El Atlantic Fest 2017 consiguió convertir el escepticismo previo a su celebración en la confirmación de uno de los festivales más potentes de nuestro país.
Días antes de que comenzara el Atlantic Fest 2017, apareció en la cabeza del abajo firmante una extraña sensación de déjà vu: al igual que había sucedido en su edición de 2016, la del estreno de su actual formato en A Illa de Arousa, existía cierto escepticismo previo en torno a su planteamiento, en el cual el horario diurno cobra gran importancia y se facilita que el festival se expanda hacia diversos espacios del isleño municipio pontevedrés.
Esta corriente de opinión se extendía a través de las redes sociales incluso al sector de aquellos que ya habían conocido la manera en que el Atlantic Fest había reformulado su propuesta con éxito el año pasado, como si no estuviesen convencidos totalmente de lo que se iban a encontrar allí el fin de semana del 30 de junio al 2 de julio. Así que otra vez emergía la casi obligatoria reflexión acerca del festivalero medio patrio, al que no le gusta demasiado salirse del camino preestablecido y trillado en una versión sui generis del manido “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Sin embargo, esta vez no había motivos para tener esa clase de dudas. Para empezar, el cartel artístico del Atlantic Fest 2017 se presentaba, de antemano, más potente y equilibrado que el del capítulo anterior, lo que evitó que se produjeran lagunas en su desarrollo, sobre todo, durante la larga e intensa jornada del sábado, realizada junto a la playa de O Bao. Luego, el aumento de las actividades paralelas programadas y el refuerzo de los directos de la Zona Gastro en ese recinto, donde estaba instalado el escenario principal y se iba a desplegar el grueso de la oferta musical, permitieron que fuera complicado impacientarse a la espera de cada concierto, si no se prefería hacer una escapadita al arenal colindante… Fuera de ese centro neurálgico, las actuaciones ejecutadas en el caso urbano el viernes (en el Auditorio y en varios bares) y el domingo (en locales y la Plaza de Abastos), pese a sus limitaciones de aforo, supusieron otro tanto a favor del festival.
Gracias a todo ello, la atmósfera reinante (a la que contribuyó decisivamente otra vez el favorable clima, en un principio algo ventoso y no tan sofocante como en 2016 pero, después, lo suficientemente veraniego) volvió a ser plácida, agradable y bulliciosa tanto en las calles de A Illa de Arousa como, especialmente, en la playa de O Bao. Allí resultaba curioso observar cómo avanzaba el día (y la noche) en función del público dominante en cada momento: el más familiar (padres y niños), que disfrutaba de los conciertos matinales y de juegos y talleres; el más fiestero, que accedía a la carpa principal más allá de media tarde; y el más valiente, que se atrevía a aprovechar cada minuto desde el mediodía hasta pasadas las 3 de la madrugada como si corriese una maratón (musical). Es decir, que el Atlantic Fest 2017 ratificó su condición de evento indicado para una audiencia diversificada.
Eso sí, el crecimiento de la cita atrajo una proporcional y mayor cantidad de asistentes que evidenció determinados problemas organizativos. Dentro del área de la playa de O Bao, el desbordamiento de ciertos servicios básicos provocó que se formaran largas colas tanto en los WCs como en las barras que soliviantaron los ánimos. En el exterior, un año más, hubo dificultades relacionadas con el transporte propio del festival, desparecido cuando las aves nocturnas terminaban la fiesta del sábado en todo lo alto y ausente los dos días restantes, circunstancia que empujó a que todos aquellos alojados lejos del núcleo del pueblo (como los instalados en el camping) que quisieran disfrutar al completo la experiencia del Atlantic Fest tuvieran que lanzarse a la aventura.
Pese a estos (subsanables) fallos logísticos, el segundo capítulo del Atlantic Fest significó la consolidación de una fórmula acertada en cuanto al apartado artístico (de nuevo caracterizado por su variedad sonora y estilística y la promoción de grupos gallegos) y al ambiente que genera y extiende a diferentes rincones de A Illa de Arousa en una positiva simbiosis entre el festival y el lugar que lo acoge. Sólo es cuestión de tiempo que las posibles reticencias sobre la configuración del Atlantic Fest se disipen gracias a unas virtudes difíciles de ver en eventos de similar tipología.
VIERNES, 30 DE JUNIO: De las raíces al quejío
Escenario Turismo Rías Baixas. El Auditorio de A Illa de Arousa se ha convertido en poco tiempo en uno de los espacios más representativos de la esencia del Atlantic Fest gracias a los conciertos celebrados en su interior, situados entre los más destacados de la historia del festival por su distinción e impacto en el público. Esta vez, ese modo de atrapar a la audiencia se materializó a través de dos vías contrastadas.
Os Amigos dos Músicos apelaron a la calma y el detallismo de su folk-rock de pátina norteamericana pero profunda raíz galaica. Con un sonido cuidado, pulcro y, cuando era necesario, impetuoso (derivado del rock sureño estadounidense de los 70 y, por momentos, próximo al Dylan eléctrico), la banda ourensana demostró cómo amalgamar influencias anglosajonas y folclore autóctono mediante una delicadeza lírica y melódica reconfortante.
Buenos ejemplos de ello fueron “A Cociña de Celeiro”, “A Banda” y “O Maio”, que se intercalaron en un directo trufado de armonías e intercambios vocales y que fue volviéndose cada vez más alegre y gozoso, reflejo de una visión de la vida siempre positiva. Como dicen Os Amigos dos Músicos, ¡todo medre! Es decir, que todo crezca, al igual que ha hecho su trayectoria durante los últimos meses impulsada por su lustrosa música.
Otra figura que ha puesto patas arriba el panorama más allá del circuito teóricamente alternativo es la de Rosalía. La repercusión de su mayestático debut en largo, “Los Ángeles”, auguraba que su presencia en la isla arousana levantaría una expectación inusitada. Y así fue. Acompañada por Raül Refree, que pellizcaba con agilidad y maestría su guitarra actualizando los cánones clásicos del flamenco, la joven cantaora barcelonesa asombró al respetable con su voz de seda blanca y los gritos que salían de su alma con arrebatado sentimiento.
En lo que duraba un latido de corazón, Rosalía pasaba de la dulzura adornada con palmas de terciopelo al quejío más doloroso en un excelso cruce entre tradición y modernidad (en tramos puntuales sus fraseos eran casi rimas rapeadas) que prolongó, aunque en el polo opuesto, el flamenco extremo que Niño de Elche había volcado un año antes en idéntico lugar.
En el caso de Rosalía, su revolución funciona con sutileza, trayendo al presente viejos espíritus del género que acaban rindiéndose a sus pies del mismo modo que la audiencia quedó encandilada y entusiasmada por el magnetismo y el permanente desafío contra la norma de un directo hechizante, apoteósico y bello de principio a fin. Por eso el bis, después de aplausos interminables, era obligatorio para que cayera otra lágrima sobre la arena de A Illa de Arousa. Inolvidable.
D’Tascas Jägermusic. Mientras aún resonaban los lamentos de Rosalía en cada esquina de la villa, la Taberna dos Valáns se preparaba para arrancar los conciertos en bares y transformar de nuevo las terrazas cercanas en improvisadas plateas con la electrónica de bajos potentes, desarrollos espectrales, aura tribal y pasajes abstractos (inspirados en la Björk más espiritual) de la franco-gallega MounQup.
La noche adquiriría una temperatura más estival en cuanto Sen Senra encendieron la mecha de su indie-pop playero en un abarrotado Fina Viñas, cuyo caldeado ambiente se refrescó mediante un sonido burbujeante ideal para escuchar a la orilla de la ría de Arousa, convertida por unos minutos en un edén surfero californiano. Gracias a Sen Senra, un luminoso y cegador sol desplazó a la luna del cielo a medida que la banda repartía píldoras pop efervescentes y pegadizas.
Kings Of The Beach, como su nombre indica, continuaron la juerga en la playa imaginaria de Con do Moucho tirando de punk-pop trallero y rock garagero frenético repleto de fuzz que recordaban tanto a Ty Segall como a Wavves. Los chorros de sudor no tardaron en aparecer en las frentes de los que se introdujeron en la centrifugadora sónica de Kings Of The Beach.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 1 de julio» ]SÁBADO, 1 DE JULIO: El que se aburre es porque quiere
Escenario SON Estrella Galicia. “Te espera un pedazo de paraíso”. Esta era la advertencia que colgaba de la entrada al festival en su día grande. Y razón no le faltaba al eslogan, ya que, una vez se accedía al recinto de O Bao, el resto del mundo desaparecía ante el ajetreo que allí comenzó desde temprano. Al contrario de lo que se pudiera pensar, el público no se hizo el remolón y acudió pronto a la cita listo para probar todas las opciones disponibles a lo largo de la jornada, ya fuera una partida de ajedrez en un tablero gigante, de ping-pong o de futbolín, una cata de vino, el mercado discográfico y las actuaciones del espacio Galician Tunes o las sesiones de dj y los conciertos en la tarima de la Zona Gastro que impidieron que se hiciera el silencio durante más de 15 horas ininterrumpidas de música distribuidas de forma idónea en una ascensión progresiva.
Así que, en el momento en que Electric Feels enlazaban tras la mesa de mezclas temas de Happy Mondays, Jagwar Ma o Justice para quitar más de una legaña pegada a los ojos, la carpa del escenario principal ya se encontraba lo suficientemente animada ante la salida de Best Boy. Como Os Amigos dos Músicos en la víspera, los de Tui ratificaron que el folk-rock yanqui marida perfectamente con el carácter galaico, aunque en su caso siguiendo una dirección pop que no rechaza coquetear con estilos como el soul. Las canciones de su primer LP, “Cross The Border”, aún fresco y lozano dos años después de su edición, integraron un directo tan plácido como enérgico y efusivo que satisfizo al buen puñado de fans del grupo allí presentes.
La mañana ya había empezado a coger velocidad cuando llegó el turno de L.A. No importaba que, dada la hora, todavía se estuviera dando el último bocado a la comida para dejarse sacudir por Luis Alberto Segura -armado con su explosivo vozarrón- y su banda, que presentaban “King Of Beasts”, el disco que tendría que llevarlos definitivamente a una mayor cantidad de oídos. Aunque en la explanada se comprobó que los mallorquines se han ganado con el paso de los años una fiel cohorte de seguidores gracias a su pop-rock robusto y al poderío de temas clásicos de su catálogo como “Perfect Combination” o una vitaminada para la ocasión “Outsider” o más recientes como “Leave It All Behind” y “Helsinki”, cuyo vigor preparó los cuerpos para afrontar la tarde en las mejores condiciones. ¿Alguien tenía la tentación de salir a la playa y echarse una siesta sobre la toalla? No…
…o sí. Porque Anni B Sweet (transmutada en una modernizada cantautora country de los 70: si quieren entender los motivos de su look, salten directamente a la sección de este texto dedicado a Lori Meyers) no logró que su set levantara el vuelo. Quizá la franja horaria no le ayudó. O quizá ocurrió que, pese a que su época folk-acústica quede lejos, su sonido electrificado e inspirado en el pop adulto setentero de su último álbum, “Chasing Illusions”, no cuajó todo lo que debiera sobre las tablas rozando una peligrosa linealidad sólo rota por su versión del “White Rabbit” de Jefferson Airplane. En ese instante, seguro que se abrió más de un párpado a punto de cerrarse a la espera de que cayeran las bombas bakalaeras de Joe Crepúsculo.
Con él (y su refuerzo, Aaron Rux) llegó la juerga y el despiporre. Esta sí, esta no. Joël Iriarte, consumado creador de hits pisteros, se vistió el disfraz de Chimo Bayo del dance-tecnopop y puso en marcha su fábrica de baile sin dar un segundo de respiro. La gente quería bakalao y él se lo dio, repartiendo bombo a diestro y siniestro, vaciando toda su energía y moviéndose cual gogó de verbena en un parking de discoteca.
Los sintetizadores echaban humo; y los ritmos mágicos programados empujaban a tirarse de cabeza a la pisciburguer que Joe y Aaron montaron bajo la gran carpa. Pero no se acabaron ahí todas sus cosas buenas, ya que también sonó brillante su salto a la tecnocumbia. El que no bailaba, era porque no le daba la gana; y el que se aburría, era porque quería. El final del subidón crepuscular tenía que producirse de una única manera: con una desatada invasión de escenario. A partir de ese instante, ya sólo era posible ir hacia arriba.
Delorean tomaron el testigo reciclando el desfase tecno en un elegante set preñado de house-pop orgánico y de aire noventero. Ese es el estilo predominante en su álbum más reciente, “Muzik”, y en A Illa de Arousa lo trasladaron con el suficiente nervio y la necesaria tensión para encender el foso y que este no dejase de ser una pista de baile. Eso sí, sin que se perdiera a la vez el efecto hipnótico y envolvente de joyas de nueva hornada como “Muzik” o “GIRO” más la anterior “Destitute Time”, ideales tanto para agitar las extremidades como para estimular las neuronas. Aunque el directo aumentó su explosividad cuando los vascos destaparon “Deli” (que rememoró viejos tiempos clubber) y lanzaron luego su conocido sample del “Ride On Time” de Black Box, punto culminante de una tarde de pura gloria dance.
De este modo, The Temper Trap tuvieron el camino despejado para protagonizar el primer concierto del día verdaderamente masivo: en cuanto Dougy Mandagi dejó ver su larga melena, la carpa estaba a rebosar y muchos se disponían a forzar la garganta acompañándole. Aunque, en esa partida, el australiano siempre tuvo las de ganar por su impresionante voz, que modeló a conveniencia con el fin de elevar o suavizar la épica sentimental que caracteriza a sus canciones.
A mitad de concierto, daba la sensación de que The Temper Trap estaban abusando una pizca de esa melosidad, al mismo nivel de la dulzura de la tarta de cumpleaños que entregaron a su feliz guitarrista. Sin embargo, la banda no tardó demasiado en reconducir su repertorio entre estallidos eléctricos y el estruendo percusivo de “Drum Song”. Y, después de la tormenta, llegó… “Sweet Disposition”, para alcanzar el orgasmo definitivo. El truco no era ninguna novedad, pero funcionó (de nuevo) a la perfección.
El espacio de la Zona Gastro sirvió no sólo para reponer fuerzas y descansar durante la batalla, sino también para sorprenderse con los sonidos que salían de su escenario. Por ejemplo, el blues-rock acústico y adornado con cello de Ysied, el folk-rock de Os Amigos dos Músicos en su segunda aparición en el festival y, sobre todo, el shoegaze-pop con denominación de origen granadino de Apartamentos Acapulco (en la foto). Ya fuera a cámara lenta o a alta velocidad, su cóctel de distorsión y melodías sumergidas en feedback actuó como el perfecto aperitivo de la siguiente aparición de Los Planetas. Lógico: ahora mismo, Apartamentos Acapulco son sus alumnos más aventajados.
La obsesión por colgar etiquetas a la humanidad y dividirla en rebaños ha generado un nuevo palabro: xennial, que se refiere a todos aquellos nacidos entre los años 1977 y 1983. Es decir, los que se mueven entre la Generación X y los millennnial. Se supone que ese es el target principal de Los Planetas de hoy en día, así que en el Atlantic Fest 2017 existía la duda de si los más jóvenes replicarían la devoción casi religiosa de sus ‘mayores’ por J y compañía. Lo que no se cuestionaba era el hecho de que, al igual que sucedió con “Zona Temporalmente Autónoma”, tanto unos como otros prolongarían el recurrente debate planetero desde hace una década: ¿les daría por tirar de clásicos o se centrarían en sus últimas andanzas? ¿O tomarían ambas direcciones? Los Planetas empezaron a responder a tales preguntas poniendo sus pelotas flamencas sobre las tablas al arrancar con una enorme “Islamabad”, a la que siguieron “Seguiriya de Los 107 Faunos”, “Señora de las Alturas” y “Si Estaba Loco por Ti” en una concatenación cósmico-lisérgica que dejaba a las claras que nada ni nadie iba a condicionar sus planes.
En ese segmento inicial, seguro que más de una ceja estaba arqueada y alguna que otra boca deseaba empezar a maldecir hasta al santo más inocente. Pero, de repente, cambio de tercio: los granadinos desempolvaron “Corrientes Circulares en el Tiempo” y, con ella, cogieron carrerilla aupados por un sonido sólido (por momentos, volcánico) y la voz de J sorprendentemente recia. A partir de ahí ya no hubo ninguna clase de queja mientras se mezclaban otros tramos sobresalientes de “Zona Temporalmente Autónoma” (“Hierro y Níquel”, “Espíritu Olímpico”) con grandes éxitos: el público rozó el delirio con “Segundo Premio”, “Reunión en la Cumbre”, “Alegrías del Incendio”, “Pesadilla en el Parque de Atracciones”, “David y Claudia”…
Sí, la noche estaba adquiriendo tintes legendarios. Y eso que aún faltaba el bis, rematado con la tríada “Zona Autónoma Permanente”–“Un Buen Día”–“De Viaje”, que golpeó en el corazón a los xennial, millennial y todo bicho viviente que conocía mínimamente el significado de Los Planetas. Fuera de A Illa de Arousa la discusión sobre su actual deriva continuará, pero su peso histórico les respaldará. Siempre.
[Si vienes directamente de la parte dedicada a Anni B Sweet, te explicaremos a continuación nuestra tesis sobre su look setentero]. La parrilla de LEDs que ocupaba todo el frontal del escenario invitaba a pensar con malicia que, además de ofrecer juegos visuales espectaculares, funcionaría como reja tras la que actuarían Lori Meyers. Algún ser cruel incluso hubiera preferido que el grupo liderado por Noni hubiera tocado todo el tiempo enjaulado… Aaah, Noni… ¿A qué venía su indumentaria? Chaqueta y chaleco blancos, barberilla y las gafas que, a lo lejos, parecían las mismas que había lucido Anni B Sweet…¡Ajá! Todo apuntaba a que existía una relación entre el aspecto de ambos, como sacado de “La Gran Estafa Americana”. ¿Alguien dijo estafa? No, no, calma… Porque, a pesar de que la cabeza se entretuviera con extrañas teorías, había que reconocer que Lori Meyers resolvieron la papeleta con solvencia y no defraudaron a su entregada parroquia entre karaokes colectivos. Por tanto, nada que objetar. Bueno, sí: vaya pinta, Noni…
A Maxïmo Park, por su parte, se les debe reprochar que su último álbum, “Risk To Exist”, sea el más flojo de su carrera. Con todo, conociendo de antemano la fiabilidad de las bandas británicas en vivo hagan lo que hagan en estudio, resultaba complicado pensar que los de Newcastle fueran a tener una mala noche. Y no, no la tuvieron. De hecho, mostraron un buen estado de forma que se reflejaba en un fibroso Paul Smith, ataviado con su eterno sombrero y, para la ocasión, una camisa de estampado de leopardo. Sus parrafadas entre tema y tema y, especialmente, sus constantes y, a veces, histriónicos gestos pueden gustar más o menos, pero en A Illa de Arousa ejecutó sus movimientos escénicos con el suficiente carisma para guiar con firmeza un repertorio redondo.
Había la posibilidad real de que los saltos de Maxïmo Park a “Risk To Exist” palidecieran en comparación con otras piezas pertenecientes a su glorioso pasado. Pero, al final, aguantaron el envite. Sobre todo dos de sus singles más rotundos, “Risk To Exist” y “Get High (No, I Don’t)”. Cumplido el expediente en cuanto a novedades, Maxïmo Park repasaron lo mejor de su discografía según el guión previsto: Duncan Lloyd construyendo sus reconocibles melodías guitarreras, Lukas Wooller exprimiendo su teclado y Smith cantando con su personalísimo estilo al amor (“Books From Boxes”, “The Undercurrents”, “I Want You To Stay”), emocionando a los más nostálgicos (“Parisian Skies”, “The Coast Is Always Changing”, “Going Missing”) y desatando la locura en las primeras filas con “Our Velocity” y “Apply Some Pressure”, bombástico desenlace de un show que puso el broche de oro a un largo sábado de pasión y desenfreno musical.
[/nextpage][nextpage title=»Domingo 2 de julio» ]DOMINGO, 2 DE JULIO: Y el verano llegó (de verdad)
Escenario Paco & Lola. Aún quedaba por delante la jornada dominical del Atlantic Fest 2017, muy singular por su desarrollo esencialmente matinal y por ser la que disfrutan los supervivientes del trajín del fin de semana. Sin embargo, las caras cansadas pero sonrientes y el creciente calor (por fin el cielo se había limpiado de nubes y se sentían los rayos de sol en todo su esplendor) fueron la tónica dominante en la serie de conciertos inaugurada por Puma Pumku bajo el techo de la Plaza de Abastos del pueblo, convertida en una pequeña nave espacial alimentada por la psicodelia galáctica y revivalista de los pontevedreses.
En determinadas fases mostraron su cara más pop; en otras, la más kraut, en la línea de TOY. Pero, en todo caso, cubrieron el lugar de rock lisérgico de efectos escapistas y sugestivos. Cuando sus desarrollos instrumentales se extendían con fuerza, introducían a los testigos de su viaje por el sol en una nueva dimensión… de la que hubo que volver para poner los pies otra vez en la tierra y degustar el folk-pop detallista y reposado de Birds Are Indie, trasuntos portugueses de Belle And Sebastian.
D’Tascas Jägermusic. El retorno del festival a los bares dio la oportunidad de catar en directo a dos de los grupos indie-pop más vibrantes de la actual escena alternativa gallega. Primero, Esposa -en el Buona Vita– demostraron por qué son la gran revelación del año gracias a su debut en largo, “Xardín Interior”. Su encanto y efervescencia recordaban al espíritu de los inicios de la ola indie patria a finales de los 80 y principios de los 90 y del bubblegum-pop, pero también se apreciaban ecos de influencias como la etiqueta C86 o Aerolíneas Federales. Todo ese proceso se ejecutaba con un buen muestrario de voces combinadas y ritmos dulces y excitados a partes iguales. No hay duda: no le quiten el oído de encima a Esposa.
En contraste, Dois -en el Benalúa– ya tienen a sus espaldas el recorrido realizado antes de la salida de su primer LP, “Está Bien”, el pasado mes de enero. En una especie de reunión de colegas, despacharon con frescura su indie-pop brioso, salpicado de destellos psicodélicos y rebosante de melodías adhesivas y titilantes acordes de guitarra que generaban una brisa que, a aquellas alturas, atemperaba la mente para ir fijando en la memoria cómo el Atlantic Fest había dado los pasos necesarios para seguir evolucionando en el futuro. [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]
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