La jornada no había empezado nada bien: gracias a la comunicación instantánea de las redes sociales, se conocía que la furgoneta que llevaba a Anni B Sweet hacia la siguiente parada de su gira “Oh, Monsters!”, Pontevedra, se había averiado a cientos de kilómetros de su destino. Por si ese percance no fuese suficiente, y una vez trocado el medio de transporte, la autoridad que se pone un tricornio por montera se había empeñado en ralentizar su viaje a tierras gallegas. Poco antes de que se abrieran las puertas del auditorio del Pazo da Cultura pontevedrés, no se sabía a ciencia cierta qué ocurriría: ¿llegaría o no llegaría la cantautora? ¿Se celebraría su concierto? Finalmente, sí, aunque con varios minutos de retraso. Pero, como sucede en determinadas situaciones de la vida, la paciente espera valió la pena. Mucho. Incluso las correspondientes e insistentes disculpas por la demora que Anni envió a su público no hacían falta: a pesar de que ella no tenía culpa de nada, se le perdonaba todo.
La malagueña, resplandeciente entre la tenue luz del elegante decorado que la rodeaba, mostró su habitual timidez sobre las tablas, multiplicada en el comienzo pausado, parsimonioso y aletargado de su actuación. Claro que, en cuanto enlazó los susurros iniciales con los temas más crudos de su último disco, el gran “Oh, Monsters!” (Subterfuge, 2012), la dulce chica que la audiencia tenía ante sus ojos se transformaba poco a poco en una mujer que mostraba su nueva coraza, la misma con la que peleó contra esos monstruos interiores descritos en el citado álbum. Aupada por una banda de acompañamiento liderada por el guitarrista Manuel Cabezalí (también cantante de Havalina), Anni trasladó con firmeza al directo el nervio de “The Closer” y la melosidad hiriente de “Good Bye Child”, cuya pegada también se apreciaba en las piezas pertenecientes al ya lejano “Start, Restart, Undo” (Subterfuge, 2009): “A Sarcastic Hello” u “Oh I Oh Oh I” no desentonaban con las antes mentadas por su compactación sobre el escenario.
Al mismo tiempo, sorprendía la manera en que se reproducían (con extrema fidelidad) los matices sonoros de “Oh, Monsters!”, desde su contundencia hasta su electricidad, ejemplificadas ambas en la magnífica interpretación de “Getting Older” (uno de las mejores piezas firmadas por Anni B Sweet) y regurgitadas en el dramatismo de “Catastrophe Of Love”. La versatilidad vocal y la pericia instrumental de la malagueña permitían que, sin pestañear, pasase de fases enérgicas (“Ridiculous Games 2060” o la potenciada “Remember Today”, en las que enseñaba tanto su cara más delicada como la más juguetona ante el micrófono) a tramos acústicos e íntimos que relajaban tanta emoción a flor de piel: la clásica “Motorway” (seguida por las sutiles palmas del respetable) y “Hole In My Room” (ejecutada a dúo con Manuel Cabezalí) funcionaron, por sus hechuras, como adecuados bálsamos anímicos.
Los sinceros aplausos que llegaban de la platea reflejaban que, en ese punto, se habían cumplido las expectativas de los asistentes. Así que el bis sirvió para culminar un recital de por sí brillante (aunque faltase en el repertorio la solicitada “La La La”). En él, Anni prosiguió amable y recatadamente con la explicación de los mensajes que incluyen sus composiciones recientes para introducir “Missing A Stranger” (esa canción que habla de cuando se echa de menos a alguien que se está por conocer… ¿?) y cambió de tercio para volver a atrás en su discografía, quedarse a solas guitarra en ristre y cerrar el show con la emblemática “Shiny Days”.
El día había comenzado agitadamente, pero la suavidad, el delicioso carisma y el empaque de la actual Anni B Sweet hicieron que se fuese pasando, como siguiendo un hilo de seda, a una noche adorable. En todos los sentidos.
[FOTOS: Pilar Peleteiro]