Tras dos discos de «work in progress», Arca firma por fin su primera obra maestra… Un álbum que te da la bienvenida al siglo 21 (por si estabas rezagado).
Como periodista musical, hay muchas veces que me veo en la tesitura de tener que sentarme delante del ordenador y estrujarme la cabeza a la búsqueda de algo relevante y original que decir al respecto de un disco en concreto. Porque toca. Porque acaba de ser publicado. Porque algo hay que decir… El caso de «Arca» (XL, 2017), sin embargo, es diametralmente opuesto. Me siento delante del ordenador, básicamente, como alguien que lleva los huevos cargados y busca un infinite scroll de porno que le permita descargar una corrida bien copiosa. Perdonad la grosería, pero es que va muy en consonancia con la coyuntura del tercer disco de Arca.
Lo difícil esta vez no es encontrar algo que decir, sino acotar todo lo que es necesario decir sobre este álbum y decirlo de la forma más ordenada posible. Hay, sin embargo, un hilo de plata común que une las piezas frankenstinianas de todo lo que ha de decirse sobre «Arca«, y ese hilo es ni más ni menos que la afirmación de que este es el disco que, por fin, da la bienvenida al siglo 21 a todos aquellos que se habían quedado rezagados, enganchados en los melosos y empalagosos cantos de sirena (moribunda) del siglo XX. Y es que, después de dos discos de «work in progress«, Arca firma por fin su primera obra maestra… Y lo hace sintetizando todo un conjunto de constantes que nos ayudan a definir el siglo que inauguramos hace 17 años pero que nos resistimos a habitar, a reclamar como nuestro.
El debut en largo de Arca, «Xen» (Mute, 2014), nos obligó a hablar (otra vez) del sonido del futuro: un sonido fractal y fragmentado en el que no había espacio para las canciones, sino para las texturas. Un desmembramiento de los géneros musicales para ensamblarlos de nuevo en monstruos de formas desafiantes, fascinantes, inquietantes. Una fotografía en HD del panorama mental que nos espera en el futuro, sea como sea… Ahora bien, ya en aquel momento se intuía que aquello era un esbozo y una exploración, no un manifesto sobre qué ha de ser una canción en el siglo 21. Si algo ha seducido siempre por parte de Alejandro Ghersi, ha sido su falta de pretensiones, su voluntad de atacar a la carne más que a la materia gris.
«Xen«, al fin y al cabo, era la promesa de que, si alguien tenía que asentar las bases de la música del futuro, ese hombre sería Arca. Ahora bien, nadie podía esperar en aquel momento que aquella promesa acabaría por transmutar (ojito con todo lo que empiece por «trans» en este texto) en la realidad que es «Arca«. Y es que es este un disco que plantea la fórmula magistral para un nuevo y fascinante género musical plenamente siglo 21. ¿El futuro solo puede ser vivido conociendo el pasado? Lo sabemos. Siempre lo hemos sabido. El hip-hop nació dando un nuevo uso a las bases musicales sampleadas desde el pasado reciente. El reaggetón (ese género que, aunque no queramos entrar, aunque nos neguemos a reconocer, es lo más importante que le ha tocado vivir al mundo de la música desde el nacimiento de la electrónica) surgió aplicando las herramientas de producción digitales a los ritmos latinos más pretéritos.
De esta misma forma, Arca plantea un nuevo género musical en el que trenzar su visión de la música del futuro, aquella que ya planteó en «Xen» (y siguió explorando en «Mutant» -Mute, 2015-), con la música del pasado. Y aquí es donde las canciones de «Arca» emiten un brillo cegador: lo más normal va a ser quedarse con el cliché de que Ghersi ha (re)descubierto su propia voz, pero esto sería escamotear lo que realmente hace que este disco sea un joya única y revolucionaria. En «Arca» están las rítmicas latinas que el artista ya ralentizara hasta la extenuación en algunos de sus temas más conocidos, como «Thievery«; también las texturas sonoras dispersas, aletargadas, lo más parecido a escuchar música electrónica desde dentro de tu propio estómago, con el bombo lejano atravesando las paredes de carne y fluidos.
Es la portentosa e hipnótica voz de Alejandro Ghersi la que trenza todo esto con un mundo pretérito que surge de las entrañas: lo primero que me viene a la cabeza cada vez que escucho «Arca«, y permitid que me ponga íntimo y personal, son todas esas canciones melódicas y esos baladones de puro sufrimiento cantadas por transformistas sudamericanas en tugurios oscuros y clandestinos. También fado. Toneladas de fado. Y aquí es inevitable apuntar que, por mucho que nos empeñemos en señalar la suerte que ha tenido Björk de conocer a Arca, puede que también sea de recibo aclarar que Arca también ha tenido mucha suerte de conocer a Björk: ¿no fue ella la que, ya hace un par de años, aplicó varias puntadas de impactante fado en su ya seminal sesión para el aniversario del sello Tri Angle?
Es la voz de Arca la que, precisamente, aporta lo que nunca creímos que encontraríamos en su música: un corazón a pecho abierto. «Xen» y «Mutant» fueron trabajos que fascinaban por ser cuerpos marcianos que también podían leerse como cuerpos humanos transfigurados por la era de los avances tecnológicos, los implantes robóticos y las biomejoras por la vía de la nanotecnología. En «Arca» descubrimos que, incluso en aquellos cuerpos en los que creíamos que la humanidad estaba enterrada por el futuro, vivía latente una voz que canta con la tristeza y la nostalgia del pasado.
Una tristeza y una nostalgia que entroncan con otro de los rasgos más distintivos del siglo 21: la vulnerabilidad como medio de vida. Podemos reírnos de los millenials y su empeño por enseñarnos todo lo que hacen en sus vidas probablemente insignificantes, pero no podemos reírnos ante el hecho de que, al hacer eso, se están mostrando como seres puramente vulnerables. Esa vulnerabilidad llevada hasta el extremo, por ejemplo, es uno de los signos de identidad del vaporwave que, a su vez, también es una herramienta contra la superficialidad millenial. Y si la vulnerabilidad es esa capacidad que tienen las nuevas generaciones y que nosotros no nos permitimos, no hay otro disco ahora mismo que la practique como «Arca«.
Ya no es solo que la voz de Ghersi esté impregnada de una tristeza que se intuye generacional, sino que todas sus canciones ayudan a la hora de seguir alimentando el imaginario que el artista lleva años construyendo en compañía de su media naranja creativa, Jesse Kanda (responsable de todas las imágenes y audiovisuales de Arca). Las letras de las canciones, cuando no homenajean directamente líneas de hits del pasado («cuando el amor llega así de esta manera…» canta en «Reverie» en un reverberación hectoplasmática de Julio Iglesias), están repletas de sadomasoquismo emocional en una especie de revisión de las baladas transformistas forzadas a entrar en el siglo 21 a base de empellones, sudor, lágrimas y lefazos de humedad cálida. Y, cuando no es la letra la que lubrica este imaginario, es la propia música la que lo hace, como en esa excepcional «Whip» en la que el estallido de un látigo se convierte en una base rítmica que ríete tú del reggaetón.
Por un lado o por el otro, el imaginario de «Arca» acaba por ser puro zeitgeist de este siglo. A tenor del primer disco del artista, yo mismo afirmé lo siguiente: «Xen es también el nombre del alter ego de Arca. Una especie de mise en abyme donde la personalidad queda totalmente pulverizada y aniquilada: si el paso de Alejandro Ghersi a Arca ya supone una erosión de la personalidad humana en pos de una identidad artística, el espacio físico entre Arca y Xen es más bien una puerta de acceso a la generación “post”. Post-género (tanto musical como sexual), post-geografía (ya no hay indicios que conduzcan hacia la Venezuela natal de Ghersi), post-identidad (no hay espacio para una identidad única cuando el mundo virtual actúa como caleidoscopio de nuestra personalidad)… «.
Cualquiera podría decir que la voz en castellano y las referencias a géneros del pasado han acabado con la post-geografía y dinamitado la pegada del discurso «post» de Arca. Pero más bien ocurre lo contrario. En la era de la globalización, las referencias ya no son una chincheta en el mapa: ¿acaso crees que cuando alguien de 15 años escucha reggaetón piensa en Sudamérica? ¡Claro que no! Para ellos el sonido es algo global, sin etiquetas. O, como máximo, con post-etiquetas. Y, a ese respecto, «Arca» finalmente ha conseguido ser mas «post» que nadie al concretar el trabajo en proceso de sus anteriores trabajos añadiéndoles el factor sorpresa e inesperado de la voz fantasmática que se escucha como un eco de sufrimiento pasado. No sé si así va a sonar el siglo 21… Pero así es como yo quiero que suene mi siglo 21. [Mas información en la web de Arca]