¿Quién dijo que el amor no era posible en tiempos de crisis? El nuevo disco de El Palacio de Linares demuestra que sí se puede (si se quiere).
“Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana”, cantaban El Último de la Fila a mediados de los 80 parafraseando el viejo dicho. Más de dos décadas más tarde, al otro lado del charco, Jonathan Pierce de The Drums confesaba en su canción “Money” que “quiero comprarte algo, pero no tengo dinero”. Así de directo, así de implacable. A pesar de la gran distancia temporal, geográfica y cultural, uno y otros coincidían en sugerir, según diferentes pero compatibles perspectivas, que resulta muy difícil amar en tiempos de crisis. No, amigos, no es sencillo mantener viva la llama del amor entre precariedad, recortes y medidas de austeridad. De hecho, es muy jodido.
Dados los salvajes tiempos que corren, los románticos de pura cepa, ellas y ellos, ingenuos y curtidos, decimonónicos y michelgondrianos, todos aquellos y aquellas que luchan contra el amor capitalista, están en peligro de extinción. Su supervivencia depende de que no se extienda como una pandemia el materialismo sentimental cada vez más asentado en una vida moderna en la que las emociones se expresan con emojis, la gallardía se demuestra cazando pokémons y la estabilidad emocional depende del número de ceros que aparezcan en la cuenta corriente. En este contexto, no es extraño que el progreso del amor radique en las (óptimas) condiciones materiales de vida. Joder, qué alegremente marxistas nos ponemos a veces…
Menos mal que a ese romántico empedernido siempre le quedará el pop no sólo como válvula de escape, sino también como ariete para presentar batalla. El pop en su acepción clásica, claro está, aquella en la que tienen cabida nombres tan dispares como El Último de la Fila, The Drums y otros miles de militantes que, desde hace décadas, practican el sano ejercicio de cantar las vicisitudes, las cuitas y las pequeñas a la par que heroicas victorias amorosas cuando todo está en contra. Una -a veces ardua- tarea que han llevado a cabo los remozados El Palacio de Linares en su nuevo disco, su primer largo oficial, de explícito y elocuente título: “Ataque de Amor” (Pretty Olivia, 2016), un sintetizado reflejo del completo muestrario de diferentes declinaciones del enamoramiento (incluidas sus causas psíquicas y sus consecuencias físicas) que se guarda en su interior.
Otra vez con la vista puesta en el indie-pop de aroma tradicional en general (con la lección de Flying Nun bien aprendida) y en los sagrados The Feelies (más The Go-Betweens) en particular aunque depurando esa característica receta sonora, Gonzalo Marcos y sus nuevos compañeros, Raúl y Álex (del grupo Los Nuevos Hobbies), arrancan disparando directamente al corazón con “Ataque de Amor (Flipante)”, un corte que resume el espíritu del álbum apelando a la inocencia romántica que jamás se debe pervertir ni perder, como si fuese una evocación adolescente trasladada a la madurez para reivindicar que la fuerza del amor (verdadero) es irresistible.
Siguiendo esta línea lírica, “Ataque de Amor” se mueve entre arrebatos costumbristas, naif por momentos y plenos de sinceridad (“Los Peces” y “Si Fueras mi Novia”, a la sazón odas a la indignación resignada y a la idealización frustrada, respectivamente) e historias corrientes que, aunque no sean autobiográficas o basadas en hechos reales, sí resultan verosímiles (“La Melena”, “Hemos Quedado”, “No Me Gusta Dormir”).
A medida que transcurre “Ataque de Amor” crece la sensación de que es un LP tan realista que duele y que pide al oyente que empatice con ese personaje con una espina clavada en su pecho que protagoniza cada canción y describe situaciones cotidianas alimentado por ritmos burbujeantes, acordes cristalinos y melodías adhesivas. De hecho, en ciertos tramos parece que él mismo nos mira a los ojos y nos canta frente a frente, de idéntica manera que Rob Gordon se dirigía al lector / espectador en “Alta Fidelidad”. De ahí que no haya mejor desenlace del álbum posible que “Recto y Quieto”, todo un atribulado repaso nominal amoroso que haría las delicias del bueno de Rob.
Al igual que la novela de Nick Hornby invita a conservar varias ensoñaciones juveniles aunque se rocen los cuarenta, “Ataque de Amor” funciona como un hacha para despejar la frondosidad de la selva que conforman la actual racionalización de los sentimientos y el vacío que provocan las relaciones establecidas a golpe de red social. Y, en última instancia, se muestra como la enésima esperanza depositada en el pop para creer en el romanticismo carente de imposturas y, lo más importante, liberado de la dictadura del materialismo. Porque, aunque la pobreza entre por la puerta, el amor puede permanecer en la habitación.
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