El Atlántida Film Fest 2015 está siendo la edición más ambiciosa del festival… Y nuestra crónica tenía que ir en esa dirección: ¡analizamos casi 20 de sus films!
Todavía quedan unos buenos días para disfrutar del Atlántida Film Fest 2015… El festival de cine online de Filmin llegaba este año cargadito de novedades: cambio de fechas, presencia en el mundo real (a través de una sugerente colaboración con el Sónar+D), aumento del número de películas de cada sección… Todo parecía indicar que un mes, el que va desde el 9 de junio hasta el 9 de julio, sería poco para zamparse toda la carne que el Atlántida Film Fest 2015 ha puesto sobre el asador. Y una cosa os podemos decir: tenemos la mandíbula desencajada de tanto masticar esta carnaza de extrema calidad con tal de poder haceros llegar nuestra crónica del festival antes de que este haya acabado.
¿Por qué? Básicamente, para que podáis aprovechar nuestra crónica como guía para darle cañita brava a los días que quedan de Atlántida Film Fest 2015 afinando al máximo vuestra puntería… Porque una cosa está clara: este ha sido un Atlántida que, a diferencia de otros años, ha hecho una apuesta por un nivel medio de calidad mucho más elevado, dejando de lado esos otros grandes títulos que había tenido otro año por mucho que antes se hubieran visto en otros festivales y apostando por un cine totalmente inédito en nuestro país pero que ha levantado mucho revuelo en el panorama festivalero internacional.
Definitivamente, el nuevo formato del Atlántida Film Fest resulta no sólo convincente y solvente, sino una apuesta muy poderosa para, justo en el ecuador del año, hacer un balance de la cosecha cinematográfica antes de meternos en la recta final cuesta abajo que siempre supone el segundo semestre del año… Pero no avancemos acontecimientos: aquí os dejamos una selección con lo mejorcito que hemos visto en este Atlántida Film Fest 2015. Utilicen ustedes nuestros consejos de forma sabia ¡pero como si no hubiera un mañana!
A GIRL WALKS HOME ALONE AT NIGHT, de Ana Lily Amirpour.
“Si justo ahora viniera una tormenta, una gran tormenta desde detrás de aquellas montañas, ¿te importaría? ¿Cambiaría algo?”
Bad City es la oscura, marginal y desértica ciudad imaginaria (imposible no acordarse de «Sin City«) en la que transcurre esta historia de amor vampírica y de venganza que supone el debut como directora de la iraní afincada en el Reino Unido Ana Lily Amirpour. Una historia en la que prima la atmósfera sobre la trama. Estamos hablando de una ambientación logradísima gracias a una apabullante fotografía en blanco y negro, el uso de la iluminación y el desenfoque. También es digno de mención el apartado musical, a destacar dos escenas en las que Sheila Vand, la protagonista, se mueve al ritmo de su tocadiscos sirviendo así sus contoneos y penetrante mirada de carta de presentación sin necesidad de diálogos.
Siempre habrá quien critique este tipo de propuestas por “videocliperas” y “vacías de contenido”. No es mi caso, pues creo en el poder del silencio y en huir de la verborrea si con estas tácticas se logra un producto que no puedo definir de otra forma que no sea hipnótico, magnético, envolvente. Además, hay un claro mensaje feminista relacionado con las víctimas que escoge nuestra protagonista: siempre son varones que han abusado física o verbalmente de mujeres y a los que un mínimo fruncido de labios les hace flojear las rodillas, hipersexualizando así a cualquier fémina que se cruce en su camino.
Sin duda, compro este primer largometraje de Amirpour, estando segura de que si profundiza más en su estilo emocional y alejado de la narrativa tradicional, sigue creando personajes tan potentes y escogiendo a los actores a la perfección como en «A Girl Walks Home Alone at Night» y también mezclando géneros sin reparo, nos dará muchas obras de altísima calidad audiovisual que se nos quedarán pegadas en la retina y en los oídos durante meses. Al igual que espero que nos siga obsequiando con protagonistas tan difíciles de olvidar como esta justiciera nocturna ataviada con un velo islámico. [Esther Aguirreche]
BEYOND CLUELESS, de Charlie Lyne. El principal problema de “Beyond Clueless” puede ser que los espectadores lleguen hasta el film de Charlie Lyne pensando que van a encontrar algo que no es. El sólo hecho de tener a “Clueless” en el título y de venderse como un documental sobre las comedias juveniles imprescindibles de los años 90 hace pensar inmediatamente en una barra libre de humor cómico. ¿O acaso es posible acercarse a la comedia desde otro punto de vista? Parece ser que sí. Y no sólo eso, sino que parece ser que es posible acercarse a la comedia desde otro punto de vista y obtener como resultado un documental inteligente y profundo que, en vez de celebrar la superficie colorida de las comedias noventeras, prefiere utilizarlas como base para la exploración de cuestiones eternamente ligadas a la adolescencia.
Estructurada en diferentes capítulos y narrada por la imprescindible y magnética voz de Fairuza Balk, “Beyond Clueless” utiliza diferentes comedias noventeras como ejemplos (a veces dulcemente retorcidos, a veces laberínticamente intelectualizados) de diferentes etapas de la adolescencia. Con una seriedad absoluta y muy poco espacio para el humor, Lyne se dedica a buscarle los tres pies al gato de la comedia noventera, tomando a “Jóvenes y Brujas” como ejemplo pluscuamperfecto de cómo funcionan los grupos de chavales durante el instituto o “Euro Trip” como materialización de esa necesidad que tiene todo hombre joven de afirmar continuamente su propia condición de macho y demostrar que no es gay. En definitiva, “Beyond Clueless” es menos el documental que querrán ver los fans de este género y mucho más un ensayo en forma de película que hará las delicias de los que siempre hemos pensado que los géneros más populares son los más interesantes a la hora de “esconder” en su interior ideas incómodas y más tabú de lo que parecen. [Raül De Tena]
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 2″ ]BLIND DATES, de Levan Koguashvili.
«¿Te cortarías la oreja por una mujer?«
Sandro es profesor, georgiano, tiene 40 años y mantiene su soltería, algo que sus padres le recuerdan diariamente presionándole para que encuentre una “buena” mujer con la que casarse. Alguien que les guste a ellos superficialmente. Alguien que no sea de provincias, con un buen trabajo. Alguien que les quite el peso que les supone tener un hijo que no siga los pasos preestablecidos en el ciclo vital. Envalentonado por su mejor (y único amigo), prueba el método de las citas a ciegas en una habitación de hotel. Ahí se hace patente su déficit en habilidades sociales y también el tono cómico agrio del film, deudor, principalmente, de Aki Kaurismäki. Los distintos escenarios están dominados por los colores fríos y la sobriedad, destacando en casi todos ellos la presencia discordante del amarillo, quizá queriendo reflejar la incomodidad, timidez y soledad que rodea a nuestros protagonistas, transgresores del amor institucionalizado, es decir, el matrimonio, en una Georgia en la que movimientos como el feminismo dan sus primeros pasos.
Esta película, la segunda de Levan Koguashvili, apela a conceptos tremendamente interesantes que ahondan en la ya antiquísima pelea ambiente vs. herencia genética a la hora de explicar nuestra personalidad e inteligencia. La “ceguera emocional” de Sandro y la sobreprotección a la que le someten sus padres están fuertemente unidas. No sabemos qué vino primero, si fue el retraimiento de Sandro el que dio carta blanca a sus padres para imponer su criterio hasta límites insospechados o si fue el abuso de poder de estos los que mellaron y suavizaron su carácter. Nosotros únicamente somos testigos (y no jueces) de las desgracias encadenadas y bastante absurdas que sufre nuestro apocado profesor. Una combinación de infortunios y primeros pellizcos al corazón que, según su director, no quieren ser pura comedia, sino un reflejo de la vida real. Pues la vida real es una mezcla de tragedia y comedia. [EA]
“Nos encerramos en crisálidas de delirio y azul marino.”
(Ingeborg Bachman)
DEAR WHITE PEOPLE, de Justin Simien. En los títulos finales de crédito de “Dear White People” se enseñan diversas noticias de altercados en diferentes ciudades de Estados Unidos ocasionados por fiestas y celebraciones en los que grupos de blancos se disfrazaban de negros, imitándoles no sólo en sus clichés más dolientes, sino riéndose directamente de algunos de sus rasgos de identidad más profundos. Estas noticias explican entonces algo que ha pasado antes en la película de Justin Simien: la controvertida fiesta con la que se arranca la película para, a continuación, recurrir al habitual “unas semanas antes” y así recorrer el camino hasta el impactante momento. Puede que esta sea una estructura demasiado manida pero, ojo, porque en “Dear White People” funciona de forma mucho más que elocuente no sólo como herramienta para alimentar una tensión dramática que eleva esta comedia hasta esa otra categoría en la que las múltiples capas de sentido congelan las sonrisas del humor más supurante.
Con el alma de una especie de Woody Allen con referencias filosóficas puramente negras pero, a su vez, con el estilo de los mejores vástagos de Sundance (donde, no en vano, “Dear White People” partió la pana), la película de Justin Simien pone sobre la mesa el hecho de que las heridas de la nación negra no sólo no están cerradas, sino que siguen sangrando de forma ostentosa… por mucho que sea un sangrado silencioso y muy diferente al del siglo XX. El debate se establece a partir de cuatro voces básicas: la de una líder de la voz negra que, a través de su humorístico programa “Dear White People”, se mofa de los clichés relacionales entre blanquitos y negros; la del líder de otra voz negra más integrada en las prácticas políticas habituales y preocupada por no alienar a la mano blanca que le da de comer; la de una chica obsesionada con la fama mediática por mucho que eso signifique llevar pelucas de pelo caucásico u operarse la nariz para parecer más blanca; y, por último, la de un periodista gay que no se siente representado por ninguna de las tres voces anteriores… ni por ninguna otra voz en el mundo.
Las cuatro voces se trenzan y se destrenzan en una vertiginosa trama donde lo político y lo social flirtean con lo mediático y superficial en un escalado de agresividad que sólo podrá acabar como el rosario de la aurora. “Dear White People” acaba siendo una de esas películas que apreciar no sólo por su impecable puesta en escena y por su fascinante imaginario (dejando el descubierto algunos de los ardides visuales más tramposos de la nación negra) sino, sobre todo, por la inteligencia de plantear un problema desde las preguntas, nunca desde las respuestas. [RDT]
ELA VOLTA NA QUINTA, de André Novais Oliveira. Una serie de fotografías antiguas de la familia Novais-Oliveira son las encargadas de abrir “Ela volta na Quinta” (2014), primer largometraje de André Novais Oliveira, un filme que camina entre el documental y la ficción para mostrar, como ya indican las imágenes fotográficas del inicio, un retrato visual de la familia del propio director brasileño. Dicho retrato tiene el objetivo de presentar la cotidianidad de los cuatro miembros que conforman la familia protagonista: Norberto, el padre, Maria José (Malute), la madre, y sus dos hijos, Renato (Nato) y André, para centrarse en la compleja relación que tiene el matrimonio.
En el microcosmos fílmico de André Novais Oliveira puede percibirse como el vínculo entre Norberto y Malute está dañado, cada uno hace su vida sin depender del otro y el intercambio de palabras entre ambos es escaso. Sus dos hijos, ya mayores e independizados, son dos agentes externos que ven preocupados como el matrimonio de más de 35 años de sus padres está cerca de llegar a su final. La película es un docu-ficción observacional, los largos planos gobiernan todo el metraje, la cámara permanece quieta, se diluye hasta desaparecer, el tiempo se paraliza y consigue que en cada escena se perciba realismo y sinceridad, verdad aparente en todo lo que podemos ver, los personajes parecen ser ellos mismos. El matrimonio, que sirve de foco de las escenas familiares, está instaurado en el pasado y son su longevidad, las sospechas de Malute y el distanciamiento creado los que han llegado a provocar que acabara erosionando, pero su memoria es tan relevante que sirve para unirlos en una escena donde bailan una canción del cantante Roberto Carlos y recuerdan cuando la bailaban de jóvenes, un momento de sus vidas en el que el amor verdaderamente existía entre ellos, un cariño y ternura que permanecían ocultos y que surgen en ese momento concreto que se convierte en uno de los momentos más emotivos y destacados del filme. La desunión entre Norberto y Malute se contrapone a las relaciones que Nato y André tienen con sus respectivas parejas, donde el afecto se aprecia a simple vista.
“Ela volta na Quinta” es una película de confesiones, y gran parte de ellas tienen lugar en un espacio muy determinado: la cama. Un emplazamiento definitorio de veracidad, capaz de abrir a los personajes, de conocerlos y entenderlos por completo. Allí vemos en el inicio como Norberto y Malute comparten cama, pero no demasiada conversación ni la misma manta para taparse por la noche. Un espacio donde se habla del paralelismo entre el padre de Malute y su hijo André, ambos movidos por el deseo de trabajar en aquello que amaban de verdad aunque no les proporcionara el suficiente dinero para vivir cómodamente. Las camas también sirven para ver como André y Nato afrontan la vida con sus parejas de un modo distinto: el primero busca asentar su relación con su novia y tener hijos, mientras que Nato, en cambio, habla sobre el malestar de la separación de sus padres e irse a vivir a otra parte de la ciudad. Sitios donde la franqueza y el (des)amor desempeñan un papel clave en las escenas como también la confirmación de las sospechas de Malute con la vida paralela que lleva Norberto. El filme tiene cierta semejanza con “En el cuarto de Vanda” (2000) de Pedro Costa, donde una de las protagonistas, Vanda Duarte, pasaba la mayor parte del tiempo en su cama fumando, drogándose y charlando con las diferentes personas que se presentaban en su cuarto, su zona íntima donde se nos presentaba tal y como era.
“Cuando tomas distancia ves las cosas de otra manera”, afirma Malute en un autobús de vuelta a casa tras unos días fuera de viaje: André Novais Oliveira sabe transmitir esa distancia de diferentes modos. Distancias que pueden verse como discrepancias y separación en una agudizada crisis en el matrimonio, pero también desde un punto de vista formal donde el director utiliza la cámara para enseñar un distanciamiento variable en gran parte de los largos planos, ya sean planos cortos, medios o generales, todos cumplen con su función de pasar inadvertidos para los personajes, volviéndose invisibles.
El ejercicio tan intimista y personal creado por André genera empatía por los personajes que la componen, personas convencionales con las que el espectador puede verse identificado con sus vidas cotidianas. Una película muy simple y pausada en su forma, pero atractiva en su sentido más familiar y cercano. [Sergio Montesinos]
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 3″ ]FORT BUCHANAN, de Benjamin Crotty. Con la comedia “Army Wives” en el horizonte como referencia e inspiración directa (muchos de los nombres de los protagonistas y de los diálogos están extraídos de forma directa de aquella película), “Fort Buchan” es una de esas películas cuyo humor fascina y aliena a partes iguales. Fascina por lo que tiene de extraño y antinatural: el film de Benjamin Crotty aborda la existencia de todo un conjunto de esposas y maridos de soldados en el frente que les esperan en la retaguardia, debatiéndose entre la espera abúlica y la ansiedad de estar perfectas (y perfectos) para cuando sus esposos lleguen del frente.
Pero donde está el verdadero fuerte de “Fort Buchanan” es precisamente en su capacidad para alienar al espectador, para alejarle como te aleja algo que no entiendes, que te produce cierto malestar pero, a la vez, te llama poderosamente como un canto de sirena. Ver cómo el protagonista masculino del film encarna diferentes clichés del cine más machista (ese momento, por ejemplo, en el que sus compañeras le alientan a cortarse el pelo y ponerse ropa sexy) o cómo las mujeres llenan el vacío sexual en los largos tiempo de asueto con encuentros fogosos ellas mismas hablan de forma elocuente no sólo de lo ridículos que resultan los lugares comunes de la comedia más clásica y banal, sino sobre todo de un estado pansexual en el que las barreras del género y la preferencia sexual han caído por completo. ¿Qué mejor forma de normalizar que riéndose de ello? [RDT]
GOODNIGHT MOMMY, de Veronika Franz y Severin Fiala. Veronika Franz, una de los dos directores de la cinta, es la esposa del realizador austríaco Ulrich Seidl… U este dato resulta algo más que anecdótico para entender la naturaleza de la cinta que nos ocupa, que además está producida por el cineasta anteriormente mencionado. «Goodnight Mommy» es la historia de dos hermanos gemelos que, tras el regreso de su madre a casa después de haberse sometido a una operación de cirugía estética, sospechan que ésta no es la verdadera y que están ante alguien cuya identidad les inspira cada vez menos confianza y más dudas e inquietudes. Con esta premisa se despliega un drama psicológico en el que nada es lo que parece y en el que sus imágenes juegan a impactar y a despistar al espectador para que este se pierda en el terreno de la ambigüedad en el que tan bien se mueve la cinta durante gran parte del metraje.
Y es que su mayor virtud reside precisamente en la confusión y el mal cuerpo que sabe dejar, ya sea a través de imágenes muy perturbadoras que buscan retenerse en la memoria o por su atmósfera enfermiza. Ayuda a todo ello una dirección con planos ligeramente prolongados y estáticos y una puesta en escena muy cuidada en todo momento con encuadres muy medidos que no hacen más que enfatizar su potente fotografía y composición en cada una de las escenas. Es fácil que todo ello nos evoque a películas como «Canino» (Yorgos Lanthimos, 2009) o la no menos imprescindible «Funny Games» (Michael Haneke, 1997) en esa transición de una situación ordinaria a algo completamente perturbador.
Las interpretaciones de los niños protagonistas van in crescendo acorde a una evolución y transformación que sacude por la ferocidad escondida detrás de esa imagen de fragilidad. Y no se queda atrás el personaje interpretado por Susanne Wuest: detrás de las vendas y la máscara que estas le proporcionan, se esconde un personaje y una silueta tan amenazadora como incierta.
«Goodnight Mommy» es una obra que se puede entender de diversas formas, entre ellas como un cuento de terror acerca de los miedos y los traumas infantiles, sobre cómo estos se proyectan en las personas; pero también como una cinta sobre la violencia que todos llevamos dentro y cómo nos puede llegar a transformar cuando estamos plenamente sugestionados a creer o a defender algo, a veces tan aparentemente inofensivo como una creencia o pensamiento. O simplemente como una reflexión sobre la identidad. Lo que sí es cierto es que los mecanismos de la película para llevar a cabo su propósito pueden resultar algo tramposos y deshonestos para muchos, e incluso parte de su violencia puede verse como gratuita. Desconozco hasta qué punto esto es intencionado, pero lo que parece evidente es que el film de Veronika Franz y Severin Fiala está dispuesto a todo ello para hacer pasar un mal rato e impactar con sus esteticistas y a la vez gráficas imágenes. [Isart Armengol]
LOVE IS ALL, de Kim Longinotto. Cuando cursaba la carrera de Comunicación Audiovisual, en una asignatura teníamos que hacer un trabajo que debía dejar a las claras la importancia del montaje en el cine: debíamos coger una película, aislar algunos de sus planos y remontarlos en un orden diferente y con una nueva banda sonora que le imprimiera un significado nuevo y sorprendente. En mi caso, cogí “El Rey León” y la transformé en un corto de terror (algo que, después, en la era de Internet y la hegemonía de YouTube, se ha convertido en un ejercicio común). Y si explico todo esto es porque, al fin y al cabo, mientras veía “Love is All” no podía quitarme de la cabeza que este podría ser perfectamente un ejercicio universitario sobre la importancia del montaje. Para lo bueno, sí, pero sobre todo para lo malo.
Kim Longinotto coge todo un conjunto de escenas extraídas de películas de todas las épocas, desde el nacimiento del medio hasta cintas más actuales como “ Mi Hermosa Lavandería”, y las convierte en un stream continuo que, musicado por las canciones de Richard Hawley (un pregunta: ¿por qué salen varias canciones de él pero no la preciosa y muy amorosa “The Ocean”), consiguen un significado nuevo… aunque tampoco tan sorprendente ni novedoso. “Love is All” pretende ser un retrato del amor en el último siglo, abordando su evolución y sus principales cambios: desde la figura de la mujer deshonrada hasta la normalización de la homosexualidad, pasando por la importancia del matrimonio y la todavía candente cuestión del amor interracial. Los temas están ahí y, al fin y al cabo, “Love is All” es un film que se ve de un tirón y ante el que es imposible apartar la mirada. El único “pero” es que, al final, más allá del disfrute puramente hedonista (y demasiado similar a ver un videoclip en formato alargado), en el aire flota la pregunta: ¿no es el discurso demasiado simplista? [RDT]
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 4″ ]PAS À GENÈVE, de lacasinegra. “Pas à Gèneve” se abre en la total oscuridad. Tardamos un rato en saber qué está ocurriendo: los miembros del propio colectivo lacasinegra deambulan morosamente a través de paisajes boscosos registrando el entorno con diferentes aparatos. Pronto, las grabaciones se embarcan en un mise en abyme en el que el que graba a su vez es grabado por otra persona que es grabada por otra persona, estableciendo un juego de espejos que no es un juego de espejos, sino una forma de mostrar el colectivo como un único ciempiés con muchos pares de piernas. Es entonces cuando, a modo de intertítulo, llega la explicación y descubrimos qué es lo que estamos viendo: el colectivo lacasinegra lleva unos años en activo y, como ellos mismo reconocen, pronto dejaron de ser individuos para formar parte de un todo. Invitados a Ginebra para participar en una residencia artística, se establecen como objetivo algo pantagruélico: registrarlo absolutamente todo. Y eso es lo que vemos en pantalla: un ejemplo pluscuamperfecto de ese cine en construcción del que tanto se ha hablado últimamente.
De forma totalmente personal e intransferible, he de reconocer que no pude evitar pensar en “Las Altas Presiones” al ver “Pas à Genève” (teniendo en cuenta, claro, que el film de Ángel Santos es posterior al de lacasinegra). En aquella película se intenta (y se fracasa a la hora de) mostrar el desamparo de una generación perdida a través de un protagonista que trata de encontrar el sentido de su vida a través de la cámara con la que graba las posibles localizaciones de un film en el que no cree. En el caso de “Pas à Genève”, esa sensación de generación perdida es más intensa, aunque no a un nivel emocional y sí puramente intelectual: lacasinegra está buscando una película y acaba dando con un todo coherente y apasionante pasándose por el forro la mayor convención identitaria del cine, que viene a ser precisamente el guión. Los miembros de lacasinegra graban, charlan, hacen bromas y se embarcan en una espiral en el que su obsesión por registrarlo “absolutamente todo” acaba incurriendo en absurdos y en actos de violencia controlada. Y, al final, cuando vuelve a hacerse la noche resulta que nada ha cambiado: ellos siguen a lo suyo… pero, por el camino, nos han dejado una película que demuestra que al cine antinarrativo todavía le queda mucha tela por cortar. [RDT]
TALES, de Rakshan Bani-Etemad. Directores iraníes como Abbas Kiorastami (“¿Dónde Está La Casa De Mi Amigo?” -1987-), Asghar Farhadi (“Nader y Simin, Una Separación” -2011-) y Jafar Panahi (actualmente en arresto domiciliario) (“El Círculo” -2000-) han conseguido con sus respectivas películas traspasar las fronteras del país y ser reconocidos a nivel internacional. Sin la popularidad de sus compatriotas, la directora Rakhshan Bani-Etemad también ha basado parte de su filmografía en presentar los problemas de la sociedad iraní a través de sus personajes. En “Tales” (2014), vuelve a centrarse en diferentes personajes y, de un modo coral, mostrar cómo son sus vidas en una sociedad tan compleja como la iraní.
“Tales” está dividida por segmentos ensamblados, cada uno de ellos protagonizados por diferentes personajes, la gran mayoría interrelacionados, con sus propias historias que enseñan las dificultades por las que están pasando. Un director de documentales que llega a la ciudad en un taxi grabando las calles de Teherán de noche es el principal pretexto para entender el filme como una observación de todas esas vidas en formas de pequeños relatos. Personajes distintos que luchan por defender sus intereses y los de sus familiares para no caer en la miseria. Trabajadores de una fábrica que llevan nueve meses sin cobrar, mujeres internadas en centros de rehabilitación por adicciones o maltratos o hermanos que planean un secuestro de uno de ellos para que su padre pague un rescate millonario son algunas de las historias que buscan mostrar desde diferentes puntos de vista a la sociedad y las desigualdades existentes en un país con un gobierno que no se preocupa en absoluto por sus ciudadanos.
El caso más significativo, tratado de un modo cercano a lo humorístico, es el que tiene lugar en las oficinas del Ministerio de Trabajo, donde un hombre mayor intenta explicar su incidente con una operación que no le cubría el seguro y que debía ser reembolsada por el gobierno mientras que el funcionario que lo debería atender le hace caso omiso sin dejar de hablar con su mujer y amante por teléfono. “Sólo hacen que quejarse. Son los propios clientes los que tienen que solucionar sus problemas”, le contesta el funcionario al documentalista, al que incita a girar la cámara para mostrarle cómo tiene que ver, un ejemplo perfecto de cómo funcionan las instituciones fundamentalistas e intransigentes del país, queriendo mostrar únicamente aquello que les interesa y que no sea perjudicial para sus intereses.
La figura del documentalista, pese a estar presente en varias ocasiones en la película (siendo el viaje en autobús con los trabajadores que buscan manifestarse tras nueve meses sin cobrar el más revelador, ya que se exhibe en su totalidad desde la pantalla de la cámara de un modo subjetivo), es omnipresente durante todo el metraje, una invitación a la observación a un grupo de personas despreciadas por el gobierno y por sí mismas adaptadas a las circunstancias. Huelga decir que, pese a que las historias transcurren en Teherán, también pueden verse desde la universalidad y ser reconocibles con otros personajes de diferentes países y culturas, ya que varias de las cuestiones tratadas son globales. Al margen del mal y pervertido funcionamiento de las instituciones gubernamentales del país, temas como el maltrato a la mujer, las adicciones, el amor o los celos también forman parte de los diferentes relatos.
En la sencillez de la puesta en escena que crea Bani-Etemad, el guión, escrito por la propia directora y Farid Mostafavi, tiene un papel fundamental. Los diálogos son esenciales para entender y comprender a los personajes, un modo de expresión básico para expresar sus problemas utilizado durante toda la película. Palabras transformadas en preguntas, respuestas, reproches, miedos, confesiones y críticas, algunas de ellas pueden resultar corrientes (nunca insustanciales), pero que llegan a tener un gran impacto emocional en la mayor parte de las escenas de las que consta el filme. Qué mejor que la palabra, y las diferentes maneras de expresarla, para mostrar a la sociedad.
Con unas historias y unos personajes muy bien hilados y con un una transición entre ellos notable, “Tales” destaca por el amplio abanico de temas universales que trata y, en especial, por convertir a los muchos e interesantes personajes que participan en emblemas, distintas piezas de un rompecabezas de una sociedad imperfecta basada en la desigualdad, la injusticia y en la lucha para tener una vida lo más digna posible. Rakhshan Bani-Etemad ha querido que el espectador observara una ficción basada en una realidad que merece ser vista. [SM]
THE BLUE HOUR, de Anucha Boonyawatana. Resulta inevitable abordar “The Blue Hour” sin hacer referencia a Apichatpong Weerasethakul, el director tailandés con mayor proyección en la actualidad. Al fin y al cabo, la estructura y temática del film de Anucha Boonyawatana parecen remitir a las de “Tropical Malady”: es este un romance gay entre dos jóvenes en el que el mundo de los espíritus acaba irrumpiendo en la realidad de ambos como erupción de un malestar mental íntimo y profundo. Es también una película impecable en la forma, con una puesta en escena fascinante que (aquí la primera diferencia con Weerasethakul) bebe del thriller de horror clásico más que de los relatos ancestrales tailandeses a la hora de poner en jaque al espectador.
“The Blue Hour” arranca cuando un chico que sufre bullying en el colegio y que es maltratado en su propia casa por culpa de su (evidente) condición sexual queda con otro chico en una piscina abandonada para tener su primera experiencia sexual (aunque, en un detalle maravilloso que nos dice mucho del protagonista, este se negará a besar en la boca a su amante). En el post-coito, ambos personajes se meten en la piscina y, en un juego de alejamiento de la realidad a la búsqueda de paz espiritual, ambos se sumergen plácidamente mirando el cielo… La película entra entonces en la hora azul a la que remite el propio título: ese momento en el que el día se confunde con la noche, un instante mágico habitado por los espíritus que el súper ego controla durante el resto del día.
El montaje empieza a ir hacia delante y hacia atrás (en una coincidencia bastante sorprendente con la española “A Escondidas”, que usa un recurso similar para abordar también una historia de despertar homosexual), y lo que arranca inicialmente como “otra película del montón sobre dos niños gays” acaba escurriéndose hacia paisajes mucho más interesantes. “The Blue Hour” parece dividirse entonces en dos películas: una remite al cine oriental de acción y pistolas en el que los protagonistas deciden que tienen que matar a todos los habitantes de un vertedero para poder quedarse allá a vivir de forma libre su amor (¿no es esta una metáfora realmente maravillosa y dulcemente violenta?), mientras que la otra adopta las constantes del cine de horror de fantasmas como forma de expresar el malestar mental del protagonista, que se siente asediado por su familia y por la sociedad.
Anucha Boonyawatana consigue, al final, llevar al espectador hasta un estado de incomodidad y sosegada perplejidad, un sentimiento que algunos asimilarán como un “no se entiende nada” categórico que, por otra parte, siempre ha acompañado también al cine de Apichatpong Weerasethakul. Como en su caso, esta es una película que demanda al espectador no que encuentre un sentido coherente a la película, sino un sentido poético y figurado que variará dependiendo de los fantasmas que cada espectador albergue en su interior. [RDT]
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 5″ ]THE SMELL OF US, de Larry Clark. Si algo demuestra «The Smell of Us» es que al ínclito Larry Clark se le ha parado el reloj. Y no ayer, no, sino veinte años atrás, que no es moco de pavo. Imagino al Sr. Clark en los 90, siendo feliz deconstruyendo, estirando e hiperbolizando aquella gran estafa llamada Generación X y trasladando esos tardo treintañeros sin rumbo a su génesis viciada en una adolescencia nihilista. Y es que, claro, oigan, visto en perspectiva, el retrato de aquella juventud tampoco era para tirar cohetes, pero digamos que, en cuanto a crudeza, descaro y mala baba, daba para quedarse impresionado como mínimo. Lo que queda hoy es, sin embargo, la sensación de producto agotado, de catálogo de parafilias y podredumbe moral (como el abuso de hobos) que nos hace pensar no sólo en lo demodé de lo visto, sino en la capacidad sin parangón de mezclar churras con merinas sin ton ni son.
Sí, la sensación es que el señor Clark cree que mostrar a jovencitos prostituyéndose, drogándose, practicando foot fetish o gerontofilia va ser el summum de la decadencia moral cuando como mucho, puede resultar desagradable y más por la textura de la imagen que por el acto en sí. Efectivamente, Clark sigue pintando el sexo como si, más allá del misionero, todo fuera degradante. Mal asunto este cuando no se investigan las causas de dichos actos y se presentan como actitudes random, sin objetivo, sin razones futuras y o pasadas que dicten una suerte de juicio sobre lo visto. He aquí el quid de la cuestión: que parece que Clark nos quiere contar algo, pero sus métodos se nos antojan tan desfasados como sus temáticas. Es como si estuviéramos viviendo en un bucle temporal donde los 90 nunca dejaron de existir y donde el estilo cinematográfico se hubiera quedado anclado en el feísmo trash de un Harmony Korine de la vida, eso sí, sin tan siquiera un ápice de las disyuntivas y contextos que su cine ofrece.
Sí, «The Smell of Us«, como su título indica, apesta, pero no precisamente aquello a lo que pretende apuntar: es olor a ranciedad, a naftalina y a armario cerrado. A la distribución sin ton ni son de una panoplia de tópicos mal esgrimidos y peor descritos. Es la arcada producida no ante lo visto, sino ante la pobreza de su argumentario. No, Clark no consigue ya ni escandalizar, como un viejo exhibicionista cuya desnudez bajo la gabardina raída provoca más vergüencita ajena que otra cosa. Lo que en cambio sí produce el visionado de este film es la creencia en el aburrimiento vital como forma de existencia plausible. El bostezo reconsagrado a la nada más absoluta. Lo indignante de «The Smell of Us» no es ni lo que cuenta ni su cómo, sino su absoluta dejadez y rutina a la hora de no decir absolutamente nada pareciendo más el producto voyeurista de un viejo verde que de un cineasta experimentado. [Alex Pérez Lascort]
THE TRIBE, de Myroslav Slaboshpitskiy. “The Tribe” se ha ganado una reputación granítica en el circuito festivalero de los últimos tiempos: se ha granjeado a pulso la fama de ser una película cruda, dura, agresiva con el espectador. Gran parte de la culpa de todo esto la tiene un punto de partida realmente sublime: el film de Slaboshpitskiy se centra en las relaciones de poder (y casi sadomasoquismo) que se establece entre los diferentes alumnos de un colegio de sordomudos. No hay ni una palabra en todo el film, aunque los personajes hablan continuamente entre ellos en un lenguaje de signos que no hace más que enajenar al espectador, expulsándolo hacia una periferia inquietante y perturbadora. Más inquietante y perturbador todavía cuando el espectador empieza a descubrir que la prostutitución y la violencia forman parte importante del ADN de este internado para sordomudos.
Mentiría si dijera que “The Tribe” no es un film fascinante: el sentido de las conversaciones con signos acaba por entenderse gracias a la fuerza icónica que tiene este lenguaje y, a fin y al cabo, todo lo que ocurre en la película es (a nivel argumental) tan sencillo y primigenio, casi rozando lo primitivo, que se entiende sin necesidad de comprender al cien por cien las conversaciones entres sus protagonistas. Ahora bien, por muy fascinante que sea el film de Slaboshpitskiy, al final, después de la escalada de violencia a modo de grand finale, es inevitable preguntarse: ¿es necesario? ¿Un discurso tan sencillo justifica manchar al espectador con la sangre y las vísceras? ¿Hay algo más allá del mal rollo por el mal rollo? Habrá quien compare “The Tribe” con el cine de otros especialistas en la violencia como Haneke o Von Trier, pero una cosa os digo: el cine de estos directores suele verse recorrido por un río subterráneo de significados complejos. Y esto, al fin y al cabo, es lo que le falta a la película de Slaboshpitskiy. [RDT]
THE WORLD OF KANAKO, de Tetsuya Nakashima. Con «The World of Kanako» hay que partir de la base de que Tetsuya Nakashima, su director, siempre tiene una idea en mente: no dejar indiferente al espectador. En «Confessions» ya exploraba una cierta morbosidad argumental con envoltorio formal de juegos artificiales. Un doble (o triple) salto mortal de forma y fondo destinado a dejar en la retina del espectador no sólo recuerdos de impacto, sino de crearle en el estómago un vacío que tanto podría ser hambre de más o inicio de náusea rechazando lo contemplado.
A diferencia de «Confessions«, donde esta mezcla explosiva cuajaba de manera brillante, «The World of Kanako» se revela como un experimento de, otra vez, argumento y estilo absolutamente tremendista con severos problemas de cuajo. Sí, hay algo gaseoso en la química del film, algo burbujeante que asciende rápida y de forma impactante, algo que engancha la retina esperando esa explosividad apuntada durante treinta vigorosos y alucinantes (alucinógenos) minutos. Toda esa efervescencia, sin embargo, lejos de crear esa deflagración emocional esperada, acaba por convertirse en algo cercano a una gaseosa perdiendo todo el gas a velocidad de vértigo. Lo que sucede es que, una vez planteado todo el tema, una vez enseñadas las cartas y puestos sobre el tapete toda clase de devaneos por la tortuosidad argumental, a la hora de desarrollar todo queda atascado, vacilante, como un tronco a la deriva no arrastrado suavemente por un guión coherente, sino moviéndose más bien a bandazos en las aguas revueltas de la indefinición.
Bullying, maltrato de género, violaciones, incesto, drogas, alcoholismo, enfermedades mentales… Todo esto conforma el panorama global de la película, poniendo el foco esencialmente en la visión desquiciada que tiene un protagonista que, más que un antihéroe, resulta un ser ya de por sí oprobioso y repugnante. Todo ello confiere, como decíamos, una negrura inicial profunda aunque no exenta de atractivo. Al revelarse tan temprano todo lo necesario, sin embargo, no queda prácticamente nada en la historia que capte nuestra atención. Al fin y al cabo, el entramado es tan endeble, a pesar de la trampa-maraña argumental tendida, que a Nakashima sólo le queda estirar el metraje a base de pequeños whodunnits, anti-climax y algún que otro flashback de forzada morbosidad.
Lo que resta al final de «The World of Kanako» no es más que agotamiento y cansancio ante lo que estamos contemplando. Poco importa si Kanako es una santa, la reina del vicio o prácticamente el anticristo revivido. Lo que uno quiere es que la cosa acabe, aunque sea de cualquier manera. En cierto modo, este deseo acaba siendo realizado por Nakashima al proporcionarnos un desenlace fusilando sin vergüenza alguna en lo estético a «Oldboy» (único lugar donde esta comparación resulta mínimamente plausible) y argumentalmente bordeando el despropósto random más absoluto. Sí, «The World of Kanako» es una de esos overreacted thrillers que, como decíamos al inicio del texto, pretenden dejar huella indeleble, y que uno sabe que no ha funcionado cuando dicha huella no es la imagen clavada en el cerebro, no es el nudo en el estómago, sino el bostezo largo y prolongado que sugiere la mera pronunciación del título del film. [APL]
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 6″ ]TONIGHT & THE PEOPLE, de Neil Beloufa. “Tonight & The People” es una película que originalmente no estaba pensada para ser vista ni en cines ni en casa, sino en el marco puramente museístico de la instalación artística. Y la verdad es que el film de Neil Beloufa esta más cerca de la videoinstalación que del cine propiamente dicho: la película se estructura en base a un conjunto de estampas poderosamente visuales que al principio parecen totalmente desligadas las unas de las otras por lo que tienen de síntesis de géneros completamente diferentes (la comedia adolescente, el western fronterizo o el cine social) pero que, poco a poco, se van ligando en una trama conjunta que acaba “explotando” (literalmente) en una especie de catarsis de ciencia ficción que actúa como herramienta pluscuamperfecta para la humanidad de llegar a un estado de tabula rasa.
La puesta en escena de Neil Belufa es extraña y perturbadora: los actores (que habitan un registro más teatral que cinematográfico) se mueven a través escenarios de madera con fondos pintados que recrear una especie de L.A. de teatrillo. Ese fuerte componente teatral unido a los textos declamados de formas poco naturales ponen el acento precisamente en dos elementos: las propias ideas del film (que van desde las soflamas pro-revolucionarias hasta las conversaciones sobre chicos más absurdas… es decir: una amplia panoplia de los grandes males del mundo moderno) y el uso del pañuelo rojo como complemente con un amplio rango de implicaciones (desde las simples del western a las socialistas revolucionarias). Y aunque todo esto funciona muy bien en un plano intelectualizado (es decir: el del museo), hay que reconocer que, como película, «Tonight & The People» hace aguas al enredarse demasiado en conceptos artísticos y muy poco en conceptos puramente cinematográficos. [RDT]
TU DORS NICOLE, de Stephane Lafleur. “Tu Dors Nicole” se ha comparado continua e injustamente con “Frances Ha”… Pero, la verdad, no podrían existir dos películas más diferentes. Ambas están rodadas en un pletórico blanco y negro y ambas abordan una relación de amistad femenina que se enfrenta a ese momento post-adolescente en el que tienes que reconocer que lo de “amiguis para siempre” no va a ser tan “para siempre”. Más allá de estas coincidencias, sin embargo, no es difícil ver que “Frances Ha” era una celebración de la Nouvelle Vague más pop, aquella que se practicaba con chutes de adrenalina, música y referencias culteranas que a veces iban en contra del naturalismo para poner el acento en el mundo de las emociones; y, por el contrario, “Tu Dors Nicole” cae del lado del cine de la abulia, el estatismo y la parálisis emocional como piedra que le ha tocado llevar en el zapato a toda una generación que, simple y llanamente, no sabe cómo ser adulta.
Stephane Lafleur borda un film de tiempos reposados y de esa actitud contemplativa que tiene demasiado que ver con perder el tiempo: mientras la Nicole del título ve cómo los días de su verano se escurren sin que pase nada interesante, sin que un viaje con su amiga acaba de concretarse y sin acabar de concretar la tensión sexual que existe con el batería de la banda de su hermano. El tiempo pasa engullido por una atmósfera de enajenamiento y aburrimiento acrecentada por el insomnio de Nicole: si el cuento original de Pinocho era la historia de un muñeco de madera a la búsqueda de una lágrima que le humanizara, “Tu Dors Nicole” podría verse como el cuento de una niña de madera a la búsqueda de una siesta que le devuelva también la calidad de ser humano totalmente integrado en el caudal del tiempo presente. Mientras tanto, Nicole está fuera de ese caudal, vive expulsada de la realidad en una concatenación de retablos naturalistas que se ven vulnerados dulcemente por la aparición del niño con voz de hombre que acaba dándole a la protagonistas las claves de su peterpanismo rampante. Señores, señoras, dejen de comparar “Tu Dors Nicole” con “Frances Ha”, porque el film de Lafleur no necesita referentes ilustres para revelar su madera de película indie de culto. [RDT]
VIOLET, de Bas Devos. «Violet» es textura, color y sonido. Refleja un estado anímico, el del protagonista que, desde los primeros minutos de la película, se enfrenta a un conflicto al que debe hacer frente, solo. Es, en esencia, un ejercicio de estilo muy potente en el que su meticulosa fotografía y su meditada dirección reflejan el tono de la misma. Esto es el uso del plano secuencia, el del fuera de campo y, en definitiva, una cámara que sabe moverse con lentitud pero de forma sugestiva por las calles de ese barrio espectral en el que campan sus jóvenes protagonistas en bicicleta.
La combinación de colores cálidos y fríos, con predominancia de los segundos, ayuda a entender lo que probablemente quiere transmitir su director: la soledad de un joven que se ve atrapado por las trágicas circunstancias que ha presenciado; la muerte de un compañero en la que él es el único testigo. Nos encontramos ante una cinta muy gris, casi como un luto permanente en el que reinan los silencios elocuentes y los diálogos escasos. Una película oscura que explora la mente de su descompuesto protagonista para reflejarlo en cada uno de sus planos.
Por el contrario, se puede acusar a «Violet» de caer en un exceso de estilo obviando y/o dejando en segundo plano a la propia historia. Es por ello que su visionado puede dejar una sensación de vacío insulso a pesar de sus notables logros formales. Es también fácil que la película nos remita al cine del director estadounidense Gus Van Sant, tanto en su dirección como en el tratamiento de los personajes, pero también es una cinta que consigue tener entidad propia en su radiografía sobre los obstáculos emocionales de su protagonista y cómo este hace frente a una situación terriblemente dura e insólita. [IA] [/nextpage]