[dropcap]S[/dropcap]OLDATE JEANNETTE. Una pija que está harta de ser pija y de su vida indulgente y va por ahí tirando a la basura vestidos caros y quemando fajos de 500 € mientras su cuenta bancaria cae en picado y las deudas acechan. Una granjera que está hasta el toto de limpiar caca de cerdo y de ordeñar vacas… Las dos se encuentran en una granja (cuando la pija abandona la ciudad para perderse en algún lugar sin nombre) y ambas, tan lejos, tan cerca, entablan una amistad por necesidad, casi por simbiosis, que no acaba en tijera, sino en una previsible huída hacia ninguna parte. «Soldate Jeannette» es el primer largometraje de Daniel Hoesl, ayudante de realización de Ulrich Seidl (conocido por su «Trilogía Paraíso«) que llegaba al Atlántida Film Fest con las credenciales de haber ganado el Tiger Award en el Festival de Rotterdam y haber sido estrenada en el Festival de Sevilla y en Sundance. Una película donde el protagonista absoluto es el tedio: un tedio que se va apoderando no sólo de las protagonistas, sino de la propia narración que pasa de presumir de banda sonora electrónica (¡qué pena que la película no esté a la altura de los créditos!) para acabar en costumbrismo hiperrealista y un final de esos que te dejan con el culo bastante torcido. [EC][6]
[dropcap]T[/dropcap]HE KINGS OF SUMMER. «The Kings of Summer» es tan fantasiosa como «Moonrise Kingdom» (Wes Anderson, 2012) y, de hecho, muchas de sus localizaciones son similares, al igual que las escenas de procesiones musicales de sus protagonistas. Incluso juraría que hasta el título parece advertir esta similitud… Jordan Vogt-Roberts dirige esta película en la que tres adolescentes hartos de convivir con sus padres deciden emprender la aventura de construir su propia casa en medio del bosque, donde nadie pueda encontrarles. La primera escena, en la que dos de los chicos crean un instrumento de percusión con una tubería y el tercero baila a su ritmo, adelanta su tono desenfadado, jovial y con tintes videocliperos.
En el plano de lo visual, «The Kings of Summer» cuenta con una fotografía muy cuidada que acompaña con planos slowmotion despojados de cualquier intención melodramática y con los que se busca, sobre todo, la (son)risa del espectador. El film serpentea entre lo fantástico y lo cómico hasta darse de bruces con el desengaño amoroso, donde su valor se difumina debido a la seriedad que adquiere y parece que sus personajes, así, de pronto, pretendan volverse realistas y substanciales. Si bien en «Moonrise Kingdom» la historia mantiene una coherencia tonal, aquí la ruptura es demasiado brusca y poco adecuada, dejando un sabor un poco más amargo a este postre que se presentó tan dulcemente. [EE] [7,5]
[dropcap]T[/dropcap]HE SECRET SOCIETY OF FINE ARTS. Resulta que esta atipia danesa tenía todas las papeletas para ser la niña mimada de todo el cartel del Atlántida Film Fest para quien esto firma. Y resulta también que, finalmente, nada más lejos de la realidad… El hilo narrativo de “The Secret Society of Fine Arts” se vertebra en esa cosa tan burguesa de yuxtaponer terrorismo y arte, muerte y belleza. Fatalmente, la cinta de Anders Rønnow Klarlund se pierde en la contraposición de un cierto riesgo formal con un desarrollo argumental tan trillado como deficientemente ejecutado. Lastrada por una retórica y unos diálogos ocasionalmente sonrojantes y sobredimensionanda con trazos de absurdo mesianismo la figura casi teatral del héroe / villano, a la película de Klarlund no se le puede discutir cierta bondad estética en algunas de sus imágenes (auténticas moving pictures, gran y prácticamente único acierto del film), pero el resultado final no logra conmover o afectar en grado alguno. Así que, por mucho que se mencione a la esencial “La Jetée” como inspiración, mucho me temo que “The Secret Society of Fine Arts” no tenga una centésima parte de la pegada poética de la obra de Marker. [DM] [5]
[dropcap]T[/dropcap]HE SELFISH GIANT. Resulta extraño pensar que el cuento en el que se basa esta «The Selfish Giant» surgió de la pluma de alguien como Oscar Wilde… y no de Dickens. A saber: esta es la historia de dos niños cuyas familias viven e los márgenes de la sociedad y que, impelidos por la necesidad, empiezan a recoger metales por la calle para venderlos en la chatarrería. Pero, mientras que uno de ellos se ve naturalmente más atraído por la facilidad de la delincuencia (conseguir cada vez más metal con métodos cada vez menos legales), el otro descubrirá una facilidad innata para dirigir a los caballos (aunque su entorno acabe utilizando esa habilidad en carreras por dinero). Ambos son almas nobles puramente rousseaunianas: en ellos todavía brilla la luz de la inocencia, pero en su interior ya está plantada la semilla de la tragedia, de «el hombre es un lobo para el hombre».
El film de Clio Barnard se circunscribe en la tradición realista británica del nuevo siglo, esa que se aleja del formalismo de Loach para acercarse a propuestas más jóvenes y vibrantes como las de «This is England«. Y, sin embargo, lo que acaba derribando las barreras en el espectador es precisamente la capacidad de «The Selfish Giant» para, teniendo la tragedia palpitando en la superficie de su piel más externa, conseguir que brille por debajo del epitelio una fragilidad y una delicadeza subyugantes, un mundo de emociones imperecederas que consiguen que el espectador deje de pensar en la crisis y en lo jodido que está el mundo (sobre toda para estos niños que han crecido en la violenta sociedad gitana británica). [RDT] [8,5]
[dropcap]T[/dropcap]OM AT THE FARM. A estas alturas está claro que el cine de Xavier Dolan no es cine perfecto. Para nada. Pero es que lo mágico de propuestas como «Los Amores Imaginarios» o «Laurence Anyways» es que no buscan la perfección, sino la emoción. «Tom At The Farm» es un despropósito de película: narra las peripecias del Tom del título, un tipo urbanita que decide ir al campo al funeral de su pareja y amante para toparse con un entorno viciado en el que la madre de familia obvia (o prefiere obviar) la verdadera sexualidad de su difunto hijo y el hermano de este hace todo lo posible para que la preferencia sexual de aquel quede bien enterrada en las sombras, lejos de las miradas de su pueblo de paletos. Sorprendentemente, entre Tom y Francis, el hermano de su antiguo amante (un gigantesco Pierre-Yves Cardinal que desde ya compite con el Michel / Christophe Paou de «El Desconocido del Lago» por el puesto de personaje homoerótico más chorreante de los últimos años), se establece una extraña relación de tintes sadomasoquistas en la que el primero mitiga el dolor por la muerte de su ser amado dejándose vejar y torturar por el segundo.
Repito: «Tom At The Farm» no es una película perfecta. Se le va la pinza continuamente con salidas de tono que pueden ir de lo mosqueante hasta la delicioso (la escena del tango cocaínico entre Tom y Francis debería convertirse a la de ya en un icono del nuevo cine queer) y parece evidente que la intención de Dolan de jugar con el género (el thriller en esta ocasión) se salda con un cierre en el que el director canadiense acaba llevando la película hacia su propio terreno, el de ese cine que, todavía a medio camino entre Wong Kar-Wai y Pedro Almodóvar, está buscando continuamente su lugar en el mundo. Cualquier proceso de búsqueda es imperfecto, señores y señoras. Pero, ¿y lo jodidamente divertido que es compartir con Xavier Dolan este «se hace camino al andar«? [RDT] [8]