Quienes busquen en la web una aproximación conceptual al género de la crónica negra, se encontrarán con una de esas hilarantes sorpresas que nos depara la imprecisa ciencia del posicionamiento en buscadores. Y eso sucede porque la primera referencia que aparece para “crónica negra” es la página de un grupo de post-punk, originario de Valladolid (!) ¿Será esto un indicio del escasa presencia mediática que tiene el periodismo de investigación, las crónicas o la no ficción en la industria cultural española?
Sin ánimo de imponer conclusiones apresuradas, creo que títulos como «Asesinato en América» (editada aquí por Errata Naturae) alientan a revertir un poco este hecho en el sector editorial. Esta magnífica traducción (derivada de la edición italiana de Simone Barillari para Minimum Fax) es un compendio de la mejor tradición del periodismo norteamericano del siglo XX. Desde el famoso asesinato de Leopold y Loeb en 1925 (que podría haber inspirado alguna distopía de James Ballard sobre las consecuencias del aburrimiento entre las clases acomodadas) hasta la tristemente célebre masacre de Columbine en 1999 (que instaló en la sociedad civil un arduo debate acerca de la licencia y la portación de armas), estos ocho relatos periodísticos respetan un estricto arco cronológico a la vez que comparten una sorprendente homogeneidad de estilo. Su riguroso apego a la información objetiva, la primicia y la descripción pormenorizada de los hechos puede sonar trasnochada para los simpatizantes del periodismo narrativo; pero, sin embargo, debemos aclarar que en algunos textos despuntan algunas voces autorales, como la de Merriman Smith, quién en su cobertura del asesinato de Kennedy para la UPI, deja claras algunas de sus pícaras estrategias para robarle (en medio de la adrenalina de unos bruscos cambios en la historia política de EEUU) la primicia al corresponsal de una agencia de la competencia (AP).
De tal manera, estas crónicas relatan hechos que conmovieron la agenda mediática estadounidense en siete décadas, involucrando (en algunos casos) trabajos corales, con varios profesionales cubriendo una misma historia simultáneamente. Lo único que tienen en común es esa aspiración a la objetividad periodística que las distancia del sensacionalismo amarillista, constante disputa de Pulitzer contra el imperio mediático de Randolf Hearst. Este tipo de crónica también se diferencia del tratamiento que la llamada “crónica roja” (por la presencia de la sangre y la apelación al morbo) hace, por ejemplo, de los crímenes narcoterrorismo mexicano. Y también se distancia de la crónica de espectáculos, aunque uno de los relatos involucre un magnicidio y el detalle del rosa Chanel del atuendo de una primera dama.
Pero quizás la gran marca distintiva de estos grandes relatos periodísticos sea la austeridad del detalle y un apego al relato, la condición para que los diferentes periodistas fueran premiados en sus respectivas épocas con los premios Pulitzer. Por eso, sobre el rojo, el amarillo y el rosa, definitivamente, el elegante y clásico negro es el color de la crónica Pulitzer.
[Ana Llurba]