«Anomalisa» es mucho más que una película imprescindible para los fans de Charlie Kaufman: es un film que duele y que te enseña mucho sobre ti mismo.
La nueva película del singular guionista Charlie Kaufman, también director desde “Synecdoche, New York”, es otro ejemplo de cine puramente creado desde los sentimientos y las emociones. Su trazo, lineal y mucho menos caótico que el de su obra anterior, no debe confundirse con una simplicidad que sólo es aparente.
«Anomalisa» es el retrato del interior de un hombre maduro que parece haberse pasado la vida tomando decisiones equivocadas y siendo incapaz de establecer una comunicación real y satisfactoria con el mundo y las personas que le rodean, ya sea debido a su personalidad, a sus experiencias pasadas o a todo un recorrido vital. Se palpa un desencanto con la vida, una torpeza emocional y un desafío constante contra un entorno que advierte aburrido y estéril.
Kaufman utiliza la voz como instrumento diferencial en un mundo gris en el que todo resulta anodino e insignificante. Y es con la aparición de Lisa y su voz -distinta a todas las demás- cuando la historia se adentra en la temática en la que su director brilla y se mueve con gran habilidad: la de los personajes patéticos pero entrañables, rotos pero únicos a su manera, con un punto excéntrico y, sobre todo, aislados tanto física como emocionalmente. Esa excepcional voz es la que funciona como refugio y último reducto donde el afligido protagonista puede encontrar paz e instantes de luminosidad en su vida.
Un tono triste, melancólico e incluso depresivo recorre la obra en todo momento, estilo habitual en los universos que construye Kaufman, donde hay poco espacio para la esperanza y una visión profundamente pesimista de la existencia más allá de breves destellos de belleza y felicidad. Algo que también se refleja en los rostros de los protagonistas y sus marcadas facciones, como si se tratasen de máscaras en las que uno oculta como puede su sufrimiento, pese a que siempre queden cicatrices descubiertas ante los demás.
A la cinta la acompaña en ocasiones un carácter de pesadilla con tintes surrealistas que se hace patente a la hora de reflejar la psique del protagonista y exteriorizar su angustia. Una especie de delirio que se apodera del personaje mostrando que hay heridas en su interior y que siente un gran temor e inseguridad hacia él mismo y sus acciones.
La película parece una búsqueda. La búsqueda de un hombre en su intento de encajar esas piezas rotas con las de alguien más, la de encontrar consuelo, superar sus carencias y evadirse de una vida que no le satisface. Al final, Kaufman consigue contagiarnos de ese malestar existencial que sacude al protagonista y en el que todos nos podemos observar en cierto modo. La sensación de no encajar, de interpretar un papel para un público, de fingir lo que no somos por pura supervivencia.
Quizá se trate de encontrar la melodía de una voz única y especial como instrumento reparador del alma.
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