El Atlantic Fest es un viejo festival que se reformula, sí… Pero nuestra crónica deja bien clarito que esa reformulación es puro éxito.
Al contrario de lo que se suele pensar, al especimen festivalero obstinado no le gustan las sorpresas. Bueno, le agradan, pero siempre que respeten sus esquemas previos. Si no, enseguida comienza a dudar de todo planteamiento que se salga de su particular certidumbre. Una situación similar a la descrita ocurrió cuando se anunció el nacimiento del Atlantic Fest como sucesor del histórico Festival do Norte con la firme idea de introducir cambios tanto con respecto al habitual formato establecido bajo su anterior denominación como en relación a otras citas similares que pueblan la geografía española durante el verano.
Las intenciones primordiales del nuevo certamen se podrían resumir en tres conceptos: equiparar la importancia entre el horario diurno y el nocturno; contar con un cartel que aunara nombres previsibles y otros no tanto perfectos para ser descubiertos en vivo; y, en último término, atraer a un público diversificado en cuanto a tipología y rango de edad -desde niños a ancianos, literalmente-.
A pesar de los riesgos que entrañaba la tarea y de algunas críticas vertidas previamente sobre su configuración, la primera edición del Atlantic Fest logró cumplir esos tres objetivos con la importante ayuda de la meteorología favorable. No hay que olvidar que su lugar de celebración, el municipio pontevedrés de A Illa de Arousa, es otro de los puntos clave de la oferta del festival, que se extendió por todo el pueblo a través de sus calles, locales y playas. Así, durante el fin de semana se comprobó cómo el Atlantic Fest fue tomando paulatinamente puntos neurálgicos del entorno insular hasta romper el típico encorsetamiento espacial -también dentro de su recinto principal mediante una serie de actividades musicales (como las actuaciones y conferencias en la zona Galician Tunes) y extra-musicales- de esta clase de eventos.
Al mismo tiempo, la rigidez artística se iba resquebrajando a medida que se presentaba cada uno de los protagonistas del cartel: del flamenco experimental se pasó al hip hop, del post-punk a la canción de autor, del pop al rock o del folk-soul a la electrónica de baile con pasmosa facilidad. De este modo, los oídos más inquietos aprovecharon la ocasión para empaparse de sonidos de múltiple factura; y, los más conformistas, para estimularse gracias a propuestas que, en ciertos casos, no encajaron del todo en determinadas fases horarias en los que el público demandaba que no decayera la línea ascendente del certamen.
Con todo, el positivo balance global del Atlantic Fest refrenda una tendencia que comienza a intuirse en la vasta programación de directos estivales al aire libe y que busca la distinción de formas y la reordenación de dimensiones, justo lo contrario a lo que señalan los prejuicios del festivalero medio.
VIERNES, 1 DE JULIO. El Niño que conquistó una isla
Escenario Turismo Rías Baixas. Seguramente, esos mismos asistentes a festivales que apelan año tras año al sota, caballo y rey no comprenderían en toda su extensión el significado de la actuación de Niño de Elche en el Auditorio de la villa que alzó el telón del Atlantic Fest de una manera apoteósica. Su vanguardista espectáculo -pese a su austera puesta en escena- resultó tan atractivo e hipnótico que incluso todos aquellos que ya sabían de antemano qué se iban a encontrar cómodamente sentados en sus butacas no pudieron evitar quedarse con la boca abierta ante su valiente y renovadora visión del flamenco, enfocada desde diversos ángulos discursivos (política, denuncia social, poesía, filosofía…) y sonoros (pop, electrónica, hip hop, funk o krautrock). Claro, una cosa es escuchar en formato disco “Voces del Extremo” (Telegrama Cultural, 2015) y, otra muy diferente, ver a Francisco Contreras en persona trasladar el alma y el espíritu crítico de sus canciones (o, siendo exactos, poemas cantados).
Aunque, más que canciones, habría que interpretarlas como medios con los que modeló una performance llevada, precisamente, al extremo gracias al impresionante dominio de su voz (que fue del desgarro a la mueca pasando por el lamento esquizoide), de la palabra y de la gestualidad. Efectivamente, el medio fue el mensaje, como diría McLuhan. Y ese mensaje llegó al público como el producto de un acto iconoclasta de tensión variable y de una teatralización radical de la realidad más cruda, proceso al que el propio Contreras incorporaba las pertinentes explicaciones sobre el background de cada tema que ayudaban a contextualizar su ruptura de los códigos preestablecidos en torno al flamenco. De hecho, la etiqueta post-flamenco se quedaba corta para definir su mezcolanza sónica y su torrente vocal de acentuado compromiso combativo. Así que, al final, no quedó más remedio que rendirse a sus pies y pensar que, quizá, había ofrecido el mejor concierto del Atlantic Fest. Sí, ya en el primer turno de la jornada inaugural.
D’Tascas Jägermusic. Aún con la impactante demostración de Niño de Elche en la cabeza, el Atlantic Fest comenzaba a extenderse a otras zonas del centro urbano de A Illa de Arousa llevando a la noche el circuito de conciertos en locales ya realizado los dos años anteriores bajo la marca Festival do Norte. Una acertada decisión que facilitó que el certamen se viviera de manera intensa y particularmente cercana.
Sólo había que echar un vistazo al aspecto que presentaba el Fina Viñas, abarrotado de público en su interior y de paisanos en el exterior que expresaban entre sorpresa y satisfacción por el jaleo que estaban montando Malandrómeda. Como en la fiesta de presentación de sus discos “Os Corenta e Oito Nomes do Inimigo” (Matapadre, 2016) y “Cada Can que Lamba o seu Carallo” (Matapadre, 2016) por varios bares de Santiago de Compostela, su flow contagioso, sus bases ultra-rítmicas y sus rimas pegadizas convirtieron su show en toda una celebración popular.
Lógicamente, el espacio donde se desarrollaban estos directos era limitado, aunque provocaba que el buen ambiente se multiplicara y los artistas sintiesen el aliento de la audiencia. Si no que se lo pregunten a Rubén Domínguez, que lució el contenido de «Pranto» (Prenom, 2016), álbum de estreno de su proyecto personal Pantis, en la Taberna dos Baláns exprimiendo su teclado Roland para brincar del kraut a synthpunk mediante potentes ritmos programados. Él solito se bastó para exhibirse como un batallón en pleno asedio que sacudía a los presentes hasta llevarlos a estados de trance impulsados por sonidos estridentes y alta velocidad motorik.
Luego, Bala no dudaron en detonar en Con do Moucho su dinamita stoner-rock introducida en cartuchos de punk-hardcore aplastante. El heagbanging estaba asegurado, pero no tanto la integridad de los cristales del local ante los cañonazos guitarreros de Anxela y los zarpazos a las baquetas de Violeta. La caldeada atmósfera garagera completó un directo explosivo que, sin duda, no habría tenido problemas en estallar de idéntica forma en el escenario grande del Atlantic Fest.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado + Domingo» ]SÁBADO, 2 DE JULIO: Maratón musical a la orilla del Atlántico
Escenario SON Estrella Galicia. A priori, abrir el recinto principal en mitad de la mañana podía parecer un salto sin red, sobre todo por la climatología estival que invitaba a refrescarse en otros lugares y retrasar la llegada a la carpa del escenario SON Estrella Galicia. Sin embargo, desde el comienzo se empezó a crear a su alrededor un ambiente relajado a la par que animado -especialmente gracias a los niños que ya pululaban por allí- con música de fondo cortesía del dj de turno, vermut por un lado y cerveza por otro.
Con ese placentero panorama delante se presentaron Be Forest para arrancar la maratoniana jornada. Una ingrata labor que el grupo italiano llevó a cabo con prestancia como si no estuvieran actuando a la una de la tarde, momento luminoso totalmente opuesto al cariz oscurantista de su post-punk con trazas dream-pop y dark wave. Quizá en sus mentes visualizaban que se encontraban en una decadente habitación sin luz para tender su personal puente hacia Cocteau Twins y The xx, balanceándose entre la ensoñación y el shoegaze dinámico de feedback sostenido. A pesar de las condiciones en contra, Be Forest salieron airosos del envite.
Teniendo en cuenta que el día fuerte del Atlantic Fest iba extenderse a los largo de quince horas, los amplios intervalos que separaban cada concierto permitieron que la situación se hiciese llevadera y ganase en diversión con el paso del tiempo. En un área preparada para ello, el gentío reponía fuerzas, descansaba, se entretenía o bailaba al ritmo de los pinchadiscos participantes, evitando que se introdujera en una carrera atlética de fondo. A la postre, ese esquema dosificado significó otro éxito organizativo.
De ahí que el público estuviera presto y dispuesto para recibir las canciones populistas de Nacho Vegas. Reforzado por el Coro Internacional Antifascista Al Altu La Lleva, demostró que la música nunca debe perder su condición de arma arrojadiza contra las injusticias sociales, económicas y políticas, sobre todo en los tiempos que corren, a pesar de recurrir a unas estrofas tan sencillas como sinceras que, precisamente, rozan el tono populista. Eso no impidió que sus tonadas de denuncia revestidas de poética folk-rock y sus arengas de contenido subversivo encendieran al respetable y obligaran a levantar el puño izquierdo.
Quedaba claro que, junto a Niño de Elche, Vegas se erigía en una de las figuras beligerantes del festival. No obstante, cuando su coro se bajó de las tablas, también recordó alguna que otra composición de poso emocional dentro de un tramo introspectivo que provocó cierta desconexión entre parte de la audiencia. Pero, en la fase final, esta volvió a venirse arriba cuando resurgieron los gritos corales protestantes guiados por un Woody Guthrie a la asturiana que, en este caso, no tuvo que apuntar contra ningún posible banco patrocinador del evento que pudiera sentirse alcanzado por sus dardos líricos.
La sobremesa no fue el momento de la siesta. Al contrario: fue la coyuntura ideal para que Xoel López desplegara su repertorio de pop blanco, etiqueta que en A Illa de Arousa adquirió todo el sentido porque atrajo tanto a niños y adolescentes como a adultos. El sonido alegre y las melodías refrescantes del coruñés atravesaban los oídos como la brisa marina que cruzaba el recinto de la playa de O Bao, sensación que se apreció desde la inicial “Hombre de Ninguna Parte” hasta las posteriores “Patagonia” o “Tierra”, muestras de que iba a ser al artista más coreado del día y, quizá, de todo el certamen. Los arrebatos de batucada, la percusión exuberante y los ritmos calientes dibujaron por doquier caras sonrientes cuyos signos de gozo aumentaban cuando se activaba el karaoke colectivo bajo la carpa, con “Yo Sólo Quería que me Llevaras a Bailar” como buen ejemplo.
Todo ello reflejaba que Xoel López continúa acaparando triunfos allá donde va con su último LP, “Paramales” (esmerArte, 2015), y el anterior “Atlántico” (esmerArte, 2012), fuentes de la que extrajo su visión de los sonidos latinos y su gusto por el rock psicodélico sudamericano materializado en solos de guitarra a lo Jimi Hendrix con notas del himno gallego improvisadas. Así de motivado estaba Xoel, correspondido por un público entregado que cerró la fiesta tropicalista abrazado a “De Piedras y Arena Mojada”. Si hubiera que resumir la esencia del Atlantic Fest, esa estampa funcionaría a la perfección.
Alex Cooper tampoco se quedó atrás en cuanto a la pasión que despertó entre su fiel parroquia. Inmerso de lleno en la celebración de sus 30 años viviendo en la era pop, expuso en todo su esplendor su aura de leyenda inmarchitable que siempre ha cuidado el lado más romántico (en su acepción ideológica) de su género favorito. De hecho, no paró de desprender vibraciones positivas y buen rollo como reflejo de su forma de ver la vida desde una eterna perspectiva feliz, optimista y nostálgica. Esos mismos tres adjetivos describirían su actuación, un verdadero guateque a unos metros de la costa de la isla musicado con clásicos de Los Flechazos y Cooper.
Los poppies más maduros y los más jóvenes no podían quejarse: Alex no se dejó ninguna pieza emblemática en los bolsillos de su elegante casaca beatleliana. “La Reina del Muelle”, la totémica “Viviendo en la Era Pop”, “Rabia” o “No Sabes Bailar” trajeron buenos recuerdos, hicieron mover las caderas y refrendaron que con Cooper el pop de toda la vida jamás se apagará. El penúltimo tema interpretado antes de un regalo final en forma de mini-bis, “Lo Conseguí”, plasmó eufóricamente la brillante trayectoria de Alex, que llevó a sus seguidores a ese lugar que conoce cerca del sol.
El multicolor confeti pop se dispersó con la aparición de Tindersticks, cuyas veteranía y profesionalidad no evitaron que, de repente, se escucharan más en el foso el murmullo de las conversaciones del público que su propuesta elaborada con trazos delicados y perfilados por la profunda voz de Stuart A. Staples y el empaque de su banda. Una lástima, ya que resultaba complicado seguir al detalle sus progresiones eléctricas y la sensibilidad arrebatadora de composiciones como “If You Looking For A Way Out”.
No, su chamber pop no se adaptaba a las circunstancias. O mejor dicho: la audiencia no se acopló a él al 100%, lo que diluyó como un azucarillo sus tramas acústicas, sus cuidados arreglos y sus tempos reposados de intensidad creciente. Cuando retumbaban los aplausos no se sabía si era por regocijo o con ironía al no estar por la labor de prestar la debida atención a la parsimoniosa rutina que salía del escenario. Una duda que suena a sacrilegio tratándose de Tindersticks. Pero así fue la realidad y así se la contamos.
La colocación del grupo de Nottingham y, especialmente, de José González, el siguiente de la lista, en el segmento de los teóricos horarios estelares del menú de la jornada podía ser interpretada como una declaración de intenciones del Atlantic Fest para desmarcarse de las dinámicas predecibles de la mayoría de festivales. Fuese cierta o no esa idea, el cantautor sueco tuvo que enfrentarse al mismo obstáculo anterior: la distracción del público, que ya tenía el chip juerguista activado.
Pero González, a solas y pertrechado con su guitarra acústica, fue a lo suyo para ofrecer un set candoroso y transparente a la par que firme, sin perder la comba melódica ni vocal en ningún momento. Su habilidad digital y su ágil rasgueo de las seis cuerdas lograron, no sin sorpresa, que las miradas se centrasen en su sentada e iluminada figura, sobre todo cuando destapaba hits como “Line Of Fire” de Junip. González se guisó su concierto con templanza y se lo comió tan a gusto. Bravo por él.
Algo similar hicieron Temples, cabezas de cartel del festival que llevaron al límite la capacidad de los amplificadores con su robusto rock psicodélico de raíz sesentera, que en A Illa tomó derroteros más lisérgicos si cabe que en su versión en disco. De su debut, “Sun Structures” (Heavenly, 2014), no faltaron sus temas más señeros: unas ácidas “Shelter Song”, “The Golden Throne” y “A Question Isn’t Answered”, una sólida “Mesmerise” y una arrolladora “Sun Structures” que, como marca la norma en sus directos, estiraron hasta sumergirla en una espiral infinita de ruido y energía para mayor gloria de James Bagshaw, que ejecutó varias filigranas con su guitarra.
Pero el plan de Temples incluía también presentar algún tema nuevo listo para formar parte de un próximo trabajo que, a juzgar por lo escuchado, tiene todos los visos de prolongar la poderosa senda eléctrica dibujada en su primer LP. Integradas con naturalidad las piezas pasadas y futuras en un repertorio compacto y sin fisuras, el cuarteto demostró por qué se mantiene en las posiciones delanteras del pelotón del psych-rock contemporáneo.
DOMINGO, 3 DE JULIO: Escuela de calor
Plaza de Abastos. El empeño del Atlantic Fest por tomar espacios de la isla y darles un uso muy diferente a su función habitual cuajó por completo con el concierto de Best Boy en el mercado del pueblo. Un lugar que sirvió como peculiar decorado de un set que avanzó de menos a más (había que adaptarse a los biorritmos matinales tras una vibrante víspera) y que estuvo plagado de folk-pop punteado con cristalinos acordes eléctricos, soul jubiloso y coros luminosos. Piezas radiantes como una versión de “To Love Somebody” de Bee Gees y “Cross The Border” adornaron una actuación tan deliciosa como los mejillones que los presentes podían degustar mientras disfrutaban del grupo de Tui.
D’Tascas Jägermusic. Pálida había iniciado el tour dominguero por los bares en el Cotan a las doce del mediodía, hora en la que los organismos del equipo de esta web aún se estaban desperezando. Así que había que saltar a la posterior intervención en La Buona Vita de Diola, que ratificaron su condición se sucesores de los extintos Unicornibot gracias a su math-rock libérrimo, desatado pero perfectamente encauzado y agitado con riffs de alto voltaje que aumentaron la ya de por sí alta temperatura de la sauna en que se había convertido el local.
Ese calor musical se prolongó al directo de Músculo! en el Benalúa con los ritmos bailables, los teclados noventeros, los bajos gomosos y los beats contundentes de los temas clubber que compondrán su homónimo álbum de debut y que los sitúan a la altura de los Delorean más pisteros. Inevitablemente, las extremidades se calentaban con el movimiento acompasado y el sudor recorría las frentes. Gran forma de clausurar un Atlantic Fest que apostó fuerte por una ambiciosa reformulación que salió tan redonda como el sol que reinó, por fin, a lo largo de sus tres isleños y veraniegos días. [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]
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