocimiento unánime de la crítica, empezaban a hacerse un nombre entre el público, conseguían colocar temas (principalmente “The Funeral”) en anuncios y bandas sonoras… Hasta se marcaban conciertos memorables en condiciones adversas, como aquel inolvidable bolo en el Primavera Sound (ay, la maldición del Escenario ATP, un saludo desde aquí a Built To Spill) en el que el pobre Ben Bridwell tuvo que volver a empezar más de una canción porque el micrófono le pegaba descargas eléctricas de vez en cuando. Hoy, después del relativo bajón de «Infinite Arms» (Columbia, 2010) y de escuchar este «Mirage Rock» (Columbia, 2012), sabemos que sí tenían límite y que ese límite, salvo que el futuro nos desmienta (¡ojalá!), fue precisamente aquel año 2007.
La cosa arranca bien: “Knock, Knock” es la carta de presentación que un disco de Band of Horses merece. Energética y buenrollista, la “Laredo” de este disco cumple con la doble función de actuar como gancho y abrirles un huequecito en las radiofórmulas americanas. Y ya: si lo que queríais era mover un poco los piececicos, casi, casi ahí se acabó lo que se daba. Los de Seattle levantan el pie del acelerador ya en el segundo corte, “How To Live”, muy agradable y muy americano, pero que quizá se habría agradecido más como interludio a mitad de disco y no como cortarrollos nada más empezar. Parece que al final la cosa va a arrancar, pero no: la cosa se queda ahí cuando se ponía más interesante. Y no contentos con ello, a la tercera ya llega la canción-para-agarrarse-las-manitas: “Slow Cruel Hands of Time”, baladón acústico neilyounguero que se divierte tonteando con el country. Total, que sólo hemos escuchado tres canciones y ya tenemos la clave de lo que será el disco: cortes tranquilos, luminosos, para escuchar con una media sonrisa pero sin levantarse del asiento. Rock de tumbona.
Y la cuestión es que con el tracklist en la mano hay muy pocas pegas que poner: “A Little Biblical”, por ejemplo, es la constatación de que Bridwell y compañía tienen un gran olfato para buscar melodías pop redondas; “Dumpster World” (tan Creedence ella) parece ideal para escuchar en el coche mientras uno se recorre una de esas infinitas carreteras americanas y de paso su rugido guitarrero ayuda a despertar un poco de la modorra; y la energía de “Feud” (con unos riffs que bajan la media de edad musical del disco considerablemente) se agradece enormemente a unas alturas del álbum en las que el factor siesta acechaba peligrosamente. No es, por tanto, un problema de canciones: cada una por separado es irreprochable, quizá con la excepción de “Heartbreak on the 101”, que será probablemente la polémica del disco entre sus fans (aprecio su relativa experimentación y el juego vocal de Bradwell, pero para mí es un claro no). De ahí la nota pese a todo positiva que acompaña a esta reseña: después de todo, esto va de hacer canciones. Pero el lastre de «Mirage Rock» es el todo, el bombardeo por saturación de medios tiempos, temas relajados y baladas que acaba por ubicarlo en el subgénero de “rock del que le gusta a tu padre”. Que sí, que todo muy bucólico y pastoril, pero si la próxima vez nos da algo menos el sol en la frente, muchos lo agradeceremos.