Que sí, que «Ant-Man» es ridícula a más no poder… Pero Peyton Reed consigue que ese ridículo dialogue con la épica en un film que acaba viniéndose arriba.
Hacia la mitad de «Ant-Man«, resulta completamente imposible no abandonarse al pensamiento derrotista de que, sin lugar a dudas, esta no es la mejor y más grande superproducción ni de la actual ola de cine superheróico en general ni de la factoría cinematográfica Marvel en concreto. Teniendo en cuenta que la última «Los Vengadores: La Era de Ultrón» se abría in media res, justo en el epicentro de una impactante escena de acción que dejaba al espectador en estado de shock, sorprende que el film de Peyton Reed adolezca de tanta falta de pretensiones: se entiende que todo se «miniaturice» en un film como este, con un personaje cuyo poder es principalmente hacerse diminuto, pero eso no quita que, cuando te ves ahí, en la mitad del film, te parezca que faltan escenas de acción, profundidad de personajes, épica bien entendida y ese maximalismo que la Marvel nos ha hecho adorar con su Universo Cinemático.
El diálogo entre la épica habitual de la Marvel y un inédito sentido del ridículo es lo que acaba redimiendo a «Ant-Man».
Incluso la banda sonora de Christophe Beck suena barata y, por lo tanto, abarata más todavía el conjunto. La cuestión es que el meridiano del film es el momento (tristemente) perfecto para convenir que a Ant-Man le falta el carisma arrollador de ese Iron-Man que ya no tendrá más películas Marvel, le falta la épica maximalista de super-producción autoconsciente de la redonda «Guardianes de la Galaxia«, le falta la capacidad para la metáfora inteligente y para las psicologías enrevesadas de los «X-Men» de Bryan Singer (por mucho que queden fuera del Universo Cinemático de Marvel), le falta la sensación que ser más grande que el propio Universo de la saga de «Los Vengadores«… Pero eso, sin embargo, sólo ocurre hasta la mitad del film.
Justo cuando crees que te encuentras delante del primer gran patinazo de la división fílmica de la Marvel, Peyton Reed se viene arriba y consigue convertir las flaquezas de su film en sus principales puntos fuertes. Todo empieza a cambiar justo en el momento en el que Ant-Man y su archienemigo diminuto caen desde un helicóptero dentro de un maletín cerrado que contiene un móvil en el que empieza a sonar «Disintegration» de The Cure. El humor y la elocuencia que desprende la escena redime el hecho de que todo el conjunto sea, no voy a decir que no, terriblemente ridículo: ¿un superhéroe y un villano peleando en un maletín mientras un teléfono, unas llaves y otras cosas gigantescas se mueven a su alrededor?
Sí, es ridículo. Puede que incluso muy ridículo. Tan ridículo como el hecho de que el protagonista se mueva de aquí para allá cabalgando una hormiga voladora o que utilice pequeñas hormiguitas constructoras para que se curren puentes y otras cosas que le ayuden a avanzar en su aventura. Llegados al climax final, sin embargo, esa lucha entre Ant-Man y Chaqueta Amarilla en la habitación de la hija del primero juega tan inteligentemente con el ridículo que te hace olvidar por completo las dudas que te asaltaron hacia la mitad del film. Reed va alternando entre la épica de la lucha en miniatura hacia cómo se ve esa lucha desde el exterior: el tren que utilizan para pegarse mamporros no es más que un tren de juguete que, al descarrilarse fuera del campo de batalla no provoca más que un ligero «crick-crack» sobre la mesa. Mejor todavía: cuando Ant-Man empieza a usar unos discos para aumentar y reducir el tamaño de los objetos a su alrededor este diálogo maravilloso entre la épica y el ridículo llega a su máximo esplendor, ya sea con la hormiga gigante o con la locomotora Thomas que se agiganta y deja a todo el mundo totalmente desubicado.
Definitivamente, el diálogo entre la épica habitual de la Marvel y un inédito sentido del ridículo es lo que acaba redimiendo a «Ant-Man» y acaba por convertirla en un film que, sin grandes pretensiones, puede acabar por convertirse en un nuevo hito de la Marvel. No será el nuevo «Guardianes de la Galaxia«, pero tampoco lo pretende. Y, así, casi sin pretenderlo, al final consigue conformar una unidad «familiar» más que entrañable (la formada por Ant-Man, su nuevo mentor y la hija de este), entregar un par de escenas de acción para el recuerdo (sobre todo esa memorable primera «transformación» del héroe), marcarse un buen plantel de secundarios fardones (por favor, señores de la Marvel, ¿pueden ustedes hacer una serie que tenga a Michael Peña contando historias todo el rato?), darle caña a una estructura de cine de robos a lo «El Golpe«, seguir hablando del eterno tema cuando de superhéroes se trata (es decir: las relaciones paternofiliales y las transferencias emocionales y de conocimiento que estas comportan, ya sean con tus verdaderos hijos o con los discípulos que tomes bajo tu ala)… No va a ser el blockbuster del año, pero tiene madera de clásico de culto.
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