[dropcap]A[/dropcap]T BERKELEY. La mejor Universidad pública (y una de las mejores del país en general) de los Estados Unidos como no la has visto nunca: rodada totalmente desde dentro, como si estuvieras sentado en los propios pupitres tomando las clases, participando de sus debates, de las reuniones de los profesores, de las diferentes master classes o como si fueras un alumno más que se incorpora a la sentada que toma la biblioteca durante unas horas. Frederick Wiseman capta todas y cada una de las dinámicas que se mueven por los diferentes edificios de la prestigiosísima Universidad de California y lo hace con su particular estilo documentalista que no puede ser más puro: instalando la cámara en el centro de la acción pero dejando que sea la acción dentro del plano la que explique lo que está sucediendo.
Aquí no hay voces en off ni rótulos, ni individuos que se identifiquen por su nombre o cargo: por el contrario, Wiseman se mueve de una estancia a otra, de una reunión a otra, de una clase a otra como un elemento vivo más dentro de la propia Universidad y, gracias a su hábil punto de vista, nunca intrusivo, el espectador se siente un individuo más que participa de forma pasiva pero atenta a todo lo que está sucediendo. Cuatro intensas horas concentradas en un momento clave para la Institución (la bajada de las ayudas del Gobierno para la enseñanza pública) al cabo de las cuales no puedes evitar sentir cierta punzada de envidia en cuanto comparas su sistema educativo y las constantes preocupaciones de las partes que lo conforman por mantener su estatus de Institución con el que tenemos aquí. [Estela Cebrián] [9,5]
[dropcap]D[/dropcap]ESPUÉS DE LA GENERACIÓN FELIZ. Miguel Ángel Blanca saca un gran partido a la técnica del found footage con su primera obra en solitario, que sigue o, mejor dicho, se desprende de su primera aportación al mundo cinematográfico («Your Lost Memories«, 2012). Se trata de una recopilación de home movies que narran la peculiar historia de una familia y que, gracias al montaje y al uso del sonido, se convertirán en algo totalmente desconcertante. Igual de extrañas resultan todas esas canciones populares interpretadas por Joan Colomo, Spazzfrica Ehd, Carlos Carbonell y Sara Fontán que, gracias a la yuxtaposición con las propias imágenes, tratan de decirnos algo más, tal y como bien advierte la cita de Wilhelm Grimm que abre el metraje de esta excéntrica obra.
Nos embarcamos en un viaje inmóvil, sí, un viaje por una época que nuestros recuerdos guardan menos feliz de lo que registraron esas cámaras y de lo que revelan, hoy, esas imágenes. Supone un cambio de plano, de lo espiritual a lo físico, consiguiendo plantear de manera especialmente clara esa lucha entre el recuerdo colectivo y el individual y, sobre todo, de los recuerdos que se almacenan en nuestros VHS de gente riendo durante la comida, mientras los muertos están a punto de desbordar el armario. Una lucha entre imagen y palabra que transmite mensajes que, en ocasiones, una prefiere no interpretar. No por nada, por miedo. Y un consejo: las canciones pueden llegar a crispar, pero merece la pena. Película no apta para quien busque una narración típica o incluso unas imágenes masticadas. [Elena Eiras] [7,5]
[dropcap]F[/dropcap]AMILY TOUR. Con «Family Tour», Liliana Torres entra por la puerta grande en ese grupo de video-diaristas que parecen estar insuflando un nuevo aire a la cinematografía española. Y, aunque la película es la propia historia de Liliana pero contada desde la piel de una tremenda Núria Gago, a medida que avanza el tour familiar de la protagonista, sin embargo, es fácil ver que esta historia, que no podría ser más personal, tiene mucho también de historia generacional y está plagada de lugares comunes con los que es muy fácil sentirse identificado. El punto de partida es sencillo: Lili vuelve durante dos semanas a su pueblo natal, una localidad del extrarradio barcelonés, para estar con sus padres y su hermana. La estancia «familiar» se extiende en contra de su voluntad al resto de la «familia», y Lili es paseada por su madre por las casas de sus abuelos, tíos y primos mientras tiene que lidiar con el hecho de que la vida de sus familiares y la suya se parece como un huevo a una castaña.
Resulta extremadamente fácil conectar con la sensación de extrañeza de Lili cuando tiene que aguantar los comentarios racistas de su familia, las continuas preguntas sobre su profesión que no acaban de entender (es documentalista) y la insistencia de sus familiares por saber cuándo va a volver… Como si tuviera que hacerlo. El único «pero» que se le puede achacar a este consistente trabajo es el exceso de intensidad que pulula sobre él en todo momento. Y es cierto que la intención de la película está clara desde el principio y se afianza con el final (la inevitable pérdida de las conexiones familiares cuanto más te alejas de tus allegados ya sea física o culturalmente), pero a este tipo de historias siempre les viene mejor el humor (sin necesidad de caer en el rollo cafre de «Carmina o Revienta«) que el intensitismo. [EC] [6,5]
[dropcap]H[/dropcap]ONEYMOON. La referencia es demasiado explícita en el caso de «Honeymoon«: «Celebración» de Thomas Vinterberg está ahí, flotando por encima del horizonte del film de Jan Hrebejk como un ave de rapiña que sabe que en el terreno bajo sus alas no quedan mucho más que huesos, esqueletos y carcasas de animales hace mucho tiempo muertos. Una boda como epicentro de un terremoto que lo moverá todo de sitio, que cambiará de lugar todo lo que los personajes creían fuertemente arraigado en su posición y que abrirá grietas en el terreno reseco por la que escaparán múltiples fantasmas del pasado… Lo hemos visto mil veces, sí. Pero hay que reconocer que a Hrebejk le salvan dos cosas: primero, su estilizadísima y elegantísima propuesta visual, que parece beber extremadamente de otro nórdico ilustre como Lars Von Trier y su ya icónica escena de la boda en «Melancolía«; y, segundo, hacer que el bullying sea el fantasma más persistente de todos los liberados. Si en épocas pasadas era la homosexualidad armariada el principal espectro a revelar delante de aquellos que nos amaban sin conocernos, no está de más que ahora sea esta bochornosa práctica la que aparezca en el epicentro de una trama que nunca pretende ir más allá de lo telenovelesco (bueno, hay que reconocer que en la paliza al fotógrafo en su propia bañera el film se eleva varios metros por encima de lo que ha estado haciendo hasta ese momento). [RDT] [6]
[dropcap]I[/dropcap]LO ILO. El largometraje de debut del realizador singapurense Anthony Chen venía precedido por un insospechado éxito en el pasado Festival de Cannes, donde aparentemente cosechó una ovación de quince minutos tras la proyección de esta “Ilo Ilo”. ¿Hay realmente para tanto? Me cuesta creerlo. El film retrata de forma casi naturalista y sin muchos alardes a una familia de clase media en un Singapur que empieza a notar el frenazo económico a finales del siglo XX, centrándose para ello en la relación que germina entre el hijo único y la asistenta filipina recién contratada. Argumentalmente totalitaria, “Ilo Ilo” carga en exceso sus tintas dramáticas (muchacho conflictivo, contexto de crisis económica, diferencia de clases, roles familiares cuestionados, trazas de xenofobia), y es en los momentos es que rebaja su tensión y suaviza su tono cuando la obra resulta más apreciable. Lastrada al menos en parte por transitar por demasiados lugares comunes, finalmente “Ilo Ilo” acaba convirtiéndose en un bonito film que interesará a los que busquen una discreta ternura, gracias al trazo amable de Anthony Chen a la hora de dibujar el desarrollo de las relaciones humanas en un contexto poco amistoso. En esencia, una agradable medianía. [David Martínez de la Haza][6]