Recuerdo que, en los 90, en pleno auge de la electrónica, muchos se preguntaban si The Chemical Brothers hacían algo sobre el escenario cuando, en vez de dj set, se marcaban un concierto en toda regla para desbrozar su propia discografía. La sombra de duda era alargada, y la verdad es que The Chemical Brothers han sido un ejemplo al azar que bien podría extenderse a muchos otros popes de la electrónica que nunca supimos si estaban haciendo algo realmente con todas aquellas maquinitas o se pasaban el rato jugando al «Tetris«. Ese pensamiento me vino ayer a la cabeza durante el «concierto» (con un entrecomillado mayúsculo) que ofrecieron Atoms for Peace en la barcelonesa Sala Razzmatazz. Y sé que todo lo dicho suena bastante mal hasta el momento, pero mi intención es sinceramente contraria: la reminiscencia a aquellas sospechas pasadas me vino a la cabeza porque por fin se agradece contemplar a dos tipos sobre el escenario rodeados de máquinas pero viendo y sintiendo qué es lo que están haciendo a cada momento. Las deconstrucciones sonoras realizadas por Nigel Godrich podían palparse en sus movimientos sobre los aparatos y en sus expresiones de esfuerzo, mientras que Thom Yorke brillaba tanto a la guitarra como, sobre todo, a la voz (bueno, al menos, consiguió brillar a la voz una vez se solventaron los problemas de sonido que empañaron los primeros quince minutos del set).
En total, fueron en torno a una hora y cuarenta minutos de algo parecido al stream of consciousness que comparten Yorke y Godrich y que tuvo su particular plasmación visual en los fascinantes visuales de Tarik Barri: tres pantallas sobre las cabezas de los dos miembros de Atoms for Peace escupían imágenes de paisajes fractales que se comportaban siguiendo inquietantes patrones orgánicos. Algo que, de hecho, casa a la perfección con la música de los creadores de «Amok» (XL, 2013), quienes se han especializado precisamente en parajes donde la gelidez quirúrgica y matemática siempre se ve desestabilizada por la calidez de la emoción. En este caso, fue inevitable que los pies y el cuerpo se dejaran seducir por temas de magnetismo energizante como «Before Your Very Eyes«, «Stuck Together Pieces«, «Ingenue» o dos de los actos más elevados arrancados del debut de la banda: la digresión enloquecedora del tema titular, «Amok«, y la locura generalizada con «Dropped«, que muy probablemente protagonizó el subidón definitivo de la noche. También hubo concesiones al disco en solitario de Thom Yorke, del que pudieron escucharse temas como «The Eraser» o una «Harrowdown Hill» que se convirtió en improvisado himno para aquellos que habían aterrizado en el concierto sin haber escuchado «Amok» y esperando que les ofrecieran algo a lo que agarrarse.
Lo verdaderamente subyugante, sin embargo, fue el hecho de que las canciones nunca se regían por las convenciones internas de la propia composición (como elemento estanco) ni por la estructura general de un concierto al uso… De ahí el entrecomillado mayúsculo del inicio de esta crónica. Como ya he afirmado con anterioridad, lo visto ayer fue lo más parecido a una especie de stream of consciousness: un monólogo interior en el que los «pensamientos» (o «canciones») no tienen ni principio ni final, sino que se van solapando unos sobre otros y dirigiéndose hacia direcciones a veces imprevisibles, siempre sorprendentes. Algo más parecido a una sesión de dj (incluso en el ánimo de baile generalizado que recorría la sala en forma de sucesivas olas de placer hedonista) pero con la introspección y desnudez que implica estar chapoteando en el material musical propio.
Hubo quien protestó porque esta actuación de Atoms for Peace sólo contara con Thom y Nigel y no con el resto de la banda. Pero, tras catar la propuesta en directo de estos dos, hay que repensar las cosas: ¿no es «Amok» el resultado de muchos meses de trabajo de Yorke y Godrich reconfigurando unas sesiones de grabación que se ventilaron en poco tiempo y que fueron en las únicas en las que participaron realmente el resto de miembros de la banda? Entonces, ¿no es más cercano al corazón de la propuesta lo que pudimos disfrutar anoche que cuando Atoms for Peace transmuta en grupo convencional? De hecho, y cerrando el turno de preguntas, cabe abrir otra línea de pensamiento: teniendo en cuenta que siempre ha existido la duda de cuánto de Nigel Godrich hay en Radiohead, ahora también hay que cuestionarse dónde acaba Godrich y empieza Thom Yorke.
[FOTOS: Sara Hernández]